Tal día como hoy del año 1505, hace 512 años, Fernando de Aragón —viudo de Isabel de Castilla, muerta en 1504— y Filiberto de Veyré, representante de la pareja formada por Juana y Felipe —hija y yerno, respectivamente, de los Reyes Católicos—, firmaban en Salamanca (Castilla) la Concordia que establecía la regencia de Castilla. Aquel pacto establecía que Fernando y Felipe, suegro y yerno, ejercerían de forma conjunta la regencia de la Corona de Castilla hasta la mayoría de edad de Carlos, hijo de Felipe y de Juana y nieto de Fernando i de Isabel. De esta manera, el testamento de Isabel de Castilla que otorgaba la regencia en solitario a Fernando de Aragón quedaba definitivamente enterrado.

La naturaleza del edificio político hispánico impedía a Fernando, en su calidad de viudo de la reina castellana, heredar el trono o ejercer la regencia. La Concordia de Salamanca fue el resultado de un pacto entre las oligarquías nobiliarias castellanas —que, a pesar del testamento de su reina, no aceptaban la regencia de un monarca catalán— y el núcleo duro del aparato de gobierno de la monarquía hispánica —formado por el entorno político de Fernando. El conflicto ocultaba una lucha por el control del edificio político hispánico que enfrentaba a las oligarquías latifundistas castellanas con las élites mercantiles catalanas y valencianas —que albergaban un importante componente judeoconverso.

Los pactos de Salamanca durarían el tiempo que las oligarquías castellanas decidieron prescindir definitivamente de la figura de Fernando de Aragón, con la cita que quedaría para la historia: "Viejo catalanote, vuélvete a tu nación". Con el desembarque de Felipe y de Juana —procedentes de Flandes— las oligarquías castellanas obligaron a Fernando de Aragón a renunciar a la regencia compartida —Concordia de Villafáfila (1506)— y lo expulsaron de Castilla. Felipe y Juana, sin embargo, venían acompañados de una corte de funcionarios flamencos que pasarían a ocupar los puestos más estratégicos del gobierno y que provocarían las iras de los mismos que les habían abierto las puertas del reino.