Las declaraciones de este sábado del president Carles Puigdemont desde Bruselas y el pronunciamiento del consejo nacional de Esquerra Republicana, apostando por una lista unitaria que desborde la fórmula parlamentaria de Junts pel Sí en los comicios del próximo 21 de diciembre, pone a prueba las costuras del independentismo partidista en un momento excepcional de la historia reciente de Catalunya. Con el president Puigdemont exiliado en Bruselas junto a cuatro consellers —y pendientes de una orden de extradición a España— y el vicepresident Oriol Junqueras y otros siete consellers en prisión incondicional en la Comunidad de Madrid, es obvio que no son unas elecciones normales. Ni lo son, ni tampoco lo serán, si no se revierte la anomalía democrática que supone que haya presos políticos en 2017 y, además, no se detiene el atropello institucional que significa la extemporánea aplicación del artículo 155 para intentar desmantelar, al precio que sea, las instituciones de autogobierno de Catalunya.

A partir de esta descarnada e insólita situación, haría bien aquel independentismo refractario a todo, ni que fuera por una vez, en entender las cautelas de unos y de otros antes de practicar uno de sus deportes favoritos, ensañarse con la discrepancia. Bienvenidas sean las reservas de unos y de otros si lo que se pretende es debatirlo todo para no repetir espectáculos pasados cada vez que haya que adoptar una decisión. De hecho, lo que está encima de la mesa no es otra cosa que dar forma de candidatura electoral a todos los que apostaron decididamente por que el pasado 1 de octubre lo que se celebraba era un referéndum de independencia y no una manifestación o una protesta contra el PP.

La prudencia de Esquerra, el partido al que las encuestas le otorgan una indiscutible posición de liderazgo en los próximos tiempos, es comprensible. Sobre todo, porque, seguramente, la fórmula de Junts pel Sí ya ha hecho la parte del trayecto que debía hacer y ahora el independentismo necesita, si va unido, integrar todo aquello que también se implicó a fondo en el 1-O desde fuera de JxSí. Fundamentalmente, la CUP y espacios alternativos de Podemos, como el que representa, entre otros, Fachin. La intervención de Marta Rovira en el Consell Nacional de ERC de este sábado fue suficientemente clarificadora y una muestra del nuevo rol de liderazgo que va a tener que desempeñar mientras dure la prisión de Junqueras dictada por la Audiencia Nacional.

Una lista así no es fácil. De hecho, es del todo imposible si no es por la excepcionalidad del momento y el embate que le plantea el Estado, que tiene delante mismo y que amenaza con arrasarlo todo. Hasta el más mínimo símbolo de catalanidad que no se adecúe al 155. Pero que nadie se engañe, electoralmente hablando es una candidatura de riesgo si la totalidad de cada bloque electoral no entiende lo que hay en juego, opta por mirarse de reojo en vez de remar a fondo y, finalmente, franjas de sus votantes se quedan en casa. Si fuera así, no valdría la pena.

La apelación del president Puigdemont, que la víspera ya había mostrado su disposición a ser candidato y su aval a una lista unitaria “por la libertad de los presos políticos, por la República y por Catalunya”, es un paraguas suficientemente amplio para todos los partidos que avalaron el 1-O. Y también para Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, en prisión desde el 16 de octubre.

No hay nada más democrático que devolver con urnas llenas de votos las legítimas aspiraciones catalanas y es la mejor respuesta a las ilegítimas elecciones convocadas desde la Moncloa.