La hucha de las pensiones, que en 2011 se acercaba a los 67.000 millones de euros, se habrá agotado totalmente en 2018. Las previsiones que se han ido haciendo desde aquella fecha y las alarmas que se han dado anualmente no han ayudado a corregir la situación actual, que, de facto, es de extinción total del fondo de la Seguridad Social. Aunque técnicamente quedan unos 8.100 millones de euros, estos habrían sido gastados si no hubiera sido por un crédito complementario solicitado por unos 10.000 millones con el subterfugio político de no dejar la hucha a cero. Esa es la cruda realidad de estos últimos seis años de gestión de las pensiones en España que se pretende salvar con la excusa de la crisis económica. Lo cierto es que la política y lo que se dice nunca es baladí y si abrimos el prisma del debate de estos últimos tiempos entre Catalunya y España no es difícil recordar aquellas inquietantes frases pronunciadas por prohombres de las Españas que sin rubor alguno decían a nuestros ancianos catalanes que la independencia ponía en riesgo sus pensiones. No era verdad pero el miedo es libre y es lo primero que en una sociedad se expande.

Catalunya hubiera podido pagar sus pensiones en una situación de independencia de la misma manera que a corto plazo las pensiones españolas no corren un riesgo inminente. Otra cosa es que se esté haciendo lo posible para enderezar una situación complicada, que no se está haciendo, o que el gobierno español haya iniciado el camino de revertirla. ¿Por qué entonces de este tema no se habla cuando millones de españoles pueden tener un problema serio dentro de unos años? Fundamentalmente, porque nadie se atreve a poner encima de la mesa un discurso que necesariamente tendrá que ir acompañado de medidas desagradables. Es mucho más fácil aglutinar el nacionalismo español alrededor de cómo impedir una Catalunya soberana que proponer reformas de calado que necesariamente serán un impedimento electoral para quienes abran este debate.

España no quiere ser reformada en ninguno de sus aspectos sustanciales y así lo ha dejado claro el partido que mejor los representa fuera de Catalunya y el País Vasco, que no es otro que el PP. Los socialistas coquetean con ideas de cambio que los populares no van a asumir y las élites madrileñas bloquearán siempre. Hay ejemplos suficientes para asegurarlo y la política no puede sustanciarse en la imaginación infinita. Por eso los debates estériles sobre la reforma de la Constitución o un sistema de financiación justo no se mueven nunca del punto de partida por muchas vueltas que se den. Sería bueno que en la campaña electoral, los partidos unionistas expresaran sus propuestas para garantizar el sistema de pensiones también a los catalanes. A todos aquellos que de buena fe creyeron que una Catalunya independiente las pondría en riesgo.