Los días con información de sustancia, los editoriales se leen mejor. Son el ojo de la cerradura por el que se ve el color de la opinión del poder o la máscara que viste. En las redacciones de los diarios se suele decir que los editoriales no son la pieza más vista, pero que los lee "quien los tiene que leer", aludiendo a los que cortan el bacalao. Los editoriales se escriben un poco con esta idea en la cabeza y por eso, cuando se ventilan asuntos de fuste, vale la pena descoserlos entre líneas.

Los de este jueves, qué remedio, juzgan la alianza que el PP ha compuesto con el PNV para sacar adelante los presupuestos del Estado. El veredicto de los diarios de Madrid y Barcelona es unánime: aunque el gobierno de Rajoy paga un precio demasiado alto por el voto de los cinco diputados del PNV, ha hecho lo correcto para mantener la estabilidad, rechazar el chantaje de la izquierda y dar una lección a los radicales catalanes.

¿Es eso bueno o malo? Pues mira. Mientras ABC reprueba suavemente la actitud del PP ("el coste no es bajo ni deja indiferente al resto de España") y El Mundo la castiga con más vigor ("claudicación", "mercadeo inadmisible", "ventajismo negociador", etcétera), El Periódico prefiere ver "el fenomenal ejercicio de peix al cove" del PNV, que La Vanguardia considera una "estrategia inteligente".

Tópicos

La gracia no es la diferencia en el juicio, claro que no, sino la coincidencia, digamos territorial, de los argumentos. Cualquiera diría que todo refuerza los tópicos con que se caracteriza a unos y otros: a Madrid le escuece pactar nada que no sea la derrota incondicional del adversario, mientras Catalunya admira al negociador que cierra un buen acuerdo.

Ahora bien, la preocupación no es el PNV, la debilidad del gobierno del PP por la corrupción, la desigualdad entre autonomías o "la falta de sentido de Estado" de socialistas y podemitas, como dicen más o menos La Razón, ABC, El Español y El Mundo. Ni siquiera el hecho de pactar con unos nacionalistas que no son nacionalistas de España, cosa que La Razón y ABC ponen en sordina explicando que, bueno, no se ha hablado de los presos de ETA —aunque su traslado no cuesta dinero y el acuerdo sobre el cupo, sí, y mucho, que pagarás tú. Nah. La preocupación es Catalunya. Todos, en Madrid y en Barcelona, coinciden en lamerse la herida independentista.

Los tonos son diversos. En Madrid, El Mundo exclama: "las prebendas" cedidas a los nacionalistas vascos "victimizan todavía más al nacionalismo catalán", mientras que El País se felicita: por la estabilidad política bien vale la pena perder hasta la camisa con el PNV y, además, "Catalunya todavía ha quedado más desdibujada".

En Barcelona, en cambio, lloran. El Periódico se queja del "ruido que suele rodear a cualquier negociación con Catalunya" mientras que "la excepción vasca, por lo que se ve, no rompe España". La Vanguardia se atreve a más y saca las conclusiones: "el clima de resistencia a toda demanda catalana, por justa y argumentada que sea, explica la desafección creciente hacia el resto del Estado y refuerza a los partidarios de la independencia", lamenta.

Una propuesta

Si las cosas son así —hace años y años, como dicen los mismos editoriales— resulta cuando menos curioso que el diario de los Godó se sorprenda de "la estéril política de confrontación llevada a cabo por los ocho diputados del PDeCAT" y que el de Zeta critique que "la deriva independentista [haga] imposible" que "el nacionalismo catalán" continúe como "socio imprescindible" de los gobiernos de Madrid y avise "de las consecuencias que tiene dejar de hacer política". Es extraño que los sorprenda que ocurra aquello que ellos mismos pronostican que ocurrirá si el gobierno español continúa con la "larga discriminación económica" de Catalunya, como dice La Vanguardia. ¿En qué quedamos?

Todavía es más extraño el sombrerazo que recibe Ciudadanos en el mismo diario: "La apuesta por la gobernabilidad ha llevado la formación de Albert Rivera a renunciar a sus ideas", dice La Vanguardia, como poniéndolo de ejemplo. Exactamente este es el comportamiento que desacredita la política y los políticos ¿no? Hacer en el Congreso lo contrario del programa por el que te votaron. Bravo.