A poca distancia del Maremagnum y sus avalanchas de compradores de moda y consumidores de helados y hamburguesas, y a unos centenares de metros de las concentraciones de turistas de la Barceloneta, se encuentra el muelle de Pescadors, el último reducto de los pescadores de la capital catalana. El pasado miércoles se organizó un paseo en qué los barceloneses, niños y mayores, han podido acceder a la parte más discreta del puerto y conocer a través de los propios protagonistas el trabajo de pescador, en Barcelona. Esta actividad ha sido organizada por la Fundació Antoni Tàpies, aprovechando la organización de la exposición Sísif Col·lectiu, de Allan Sekula, un fotógrafo, director de cine y escritor norteamericano muerto en Los Ángeles en 2013. A lo largo de su vida Sekula hizo muchos reportajes de tema marítimo. Sísif Col·lectiu es un análisis sobre las consecuencias negativas de la globalización en la economía marítima. Y la Fundació Tàpies ha querido vincular esta preocupación de Sekula por la gente del mar con un análisis de los trabajadores de la ciudad de Barcelona que tienen relación estrecha con el mar: marineros, pescadores, estibadores...

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Pescado procedente de los pescadores de la Barceloneta. Foto: Laura Gómez.

Una vista insólita de Barcelona

No es fácil encontrar el muelle de Pescadors. Hace falta desviarse de las riadas de turistas que van a la playa e ir hasta el fondo de la calle Escar. Oculto entre casas de vecinos, almacenes y restaurantes, el recinto donde trabajan los pescadores es muy poco visible. Todas las actividades pesqueras se agrupan en torno al emblemático reloj: el muelle donde hay los barcos, la fábrica de hielo para conservar el pescado, la lonja, las oficinas de la cofraría de los pescadores, la zona donde se reparan las redes... El reloj, en realidad, no es sino el antiguo faro de Barcelona, que ahora ya no es visible desde el mar a causa del crecimiento progresivo del puerto y de la ciudad. Es el punto donde se cruzarían la Meridiana y el Paral·lel si se prolongaran. Ya hace más de un siglo que el faro se convirtió en reloj, y que se limita a informar sobre la hora. Desde el muelle de Pescadors se tiene una mirada diferente sobre Barcelona: es uno de los pocos puntos en que tienes una buena vista del conjunto de Barcelona mirando hacia la montaña.

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Torre del reloj. Foto: Jordi Ferrer.

Obra de Felipe V

El actual puerto de Barcelona se fue conformando en el siglo XVIII. Cuando se construyó la Barceloneta, para acoger a los vecinos del barrio de la Ribera expulsados por la construcción de la Ciutadella, la sedimentación se incrementó y permitió crear el puerto. En 1772 se construyó el faro, cerca de donde acababa el espigón en la época. A partir de aquí el puerto no ha parado de crecer, con más espigones y más áreas dedicadas a carga, cruceros, veleros... El porcentaje de puerto dedicado a los pescadores, en cambio, no ha crecido al mismo ritmo. Más bien al contrario.

Supervivientes

En Barcelona hay muchos menos pescadores de los que había anteriormente. De un centenar de barcas que faenaban desde este puerto en los años 1970 (con un millar de trabajadores), tan sólo quedan una veintena. En el muelle de Pescadors ya quedan pocos rederos, los artesanos especializados en reparar y rehacer las redes. De hecho, el muelle de pescadores ha ido perdiendo superficie: lo han "recortado". El verano pasado una parte de este muelle fue cedido a la zona de yates, que es la que no para de crecer. Los pescadores actuales se mueven entre la nostalgia de los tiempos pasados, cuando eran muchos más y conseguían más pesca, con el aprecio por las nuevas tecnologías, que les permiten trabajar mejor. Los patrones que empezaron a pescar en aquellos tiempos en que tenían que identificar donde faenaban a simple vista, por triangulación, no pueden dejar de elogiar el GPS: "Es la crème. Deja descansar la cabeza del patrón", dice uno de ellos.

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Lonja del pescado de Barcelona. Foto: Laura Gómez.

Pescadores con el medio ambiente

Uno de los motivos de la reducción del número de pescadores es la degradación de los ecosistemas mediterráneos. Los pescadores recuerdan, cerca de la ciudad, una zona donde no se podían lanzar las redes, porque resultaban estropeadas por las hojas cortantes del nácar, una especie de mejillón de un metro de altura. Ahora no queda nácar en la zona. Ni uno. Otras especies también han sufrido graves reducciones. Los pescadores creen que uno de los motivos principales de esta desaparición es la contaminación (tanto por productos químicos como por desperdicios). Ellos mismos son víctimas directas de la contaminación. Sus redes acostumbran a salir llenas de compresas, plásticos y, sobre todo, toallitas higiénicas (uno de los grandes problemas para ellos). Hace falta repasarlas con frecuencia para que sigan siendo operativas. "Estamos haciendo de basureros", denuncian. También critican las obras de modificación del litoral, que han provocado cambios importantes en los fondos marinos: dicen que en la zona de Castelldefels ya no hay ni chirlas ni tallarinas, porque han cambiado las corrientes. Los dragados de puertos y la construcción de playas artificiales han provocado grandes alteraciones en la costa y han destruido muchos fondos marinos. Los pescadores aseguran que ellos trabajan con mucho cuidado, respetando las vedas ecológicas, pero que la pesca se ha reducido sustancialmente.

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Marinero revisando redes. Foto: Laura Gómez.

Llegada y salida de barcos

Cada día, de lunes a viernes, de madrugada, salen del puerto de Barcelona los barcos de pesca de arrastre. Recorren unas 15 o 20 millas náuticas e inician su pesca. Lanzan una red tubular que deja escapar los pescados pequeños y va embolsando los grandes en el extremo de la red; al recogerla, los recuperan. Vuelven hacia las 5 de la tarde y venden su pescado inmediatamente, en la lonja. En cambio, los barcos de cerco, que se dedican básicamente al pescado azul, tienen un funcionamiento menos regular. Salen por la noche, ya que pescan de noche, deslumbrando a los pescados con focos y aprovechando su estado de confusión para rodearlos y pescarlos. Los barcos de cerco van siguiendo los bancos de peces y pueden detenerse a pasar el día en diferentes puertos, antes de volver a Barcelona, por eso su llegada es mucho más irregular.

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Carga de hielo en el barco. Foto: Laura Gómez.

Del mar al mercado

La lonja del pescado de Barcelona no parece la lonja de una gran ciudad. Es de pequeñas dimensiones (se espera construir una nueva muy pronto) y tiene el aspecto de la lonja de un pueblo de pescadores. Una higuera chumba corona el techo del edificio, situado junto al faro convertido en reloj. Este miércoles esperaban la subasta sólo una veintena de compradores... A las cuatro y media, puntuales, llegaron los cargamentos que se iban a subastar. El dominio es de las gambas, grandes y pequeñas, pagadas a precios considerables, pero había muchos otros peces: pulpos, merluzas, pez de roca... Algunos de los productos son poco conocidos por la mayoría de los consumidores: sables, brótolas... El pescado se reparte en pequeños lotes que son subastados con celeridad, con precios descendentes. Los compradores conocen bien el procedimiento y efectúan las compras con seguridad, con sus mandos electrónicos. En una hora el procedimiento ya se ha completado. El pescado desembarcado en Barcelona irá a parar a algunos restaurantes destacados, a algunos supermercados y a algunas pescaderías. Pero la mayor parte del pescado que comerán los barceloneses no pasará por el muelle de Pescadors. Llegará, quizás, del otro extremo del mundo.

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Subasta del pescado. Foto: Laura Gómez.

Nuevas vías

Los pescadores de la Barceloneta intentan buscar nuevas vías para mantener su identidad. Incluso, a semejanza de los agricultores que se dedican a la agricultura ecológica, organizan la venta de cestas de "pescado de proximidad". Los pescadores barceloneses buscan vías para continuar con la actividad que han llevado a cabo durante generaciones.