La larga e intensa relación entre Catalunya y América va mucho más allá de la internacionalización del procés. El president Puigdemont, en una reciente visita oficial a los Estados Unidos, declaraba que "tenemos un instrumento nuevo que se llama Estado independiente para mejorar las relaciones con España, con Europa y con el mundo". Los catalanes que, en las centurias de 1700 y de 1800, fueron a hacer las Américas atravesaron el océano para hacer negocios. Para mejorar su estatus personal y familiar. Las fuentes documentales los describen como "laboriosos y emprendedores". Pero una vez arraigados en las colonias, emergía (porque no la habían perdido nunca) su identidad diferenciada. Las mismas fuentes los describen, también, como "muy arraigados a su lengua, a su historia y a sus costumbres". Aquellos catalanes, hijos y nietos de la derrota de 1714, fueron uno de los motores de los procesos independentistas de la América hispánica. Contribuyeron, decisivamente, a construir unas nuevas repúblicas. Estados independientes que se autoafirmaban con la voluntad de redibujar las relaciones con la antigua metrópolis colonial y con el mundo. El viejo sueño de 1714 trasplantado a las Américas.

La historia explicada

Año 1759. Carlos III -el de la Puerta de Alcalá- cuando puso los pies en Madrid comprobó que el imperio que había heredado estaba sumido en su enésima quiebra. Aquel edificio político era un gigante viejo y decrépito carcomido por la corrupción y asfixiado por la Inquisición. La historia revela que recorrió al refrán castellano que reza "a grandes males, grandes remedios". Mandó venir de Nápoles -su paraíso perdido- a Squillace, uno reputado gestor que sería la versión ilustrada de la troika comunitaria. Huelga decir que las oligarquías cortesanas de Madrid le declararon la guerra y que el rey, finalmente, le dio el pasaporte. Pero el cambio de aire que impulsó dejó algún recuerdo. Poco después llegaría el fin del monopolio comercial castellano con las colonias americanas. Carlos III, no por la gracia, sino por la necesidad, autorizó a todos los puertos peninsulares -los catalanes, también- a comerciar con América. Año 1778. Empezaba, de nuevo, la historia entre Catalunya y América.

Buenos Aires, 1810. Discusiones entre independentistas y carlotistas (Museo Histórico Nacional. Buenos Aires)

La historia no explicada

Una historia documentada. Porque la interpretación de las fuentes anteriores apunta claramente a que el control oficial de la emigración hacia América era un agujero negro de corrupción. Que significa que las colonias se habían convertido, también, en el punto de destino de delincuentes fugitivos y de minorías perseguidas. A los ladrones de caminos, a los asesinos en serie o a los magnicidas se les sumaban gitanos, agotes, chuetas y protestantes. Catalanes, también. Un cuadro abonado a la tragedia, que dibuja con precisión aquella España pretendidamente ilustrada de factura borbónica. A partir de la llamada libertad de comercio, las matrículas de embarcados revelan una corriente migratoria relativamente importante, que traza un eje entre Catalunya y la América hispánica, sobre todo hacia Buenos Aires, Montevideo, Asunción y Lima y sus respectivas zonas de influencia. Los virreinatos del Río de la Plata y del Perú.

Los catalanes que fueron a hacer las Américas

Los catalanes que fueron a hacer las Américas huían de la miseria. No tenían ninguna relación con los elementos del aparato funcionarial. Catalunya sufría la suma de las consecuencias de la crisis hispánica y del espolio fiscal iniciado en 1714. El precio de la derrota que se hace llamar "reparación de guerra". Con un millón de habitantes era, junto con Andalucía y Galicia, el territorio más poblado de los dominios peninsulares borbónicos. Y con este paisaje, el drama de la emigración adquirió, como siempre ha sido, la categoría de oportunidad. Las fuentes confirman que a finales de la centuria de 1700, al amanecer de los procesos independentistas, las comunidades de catalanes representaban, aproximadamente, un 10% de la población de las principales ciudades coloniales. Pero con la particularidad de que ejercían el control del aparato comercial y, en consecuencia, tenían un peso, en el conjunto de la colonia, muy superior al estrictamente demográfico. Aquello de "laboriosos y emprendedores".

Montevideo a finales del siglo XVIII (Wikipedia Commons)

El emigrante catalán

La emigración catalana tenía una curiosa relación con la patria de origen que se fundamentaba en la cuestión comercial. Las fuentes de nuevo nos revelan que los catalanes de América crearon un eje de intercambio comercial -básicamente- con los productores textiles de Barcelona y los destiladores de alcoholes de Reus. Una réplica ágil y discreta de las pomposas y torpes Compañias de Comercio y las Realas Fábricas patrocinadas por los gobiernos de Madrid. Exportación de lana, piel o algodón en rama hacia los telares catalanes e importación de textiles y de aguardientes, que eran apreciadísimos por las elites coloniales. Tanto las criollas como las funcionariales. Una pequeña cata del lujo europeo en las remotas Américas. Un cordón umbilical que contribuyó a mantener la cultura catalana en aquellas comunidades de nuevos criollos. Cuando menos, en lo más esencial: la lengua. E incluso la ideología: la de "el catalán de las piedras saca pan", originada a partir de la brutal represión borbónica de 1714.

Santiago de Chile, Plaza de Armas, a principios del siglo XIX (Wikipedia Commons)

La ocurrencia de Aranda

Cuando Napoleón Bonaparte -en Bayona- "compró" la corona española a Fernando VII, se intensificaron los movimientos revolucionarios americanos. Un malestar cuya raíz se halla en el siglo anterior. Treinta años antes, Aranda, ministro de Carlos III y gran privatizador -por decirlo de algún modo- de los Monegros aragoneses (el mayor bosque comunal de Europa), había propuesto convertir los virreinatos coloniales en monarquías de pacotilla, gobernadas por la parentela del Borbón. Una especie de Commonwealth con música sacra. Una ocurrencia que le costó el cargo, y que delata que el independentismo tenía una trayectoria. A la ocurrencia de Aranda, sin embargo, le pasó como a todas. Que van y vienen. El año 1806, después de la operación Bayona, surgió un movimiento político que se hacía llamar "carlotista", por Carlota, la hermana de Fernando VII y candidata de las clases militares españolas arraigadas en las colonias del sur y contrarias a la independencia.

Asunción, a principios del siglo XIX (Archivo Nacional. Asunción)

Ni Bonapartes ni Borbones: independencia

Allí donde la presencia militar española era más débil, el debate fue intenso e inflamado. Independentistas contra carlotistas. En el virreinato del Río de la Plata (los estados actuales de Argentina, Uruguay y Paraguay), los cabildos abiertos (la representación asamblearia de los propietarios coloniales) votaron la expulsión del virrey hispánico. Y votaron también el camino a seguir. En este punto es donde entran en juego los catalanes. Tanto en Buenos Aires como en Asunción, los catalanes se posicionaron decididamente a favor de la constitución de una república e inclinaron la balanza a favor de la independencia. Que quería decir, explícitamente, contra el Bonaparte de Madrid y contra el Borbón de Bayona. Y que quería decir, también, contra un imperio que no tenía ningún futuro. En Buenos Aires, Matheu, natural de Mataró, y Larreu, natural de Balaguer, serían destacadas figuras que alcanzarían la categoría de padres de la patria argentina. La venganza de 1714.