Esta última semana ha sido, un año más, un desastre desde el punto de vista de la productividad laboral. Antes de desgranar el asunto por partes, quizá convenga aclarar cuál debe ser el espíritu de un calendario de festividades en un país. Los días festivos responden al respeto hacia efemérides religiosas y tradiciones populares. A nadie se le ocurriría cambiar el día de Navidad, por tradición secular. Del mismo modo que el uno de enero es año nuevo o el 24 de septiembre, la Mercè o patrona de la ciudad de Barcelona. Si movemos tal fecha, puede haber barricadas en las calles de la ciudad condal, del mismo modo que si movemos la Almudena se liará gorda en Madrid.

Pero más allá de algunas fechas que no ofrecen discusión, hay otras donde el criterio prevaleciente debería ser el laboral o económico. Los festivos del 6 de diciembre y 8 de diciembre, por la Constitución y la Purísima Concepción, la verdad que son bien discutibles desde el punto de vista social. Dos festivos separados por un día laboral producen, de año en año, todo tipo de combinaciones en los que la gente se guarda días que, ubicados con arte, producen periodos de hasta diez días seguidos de asueto en un mes brevísimo en lo laboral, pues, a partir del 24 de diciembre, queda casi finiquitado por las vacaciones de Navidad. Quien haya hecho el superpuente y su empresa cierre por Navidad, habrá trabajado doce días únicamente. Doce días en el último mes fiscal y donde muchas empresas se juegan el año es una insensatez. Pero el derecho laboral no admite discusión alguna y, salvo pacto sindical con la empresa, nadie se puede oponer.

Un mes con 12 días de trabajo puede reducir la productividad anual en medio punto porcentual. Estamos hablando de miles de millones de euros

Alguien puede pensar que exagero. Pero caídas de productividad de un punto porcentual tienen impacto económico. Un mes con 12 días de trabajo puede reducir la productividad anual en medio punto porcentual. Estamos hablando de miles de millones de euros.

Por otro lado, en España, tenemos la mala costumbre de situar días para fiestas locales (las propias festividades de cada municipio) y las llamadas de libre disposición para niños que, no se lo pierdan, las deciden los propios colegios e institutos. A los políticos se les llena la boca cuando hablan de igualdad de derechos y de conciliación, pero la conciliación debería empezar por ahí, por una buena gestión del calendario de festividades del país. Los profesionales con hijos en edad escolar, que son millones, acaban, lógicamente, por alinear los calendarios escolares con los laborales. Y esto complica todavía más el asunto. Las festividades, seamos sinceros, tienen ya poco de religioso. ¿Cuánta gente va a misa el día de la Inmaculada Concepción? Hay infinidad de efemérides alrededor de la Virgen María, por lo que podría moverse ese día a otro, al igual que la Constitución podría moverse a cualquier día relevante de la transición española. Que nadie ponga el grito en el cielo. No pasaría nada.

Otra carencia de la gestión económica de los calendarios anuales es la rigidez con los días de la semana en que cae cada festivo. Hay países donde, automáticamente, cuando un día festivo cae en martes, miércoles o jueves, se mueve al lunes o al viernes, de modo que la gente pueda disfrutar de varios días seguidos y que la semana laboral no se vea interrumpida, pues se sabe que son precisamente los días alternos de trabajo y fiesta los que producen ineficiencias y caídas de productividad.

Por otro lado, tenemos el desfase organizativo de las fiestas municipales de las grandes ciudades o capitales y comunidades autónomas. Porque los madrileños reciben llamadas de trabajo de cualquier ciudad el día de San Isidro y los catalanes reciben llamadas el 11 de septiembre, la Diada. Entiendo que estas situaciones son más difíciles, dado el carácter político de tales fechas. Pero esto se añade al galimatías anterior.

Esta semana ha sido un drama en lo laboral para quien tenga un mínimo de responsabilidad en su organigrama. Mandos intermedios hacia arriba han tenido que lidiar con niños, maletas, llamadas, videoconferencias, deadlines, entregas, reports y ventas.

No pretendo ser economicista. Entiendo el primero que todo festivo tiene una componente social, religiosa o tradición. Pero considero también que, en un mundo global y competitivo como estamos, hay que empezar a incorporar la vertiente económica, ni que sea como criterio adicional, en el diseño del calendario anual de festividades.