Me preocupa la importancia que damos al tema de la productividad y los pobres datos con los que la aproximamos. Aun así, no nos privamos de sacar conclusiones sobre su evolución, comparativa entre países y sectores. Quisiera aquí comentar un conjunto de cosas no siempre suficientemente reconocidas, que me hacen pensar que es necesario matizar las conclusiones mientras no mejoremos las estimaciones de la variable productividad.

En general, se estima la productividad computando el valor añadido bruto, pero sabemos que hay sectores en los que no se estima este valor a partir de volúmenes y precios, sino que se identifica directamente con el coste de sus factores de producción, lo que naturalmente impide su interpretación como ‘productividad’. Lo hacemos a menudo por hora trabajada. Quiere decir que suponemos la linealidad del esfuerzo productivo en el tiempo. De entrada, esto implica que bajar horas (las de menor rendimiento marginal productivo) mejoraría la productividad; trabajar más, la reduciría. Si el análisis se hace por empleado estaríamos necesitados de hacerlo en términos equivalentes, dada la disparidad que hay hoy de formas contractuales con una metodología homogénea.

Utilizar el número de ocupados o de horas trabajadas asume que la relación capital trabajo no varía en el tiempo, o simplemente que los cambios no son relevantes. En todo caso, el vínculo entre empleo y demografía no es directo: inmigración es población activa y la ocupada no siempre es legal, y no es tampoco sustituto uniforme de trabajo y oficio. Y en cuanto a su estimación concreta, remarcamos que en el VAB se confunden volumen y precios: el mismo bien o servicio reflejaría un valor más alto simplemente por un mayor precio, lo que significa o bien que la calidad del producto lo hace diferente, o que la exposición al mercado y a la competencia marca una elasticidad precio diferente, o, si no son bienes o servicios transaccionables, reflejaría la diferente capacidad adquisitiva de la sociedad en la que se suministran.

Como resultado de lo que hemos mencionado, una variable ‘flujo’ (renta) traducida como progreso negligencia el componente ‘stock’, el balance, el patrimonio, del cual proviene aquella renta. Ganar renta destrozando patrimonio no es progreso. Además, contempla la parte de los ingresos corrientes sin considerar la parte de los gastos corrientes que los hacen posibles. Algunas de ellas no pasan por el mercado (por tanto, sin efectos directos de arrastre), ya que corren a cargo del sector público, a menudo en forma de externalidades negativas de aquel mismo crecimiento económico a financiar con impuestos que tienen exceso de gravamen por la ineficiencia que sus distorsiones causan.

Me preocupa la importancia que damos al tema de la productividad y los pobres datos con los que la aproximamos

Además, el PIB per cápita como medida a la que se traslada aquel VAB por hora trabajada, tiene muchos supuestos discutibles (como por ejemplo, qué pasa con los excedentes empresariales), y más aún si se quiere traducir en ‘progreso’. Esto se debe a que lo que computa el PIB no es la renta disponible -bruta familiar o personal-, neta de impuestos, prestaciones en especie y transferencias monetarias- en capacidad adquisitiva, que es lo relevante. Y más aún si se quiere identificar la renta con el ‘bienestar’ -según desutilidad del trabajo, riesgo asumido para obtenerla, deterioro del capital humano, valores culturales en disfrutar más o menos de una determinada renta, más allá de adquirir bienes y servicios en el mercado. Quien se apropia de los excedentes, y de su efecto sobre la desigualdad, puede marcar también la traslación a bienestar de unas ganancias de productividad medidas de la manera anterior.

En cuanto a los análisis comparativos en el estudio de los diferenciales de productividad, las prescripciones deben ser diversas si inciden en una economía sin alternativas de producción, respecto a aquellas otras en las que la irrupción del sector rentable, pero de baja productividad, ha hecho perder otras actividades económicas ya existentes, que en horizontes de medio plazo tenían perspectivas superiores. También en las prescripciones, hay que separar la baja productividad mitigable por acciones de política económica (reorientación de los productos, expulsión del sector de las ‘manzanas podridas’, forzando que asuman los costes externos que provocan, eliminando subvenciones implícitas o no, que los mantiene en el sistema productivo... y que deberán confrontar la diferente elasticidad precio de sus productos), de las no mitigables a corto plazo, como sería el efecto fijo de las instituciones del país (marcos legales y fiscales estables, corrupción, capital social). Notamos también que en comparativas internacionales se puede estar utilizando el ajuste de capacidad adquisitiva entre países, pero entre regiones de un mismo país negligirlo bajo la etiqueta de euros ‘constantes’.

Preocupa, finalmente, el rol que se atribuya al capital (tecnología, ineficiencia-x, o por know how). Para proveer alguna intuición, quizás se podrían proyectar los datos iniciales en el tiempo de VAB por ocupado y multiplicarlo por el incremento en el período observado del número de ocupados; y analizar la diferencia entre el calculado y el observado, para intentar descomponerlo por cualificación de los nuevos ocupados, y residualmente aproximar el papel del capital.

Mucha tarea por hacer, por lo tanto, antes de sacar prescripciones unidireccionales.