La cantidad de muertes que está habiendo en China se veia venir. Nunca sabremos hasta qué punto el gobierno chino decidió cancelar su política de covid cero debido a la presión popular o si, por el contrario, sencillamente anticipó unas semanas lo que ya tenía decidido de antemano: que había llegado el momento de anular todas las medidas de seguridad y cordón sanitarios, tan estrictas, y dejar al virus campar a sus anchas y extenderse por el país, con tal de alcanzar la inmunidad de la población por vías naturales y no médicas (vacunas).

¿En qué momento podía tomarse tal decisión? ¿Cuál era el criterio? Pues el mismo que en Occidente. En el momento en que la variante más común alcanzase un porcentaje de mortalidad similar al de una gripe fuerte o, cuando menos, un nivel asumible. ¿Y qué es asumible? Bien, esa ya es una decisión ética, porque hablamos de muertes seguras. Seamos sinceros. Tanto en guerra como en pandemia, hay momentos en que la raza humana decide sacrificar a los suyos para que el resto sobreviva. Es durísimo, pero es así. La especie humana piensa individualmente, pero también de forma colectiva. La supervivencia de la especie es un rasgo esencial de nuestras formas de organización social y, por supuesto, de nuestras decisiones.

El problema de China es su tamaño poblacional, su elevado porcentaje de personas mayores y su incapacidad para atender debidamente, desde un punto de vista sanitario, a todos los que iban a enfermar, específicamente en las zonas rurales, donde los recursos sanitarios son menores y se registra mayor número de ancianos.

En el mundo, en cualquier país, ha habido un momento en que se ha tenido que poner en un lado de la balanza las inevitables muertes que iban a producirse tras eliminar confinamientos versus la necesidad de volver a impulsar la economía y evitar una catástrofe económica.

En las empresas es exactamente igual. Muchas veces, la propiedad o la dirección de una organización ha de decidir entre seguir salvando a toda la tripulación a riesgo de que se hunda el buque entero o bien sacrificar a algunos de sus miembros con tal de que, finalmente, el barco sea salvado. Desde luego, no puede compararse una vida humana con un despido. Nada que ver. Pero, si tomamos distancia y lo analizamos fríamente, la situación guarda paralelismos. Se sacrifica a una parte para salvar el todo.

Una reestructuración (o asumir sacrificios en un país) requiere fuertes dosis de liderazgo. Es muy fácil ser un líder cuando se trata de dar noticias buenas. Pero que la tropa siga creyendo en el líder cuando ve cómo sus compañeros son derribados, es otro cantar.

Las competencias de liderazgo que se precisan para afrontar sacrificios (en empresas, reestructuraciones de plantilla), aunque parezca mentira, son muy similares a las que se necesitan en momentos boyantes. Porque, después de todo, de lo que se trata es de que la gente crea y tenga fe en lo que se está haciendo, que no se dude acerca de las difíciles decisiones que se están tomando: las personas deben tener fe en el futuro, porque vamos a necesitar su motivación y su empeño en unas circunstancias de duelo por los compañeros perdidos y de miedo ante la posibilidad de ser ellos los siguientes de la lista.

Solo hay una receta para asegurar el compromiso de los equipos en momentos de bajas generalizadas: sinceridad, honestidad y transparencia. Las personas necesitan comprender bien tres cosas. Primero, el porqué de las decisiones que se han tomado. Deben ser conscientes de que se ha hecho todo lo posible para evitar la decisión que, finalmente, ha sido inevitable tomar. En segundo lugar, deben conocer los criterios con los cuales se ha despedido y con los que se ha decidido conservar al personal. Son momentos en los que debemos aprovechar para insistir acerca del tipo de acciones, actitudes y resultados que necesitamos. Y, en tercer lugar, hay que ser muy transparentes en cuanto a las probabilidades de supervivencia. Tras estos sacrificios, ¿estamos ya en disposición de salvar la nave? ¿Sigue habiendo vías de agua? ¿Va a haber más sacrificios?

Si no tenemos clara alguna de estas respuestas, hay que decirlo. Recuerdo que Angela Merkel, cuando empezó la pandemia, se dirigió al pueblo alemán en unos términos que pocos gobernantes usaron y que demuestran su gran capacidad de liderazgo. Dijo que iba a tener que tomar decisiones muy difíciles, algunas de las cuales probablemente debería rectificar, porque se enfrentaba a una pandemia nueva y desconocida. Asumió y compartió el grado de incertidumbre de la situación.

Una vida humana no es equiparable a un despido. Pero es nuestra forma humana de actuar: en determinadas situaciones, sacrificamos a los nuestros para sobrevivir. Es duro, pero para el ser humano el grupo prevalece sobre el individuo. En lo pandémico, en lo social, en lo bélico, en lo económico… y en lo empresarial.