El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha publicado recientemente los últimos datos sobre natalidad en España. Durante el año 2023, se contabilizaron un total de 322.075 nacimientos, lo que representa una disminución del 2 % con respecto al año anterior. Estas cifras resultan preocupantes, ya que marcan el punto más bajo desde el inicio de los registros en 1941, evidenciando una caída del índice de casi el 25 % en comparación con el año 2014.

La procreación humana, más allá de su significado biológico, desempeña un papel fundamental en el crecimiento y la estabilidad económica de un país. El decrecimiento demográfico es la variable clave que desde hace tiempo amenaza y pone en jaque el estado del bienestar en nuestro país. Pero el declive en la tasa de natalidad no es exclusivo de España, sino que afecta a varios países como Italia, Japón, Corea del Sur, China, entre otros, suscitando inquietudes sobre el futuro demográfico. Sin lugar a dudas, esta crisis de natalidad acaba amenazando no solo el futuro económico de los países, sino también el porvenir mismo de la humanidad.

A lo largo de los años, los patrones culturales y sociales han venido marcados por la idea de que el camino hacia la felicidad implica casarse, tener hijos, trabajar arduamente y esperar la jubilación para disfrutar del tiempo libre con la familia y amigos. Sin embargo, para muchos jóvenes y no tan jóvenes, este esquema tradicional puede resultar insatisfactorio hasta el punto que las nuevas generaciones, a pesar de plantearse una vida con una relación de pareja estable, decidan eliminar la opción de ser padres de su plan de futuro.

Es comprensible que si los jóvenes luchan por mantenerse a sí mismos, les sea difícil imaginar cómo podrían sostener también a sus futuros hijos

Según una encuesta del Centro de Investigación Pew realizada en Estados Unidos en 2021, el 44 % de las personas de entre 18 y 49 años que no tienen hijos afirmaban que es "poco probable" o "nada probable" que los tengan en el futuro, lo que representa un aumento del 7% con respecto a la encuesta realizada en 2018. Paralelamente, en enero pasado se publicaron los resultados de la Encuesta de Generaciones y Género del Reino Unido, confirmando que entre los millennials mayores sin hijos, aproximadamente un tercio afirmó que definitivamente no tendrán descendencia, mientras que otro 20% indicó que es probable que tampoco lo hagan.

La respuesta a este cambio se encuentra en una combinación de diversos factores que, en conjunto, ofrecen sólidas razones para que las nuevas generaciones opten por no tener hijos. La preocupación por la sobrepoblación del planeta, el constante aumento del coste de la vida, la renuncia a la realización personal, el incremento en el precio de la vivienda y los gastos económicos que conllevan los hijos son los principales elementos que desalientan a los jóvenes millennials a tener descendencia.

Además, persiste el problema de que las responsabilidades domésticas y el cuidado de los niños recaen mayoritariamente en las mujeres, lo que continúa siendo un obstáculo significativo en el avance de sus carreras profesionales. Esta responsabilidad suele imponer sacrificios significativos en la mayoría de las mujeres, quienes empiezan a considerar que el balance entre las demandas familiares y profesionales no les resulta satisfactorio. Por ello, muchas optan por priorizar su vida personal y éxito profesional, buscando disfrutar de su tiempo sin las complicaciones adicionales que conlleva tener hijos.

La decisión de tener hijos es totalmente personal y no todas las personas sienten la necesidad o el deseo de ser padres. Sin embargo, las generaciones más jóvenes, posiblemente influenciadas por un exceso de protección, tienden a sumergirse en un estado que prioriza en exceso al individuo, olvidándose de lo que hay a su alrededor.

La premisa con la que se idearon los sistemas de pensiones públicos ya no es válida. Las nuevas generaciones desafían por completo su continuidad y estabilidad

No hay duda de que el futuro de nuestros jóvenes se presenta notablemente diferente al de nuestros padres, a pesar de contar con una mayor educación y oportunidades. Se cuestiona factores tan esenciales como la vivienda, el mantener un ahorro sostenible o garantizar una calidad de vida que permita dejar de trabajar con un buen estado de salud. Es comprensible, pues, que si los jóvenes luchan por mantenerse a sí mismos, les sea difícil imaginar cómo podrían sostener también a sus futuros hijos. Como resultado de todo ello, optan por adoptar una perspectiva de vida distinta, mucho más individual que familiar.

Y como en todas las transiciones, este cambio de preferencias deja al azar lo que pueda suceder cuando la generación X y posteriores llegue a su “momento dorado” de jubilación. Quizás, como hijos de los baby boomers y padres de los millennials, esta generación X, como su nombre indica, continuará en una encrucijada sin definir.

Es evidente que el crecimiento demográfico sostenido es necesario y juega un papel crucial en la continuidad del ciclo económico mediante la sucesión generacional. La premisa con la que se idearon los sistemas de pensiones públicos ya no es válida. Las nuevas generaciones desafían por completo la continuidad y estabilidad económica del sistema, puesto que el verdadero problema no radica tanto en la disminución de la natalidad, sino en la ausencia de ella. Será necesario, pues, un cambio de paradigma que cuestiona, de manera inevitable, la continuidad del estado de bienestar.