Emigración: un reto que debemos gestionar

- Pau Hortal
- Barcelona. Sábado, 4 de octubre de 2025. 05:30
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La emigración nunca ha sido un accidente. Es parte de la historia de la humanidad, un impulso vital que atraviesa generaciones y geografías. Somos animales migrantes, aunque la política y la burocracia insistan en encasillarnos con papeles, sellos y fronteras. Desde los primeros Homo sapiens que cruzaron África hasta los jóvenes que hoy intentan llegar al sueño europeo, o aquellos que ponen rumbo a Berlín, Londres, Los Ángeles o Toronto, la emigración responde a una mezcla de necesidad y deseo: necesidad de sobrevivir, ansia de prosperar.
Sin embargo, seguimos tratando el fenómeno como una anomalía: un problema que hay que contener, una fuga de cerebros o de brazos que contabilizamos como una pérdida para la sociedad de origen y como un problema para la de llegada. Y aquí está el error: la emigración no se detiene, se gestiona. Lo contrario es abundar en fórmulas que siempre fracasan: levantar muros, criminalizar la movilidad o reducir el debate a números de entrada y salida. En todo caso, solo hay dos alternativas: o la consideramos un drama o pensamos que es una oportunidad. Es decir, dos narrativas que alimentan el miedo y excluyen el elemento esencial en el sentido de que es, simultáneamente, un reto y una oportunidad.
El desafío está en la descapitalización de talento, en el riesgo de desigualdad territorial, en la brecha entre quienes pueden marcharse y quienes no. La oportunidad radica en las redes transnacionales que se crean, en el capital cultural y económico que circula, en la capacidad de tejer comunidades que son a la vez locales y globales. La pregunta clave no es “¿cómo evitar que la gente emigre?”, sino “¿cómo la gestionamos para que el proceso se haga eficientemente y aportando el mayor valor?”.
Las políticas laborales y sociales en materia de inmigración han sido tradicionalmente conservadoras y a menudo se centran en impedir, retener, castigar y repatriar. Pocas veces se ha planteado con seriedad una política integral de emigración, esto es, asumir su inevitabilidad y diseñar mecanismos para que tenga retornos tangibles en ambos entornos (salida y acogida). Gestionar la emigración implica asumirla como parte de una estrategia de desarrollo y no como un daño colateral.
Las políticas en materia de inmigración han sido tradicionalmente conservadoras y a menudo se centran en impedir, retener, castigar y repatriar
Y aquí está la paradoja: emigrar es un derecho, pero también un riesgo. Derecho a buscar horizontes distintos, a salir de contextos que asfixian, a reinventarse en otras latitudes. Riesgo de precariedad, de desarraigo, de ingreso en cadenas globales de explotación. La gestión de la inmigración no debería decidir quién se va o quién se queda, sino acompañar en el proceso. Para ello deberíamos de establecer sistemas de movilidad organizados o regulados, facilitar información realista sobre el proceso, tejer sistemas de protección social de carácter internacional y combatir todas las formas de explotación laboral. Lo cual no resulta nada fácil ni sencillo.
El verdadero bloqueo está en el modelo mental con el que abordamos la emigración. El cambio de paradigma exige reconocer a los emigrantes no como enemigos, sino como agentes de transformación. Aportan nuevas visiones, conectan mundos diversos, pueden ser incluso aceleradores de innovación. Allí donde existe emigración, hay también circulación de modelos, lenguajes, tecnologías y valores. Y ese flujo, bien gestionado, puede convertirse en motor de cambio social. Deberíamos de superar las cadenas que nos atan a los binomios siguientes: en el origen, “emigrar es malo porque pierdo gente” vs. “es bueno porque recibo remesas”; en la llegada, “la emigración es mala porque me genera problemas sociales” vs. “es buena porque cubro necesidades que no soy capaz de atender sin ella”.
No se trata ya de cambiar políticas, sino de transmutar la manera en que entendemos la movilidad humana. Pasar de verla como fuga a concebirla como flujo. De enfocarnos en el control a poner énfasis en la conexión. De percibir amenaza a cultivar oportunidad. La emigración es un fenómeno estructural, global, inevitable. Pretender frenarlo es como intentar detener el viento. La clave está en diseñar velas, no muros. Y eso significa articular políticas públicas, pero también narrativas sociales que reconozcan la dignidad y la potencia de quienes deciden (o se ven obligados) a emigrar. Se trata asimismo de trabajar para que el emigrante se inserte social y culturalmente en la sociedad de acogida. Deberíamos de trabajar por evitar la generación de “guetos”. La integración del inmigrante ha de ser un compromiso compartido.
Necesitamos dar un nuevo enfoque a la gestión del fenómeno migratorio. Y ello supone dejar de preocuparnos del corto plazo y pensar en términos estratégicos. Por ejemplo: tomar consciencia que, habida cuenta del descenso en la natalidad, es muy probable que en nuestro país tengamos un déficit de 2,5 millones de trabajadores en el año 2040. Parece muy lejos, pero solo quedan 15 años. Por ello, la gestión de la emigración es un reto que no deberíamos de dejar que se convierta en un problema irresoluble.
La emigración es un fenómeno estructural, global, inevitable. Pretender frenarlo es como intentar detener el viento
Una gestión inteligente del fenómeno migratorio supone:
- Reconocer los derechos humanos: toda persona migrante debe ser reconocida como sujeto de derechos fundamentales inalienables (acceso a servicios básicos, justicia y protección contra la explotación y la violencia).
- Comprender las causas estructurales: la gestión migratoria no puede limitarse a las fronteras o al control. Hay que entender y abordar las causas profundas que empujan a las personas a emigrar (desigualdad económica, conflictos, crisis ambientales, falta de oportunidades, corrupción o persecuciones).
- Diseñar vías de movilidad reguladas y normalizadas: cuando no existen canales legales y seguros para migrar, las personas se ven empujadas a rutas peligrosas o a la irregularidad, lo que aumenta su vulnerabilidad y dificulta su integración.
- Promover la integración social y económica: los procesos migratorios no terminan cuando la persona cruza una frontera, sino cuando logra integrarse en la sociedad de destino.
El desafío es enorme y la responsabilidad compartida. En un mundo interdependiente, es un fenómeno que deberíamos aprender a gestionar.