El daño invisible

- Fernando Trias de Bes
- Barcelona. Domingo, 15 de junio de 2025. 05:30
- Tiempo de lectura: 2 minutos
No es solo el dinero. No es solo el caso concreto. Es el daño invisible. Lo que no se ve, pero se siente. Lo que deja poso.
La corrupción no solo roba recursos públicos. También erosiona la moral colectiva. Justo ahora, en plena campaña de la renta y del impuesto de sociedades, es cuando más lo noto. Porque muchos ciudadanos y empresas —yo entre ellos— nos disponemos a cumplir con Hacienda. A declarar, a revisar, a pagar. A hacer lo que toca.
Y en ese mismo momento, abres el periódico y lees sobre comisiones ilegales, sobres en efectivo, adjudicaciones amañadas, fundaciones pantalla. Gente que movía cientos de miles de euros en bolsas de plástico. Gente que debería estar cuidando el bien común y se dedicaba a repartirse el pastel.
La base de un sistema fiscal justo es la confianza. El pacto tácito entre el ciudadano y el Estado: me pides una parte de mi renta y a cambio me das servicios
El efecto no es inmediato. Es más bien sutil. Una especie de desánimo que se instala. Una pregunta que se repite: ¿para qué? ¿Por qué tanto esfuerzo si luego el dinero que entregamos no tiene el destino que debería?
La base de un sistema fiscal justo es la confianza. El pacto tácito entre el ciudadano y el Estado: tú me pides una parte de mi renta, y a cambio me das servicios, equidad, oportunidades, infraestructuras, una red que protege a todos. Esa es la lógica que sostiene la cohesión social y la legitimidad del impuesto. Se llama el pacto social, y es la base de las socialdemocracias.
Pero cuando aparecen los escándalos de corrupción como el del PSOE de esta semana, ese pacto se resquebraja. No porque la gente vaya a dejar de pagar —la gran mayoría seguirá cumpliendo—, sino porque se enfría algo mucho más valioso: el compromiso. La convicción. Esa fuerza moral que hace que uno quiera contribuir. Que lo haga no por miedo a una sanción, sino porque cree en el proyecto común.
Cuando aparecen escándalos de corrupción como el del PSOE, el pacto social, base de la socialdemocracia, se resquebraja
La corrupción no siempre afecta a las grandes magnitudes, pero sí al ánimo colectivo. No en el número, sino en el ánimo. El contribuyente pasa de ser alguien comprometido a alguien resignado. Y el paso siguiente, muchas veces, es la desconexión: que cada uno mire por lo suyo, que se minimice la exposición, que se busquen atajos. No siempre ilegales. Pero sí orientados a no dar ni un euro de más.
He escuchado a empresarios decir que ya no colaboran en iniciativas institucionales porque no quieren mezclarse con según qué entornos. He visto profesionales renunciar a contratos públicos por no querer entrar en ciertas dinámicas. He visto el cansancio de autónomos que pagan impuestos sin rechistar, pero sienten que otros juegan con las cartas marcadas. Ese “¿quiere factura o sin factura?”, es más fácil proponerlo en medio de políticos ladrones y corruptos.
En otros países ha ocurrido. Italia vivió décadas de evasión fiscal crónica precisamente por esa ruptura entre ciudadanía y administración. En América Latina, el fraude generalizado no se entiende sin el precedente de las élites políticas corrompidas. Cuando el ciudadano percibe que el Estado es el primero que no cumple las reglas, ¿por qué iba él a hacerlo?
La gente no quiere pagar menos impuestos. Quiere pagar los justos. Pero, sobre todo, quiere sentir que sirven para algo
Es un terreno peligroso. Porque crear confianza lleva años. Y resquebrajarla es muy rápido.
No basta con castigar a los culpables. Hace falta reconstruir. Dar ejemplo. Mostrar que las instituciones tienen límites, controles, principios. Que quien delinque, por poderoso que sea, reciba un castigo ejemplar.
La gente no quiere pagar menos impuestos. Quiere pagar los justos. Pero, sobre todo, quiere sentir que sirven para algo. Que forman parte de un esfuerzo colectivo. Que cuando cede una parte de su renta o beneficios no es para financiar sobres ni campañas, sino para sostener algo que nos une.
Eso es lo que la corrupción pone en juego: no solo el dinero público, sino la energía cívica. Esa voluntad silenciosa que mueve a un país y lo convierte en un lugar donde todo el mundo quiera vivir, emprender y crear valor.
Qué vergüenza de gente.
Qué pena.
Eso es lo que la corrupción pone en juego: no solo el dinero público, sino la energía cívica
Qué insulto al Estado del Bienestar.
Qué inmoralidad para los que necesitan igualdad de oportunidades y que la salud pública les ayude a salir de una enfermedad o capearla mediante ayudas hasta sanarse.
No tengo palabras.
Solo tristeza.
Y rabia.