Los cuellos de botella de la economía española
- Fernando Trias de Bes
- Barcelona. Domingo, 28 de diciembre de 2025. 05:30
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Ahora que acaba el año, es buen momento para hacer balance. Los datos macroeconómicos son buenos, pero España está estancada. Muy estancada. Hemos aprendido a resistir. España ya no es frágil. Es resistente. Pero poco ambiciosa.
Durante años, el gran debate económico sobre el cuello de botella en España ha girado alrededor de la deuda pública. Su tamaño, su sostenibilidad, su impacto sobre las generaciones futuras. Sin restarle importancia, 2025 confirma que ese no es hoy el principal freno del crecimiento. La economía española no está limitada por un problema de financiación inmediata, sino por una serie de cuellos de botella estructurales que estrangulan su potencial. Y son otros.
El primero, y más visible, es la vivienda. No se trata solo de un problema social o político, sino de un fallo económico de gran magnitud. Y de una gran falta de planificación y consenso político, como explicaba en esta misma tribuna la semana pasada.
Un mercado inmobiliario incapaz de generar oferta suficiente limita la movilidad laboral, encarece el coste de la vida, reduce la capacidad de ahorro y desincentiva la asunción de riesgos profesionales. Cuando una parte creciente del salario se destina a pagar un techo, el consumo se resiente, la natalidad cae... Las economías con mercados de vivienda más funcionales presenten mayor dinamismo a largo plazo.
El segundo cuello de botella es fiscal, y aquí conviene matizar. España tiene una presión fiscal inferior a la media de la Unión Europea, pero un esfuerzo fiscal muy superior. Es decir, se recauda menos en términos de PIB, pero el coste relativo para ciudadanos y empresas es alto porque las rentas son más bajas. Y porque todavía hay demasiada economía sumergida.
Esto genera una percepción de asfixia que no se corrige comparando porcentajes agregados. El problema no es solo cuánto se recauda, sino sobre quién recae y cómo. Una estructura impositiva que carga de forma intensa sobre el trabajo y sobre las pymes acaba penalizando la creación de valor, la inversión productiva y el crecimiento empresarial.
A ello se suma la falta de una arquitectura fiscal clara a largo plazo. Se improvisa, se parchea y se modifica el sistema con objetivos recaudatorios de corto plazo, sin un diseño coherente que alinee ingresos, gasto y crecimiento potencial. El resultado es incertidumbre, y la incertidumbre fiscal es uno de los mayores enemigos de la inversión. Sobre ello he hablado varias veces aquí en On Economía este año.
El tercer cuello de botella es el modelo laboral, que sigue siendo dual y especialmente gravoso para las pequeñas y medianas empresas. Aunque los indicadores de empleo han mejorado, la dualidad no ha desaparecido; simplemente se ha transformado. Los fijos discontinuos funcionan en muchos casos como temporales encubiertos, mientras que los costes de contratación y despido siguen siendo un factor de riesgo elevado para las pymes. Ello incentiva estructuras empresariales pequeñas, baja escalabilidad y poca inversión en capital humano. Se crea empleo, sí, pero la productividad no aumenta. Veamos si con la IA somos capaces.
El cuarto cuello de botella es precisamente ese: la productividad. España ha demostrado ser capaz de absorber mano de obra incluso en contextos complejos, pero no de mejorar de forma sostenida el valor añadido por trabajador. Sin mejoras en productividad, los salarios reales no pueden crecer de forma duradera, y sin salarios más altos, el modelo se estanca. No es un problema coyuntural, sino estructural, ligado a formación, tamaño empresarial, innovación y marco regulatorio. Y, por supuesto, nuestra dependencia de sectores de servicios.
Todo ello explica por qué la economía española puede crecer, reducir inflación y mantener empleo, y aun así generar una sensación persistente de bloqueo, de parón, de pocas perspectivas, de desánimo generalizado. La macroeconomía va razonablemente bien, pero el país no.
España ha demostrado una notable capacidad para resistir crisis. El reto pendiente es distinto: el progreso sostenido. Y eso exige dejar de mirar solo los grandes agregados y empezar a actuar sobre los cuellos de botella que limitan el futuro económico del país. Y que son los que producen esta sensación de que vamos bien, pero ni sabemos a dónde vamos ni se vislumbran grandes oportunidades.