Catalunya: ¿talento a precio de saldo?
- Rat Gasol
- Barcelona. Martes, 16 de diciembre de 2025. 05:30
- Tiempo de lectura: 3 minutos
Hay una falacia que se ha ido instalando con absoluta naturalidad en el debate público sobre el mercado laboral: la idea de que los salarios suben. Que Catalunya avanza. Que el talento se valora. Que vivimos en un país que compite en calidad, conocimiento y productividad. Los titulares se encargan de repetirlo hasta convertirlo en dogma.
Esta sinfonía de optimismo se repite año tras año. Se publica, se comparte, se celebra. Queda bien. Pero cuando bajas del titular a la calle, cuando dejas de hablar con fuentes institucionales y empiezas a hablar con personas, todo se desmonta. Cuando examinas ofertas reales —no medias estadísticas ni gráficos agregados ni discursos políticos— el panorama es de una crudeza que cuesta asumir. Y cuando eres tú quien busca trabajo, cuando dejas de ser espectadora y pasas a ser un dato, la distancia entre titular y realidad deviene una ofensiva intelectual.
Los informes dicen que los sueldos crecen. La vida real dice que los sueldos bajan. Dicen que Catalunya retiene talento. El talento dice que hace las maletas. Dicen que somos una economía de conocimiento. Las ofertas dicen que el conocimiento se paga a precio de saldo.
Es legítimo preguntarse quién dice la verdad: los titulares o el mercado. Y es relativamente sencillo de constatar. Puestos que hace unos años se movían en la franja de los 50.000 euros anuales, hoy se ofrecen por 35.000. Incluso menos. Y en ningún caso hablamos de perfiles júnior, sino de profesionales con trayectoria, responsabilidad, idiomas, solvencia técnica y capacidad de liderazgo. Todo aquello que, según el relato oficial, “falta” en el país, hoy se remunera como si fuera abundante y prescindible. Porque sí: tenemos escasez de talento, pero también tenemos carencia de respeto por este talento.
Los informes dicen que los sueldos crecen. La vida real dice que los sueldos bajan
La devaluación es silenciosa. No sale en los medios. No consta en los informes de coyuntura. No la vemos en ninguna presentación institucional. Es una realidad que solo percibe quien la sufre. Y es sorprendente cómo todo un país puede ignorar un fenómeno que afecta directamente a su futuro económico.
El gran artificio es la media salarial, esa cifra que lo mezcla todo y no explica nada: industria, comercio, logística, servicios públicos, sanidad, administración, trabajos de base y una presencia residual de perfiles cualificados. Un cajón de sastre que fusiona realidades que no tienen nada que ver entre sí. La media crece porque también lo ha hecho el salario mínimo, porque algunos convenios se han revisado y porque sectores muy amplios han hecho adaptaciones. Pero nada de esto implica una mejora real en las retribuciones del talento cualificado, que lejos de mantenerse, se adelgaza escandalosamente.
Hay que decir que periodísticamente da el pego. El Observatorio del Trabajo y Modelo Productivo fija el salario medio en Catalunya en 2023 en 30.515 euros, un 5,1% más que el año anterior. Las estadísticas municipales sitúan Barcelona en 35.402 euros. Pero, una vez aplicada la inflación, el poder adquisitivo real cae por debajo de 2010. Y aquí reside la paradoja: los gráficos se elevan mientras la vida retrocede. Y la vida real que nadie quiere explicar es terca.
Un profesional cualificado puede tardar entre nueve y dieciocho meses en encontrar una posición digna. Muchas entrevistas terminan cuando se menciona la banda salarial histórica. El "overqualified" se ha convertido en el nuevo sinónimo de "demasiado viejo". Mientras tanto, empresas que exigen perfiles híbridos —digitales, analíticos, gestores, líderes— proponen salarios de 30.000 euros y se sorprenden cuando el candidato las mira con incredulidad. Los perfiles sénior, aquellos que aportan criterio y experiencia, son descartados sistemáticamente con justificaciones empaquetadas en eufemismos: que "se salen de la franja salarial", que "la posición está dimensionada a la baja", que "no encaja con lo que buscan". Todas maneras suaves de decir lo mismo sin pronunciarlo.
Ha llegado el momento de admitir que Catalunya está optando —consciente o inconscientemente— por un modelo laboral de bajo coste
El caso de los séniors es especialmente revelador. Profesionales con quince, veinte o veinticinco años de experiencia, con un bagaje que puede sostener una empresa, se encuentran fuera del mercado por un criterio tan pobre como previsible: son más caros de lo que el sistema está dispuesto a pagar. Esta es la contradicción que lo explica todo: un país que proclama que quiere retener talento es el mismo que lo deja escapar cada vez que lo tiene delante.
Catalunya tiene que atreverse a formular la pregunta que nadie quiere responder: ¿qué modelo de competitividad queremos? Porque no podemos aspirar a jugar en la primera división europea pagando sueldos de tercera. No podemos presumir de economía del conocimiento mientras tratamos al talento como si fuera un recambio prescindible. No podemos exigir excelencia y pagar mediocridad. No podemos invocar la retención de talento y, al mismo tiempo, expulsarlo.
Catalunya se ha convertido en un país que genera talento y lo deja marchar sin ningún retorno. Y el debate, en el fondo, ya no es salarial; es moral. ¿Qué vale una persona? ¿Qué vale su experiencia? ¿Qué vale una trayectoria entera? ¿Qué valen las horas dedicadas a hacer crecer empresas que hoy lo rechazan? ¿Qué valen los años de estudio? ¿Qué vale la competencia? ¿Qué vale, en definitiva, el talento?
Si la respuesta es poner un precio insultante al talento, entonces dejemos de fingir que queremos retener nada. Ha llegado el momento de admitir que Catalunya está optando —consciente o inconscientemente— por un modelo laboral de bajo coste.
Y un país que devalúa a sus profesionales se devalúa a sí mismo. Y cuando el talento se va, no vuelve. No porque no ame al país, sino porque el país no lo ha amado lo suficiente
Este es el punto que nadie quiere mirar de frente. Pero es el punto que lo explica todo.