La crisis de OpenAI, empresa creadora del famoso ChatGPT, se agudiza. Tras el despido de Sam Altman como consejero delegado de la firma, trabajadores e inversores se han echado encima de los responsables de la decisión. A la rebelión de los propios empleados, le ha seguido la de algunos inversores que valoran acudir a la justicia ante la posible debacle de la compañía tras la destitución de su cara visible y el escándalo que se ha organizado en los últimos días.

Todo empezó el pasado viernes, cuando la junta directiva de OpenAI decidió despedir a Saltman alegando que "no fue consistentemente honesto en sus comunicaciones" y que habían perdido su confianza en él. La decisión desencadenó un efecto dominó que todavía no se sabe donde acabará, pero que ha puesto patas arriba el sector tecnológico. Aquí es donde entra en juego Microsoft, uno de los principales inversores de la empresa pionera en inteligencia artificial generativa.

Según apuntan las informaciones, el actual director ejecutivo, Satya Nadella, presionó durante el fin de semana para que los responsables de la junta revirtieran la situación, cosa que no ocurrió. Fue entonces cuando Nadella decidió contratar a Altman y a sus socios más leales, como es el caso de Greg Brockman, quien dimitió como presidente de OpenAI tras la salida de su colega. Seguidamente, el 95% de la plantilla firmó una carta dirigida a la junta amenazando con marcharse de la compañía si no volvían a contratar a Altman.

La cascada de problemas se ha ido sucediendo y ahora algunos de los inversores de la compañía estudian acciones legales por la toma de decisiones que puede llevar a la joya de la corona de la inteligencia artificial a perder su millonaria valoración. Y es que, Sam Altman ha logrado llevar a OpenAI de la nada a los 86.000 millones de dólares en los que han valorado recientemente en una posible venta de acciones. Algo que generaría generosas plusvalías a sus trabajadores y a Microsoft, que cuenta con casi la mitad del capital de la empresa.

Ilya Sutskever, un verdugo arrepentido

El contexto es complejo y la situación de OpenAI muy delicada, pero todo tiene responsables. En este caso, la cabeza principal que tomó la decisión de echar a Altman fue la de Ilya Sutskever, presidente de la junta directiva. Sutskever quiso dar un golpe de timón y eliminar de la ecuación a los cofundadores de la tecnológica, pero le salió mal. Ni consultó al departamento legal, ni esperó siquiera a que cerrara la bolsa para no perjudicar a Microsoft, su principal inversor.

La decisión tampoco fue consensuada con el resto de inversores, ni tampoco se consultó a los ingenieros, trabajadores fundamentales en una herramienta tecnológica como la que han creado en OpenAI. Para llevar a cabo su plan, Sutskever contó con los votos de tres consejeros independientes: Adam D’Angelo, fundador y consejero delegado de Quora; Tasha McCauley, ingeniera de la Rand Corporation y Helen Toner, directora del Centro de Seguridad y Tecnologías Emergentes de Georgetown. El resto de la junta la componían sus fundadores Altman y Brockman, más el propio Sutskever, que ostenta el cargo de director de investigación.

Tras la cadena de sucesos que removieron las entrañas de Silicon Valley y el clamor popular para con Altman, Sutskever se retractó de su error y así lo quiso manifestar. “Lamento profundamente mi participación en las acciones del consejo. Nunca fue mi intención perjudicar a OpenAI. Amo todo lo que hemos construido juntos y haré todo lo posible para reunir a la compañía”, escribió el lunes en un tuit. Un mensaje que llegó tarde, pues Microsoft fichó a Altman y a Brockman y dejó claro que estaba dispuesto a incorporar al resto del equipo.

Una lucha ética por el futuro de la inteligencia artificial

Más allá de la sucesión de hechos, la cuestión vital se remonta al origen. OpenAI empezó como OpenAI Incorporated, una organización sin ánimo de lucro dedicada a promover el desarrollo de una inteligencia artificial (IA) segura. Sus valores incluían la investigación abierta y la colaboración con empresas y universidades para abordar los desafíos éticos y de seguridad asociados a su desarrollo. Pero más adelante llegó OpenAI Limited Partnership, la empresa con ánimo de lucro que creó el ya archiconocido ChatGPT.

Cuando la organización sin fines de lucro comenzó a vender acciones de una subsidiaria con fines de lucro que podría cambiar el mundo, las tensiones entre las dos partes del entramado se acrecentaron. Los objetivos de la organización sin fines de lucro se centran en la investigación, con un enfoque puesto en lanzar menos productos al mercado y asegurarse de que los que lanzan sean bienes públicos para la sociedad. Por contra, las empresas con fines de lucro suelen centrarse más en el producto, dando acceso privilegiado a grandes inversores como Microsoft y buscando la máxima rentabilidad.

Algo que solo podía derivar en una crisis interna por el futuro, de una de las startups con más potencial del mundo y de una tecnología con potencial para transformar la sociedad a un ritmo vertiginoso. En este punto, cabe destacar que OpenAI contaba con cuatro órganos de poder que funcionan separados y que no tenían los mismos intereses: la junta directiva; la alta dirección, encabezada hasta el viernes por el destituido director general Altman; los empleados; y los inversores externos, encabezados por Microsoft.

La mayor parte de los empleados de OpenAI trabajan para la parte del grupo con fines de lucro y esperaban poder vender algunas de sus acciones a una valoración de 86.000 millones de dólares, por lo que es lógica la reacción posterior a la destitución del líder. Por su parte, Altman, que curiosamente no posee acciones de OpenAI, había estado buscando recaudar miles de millones de dólares de Arabia Saudita y otros inversores para una organización con fines de lucro separada y centrada en la IA que se ejecutaría independientemente de OpenAI, tal y como informó Bloomberg.

Shear, un CEO a favor de ralentizar la IA

En cuanto a la parte de los inversores, el temor es perder cientos de millones de dólares que invirtieron en OpenAI, una joya de la corona en algunas de sus carteras, si los hechos recientes hacen colapsar a la startup más popular en el sector de IA generativa. Con toda la información existente hasta el momento, la elección del nuevo CEO en OpenAI manda también un mensaje en esta lucha intestina que divide la parte menos lucrativa de la más capitalista.

Así, la junta designó como consejero delegado interino a Emmett Shear, uno de los cofundadores de Twitch. Tras asumir el cargo, anunció la contratación de un investigador privado para intentar averiguar por qué su predecesor fue despedido. Pero lo más destacable de este nuevo nombre es que ha sido una de las mentes que se ha pronunciado en favor de echar el freno con el desarrollo de la inteligencia artificial ante sus posibles riesgos para el mundo.

Shear ha apoyado públicamente una "ralentización" de la IA para garantizar que sea segura, ya que cree que hay entre un 5% y un 50% de posibilidades de que se convierta en un riesgo existencial para la humanidad. Por lo tanto, el mensaje que manda la junta es claro y habrá que seguir los próximos movimientos de Shear al frente de OpenAI. Por el momento, ha escrito que "no está tan loco como para aceptar este trabajo sin el apoyo de la junta directiva para comercializar nuestros increíbles modelos".