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El 130º president de la Generalitat de Catalunya, Carles Puigdemont, es un accidente de la historia, una montaña donde debería haber un valle, o una puerta donde lo normal sería chocar con un muro de piedra. En la lógica autonomista no habría pasado nunca de ser un cargo de tercer orden idealista y motivado, de aquellos que reciben palmaditas de ánimo en la espalda. Si el president Mas fue programado para gestionar el "peix al cove" con Madrid, Puigdemont estaba destinado a pasarse la vida dando color y credibilidad a los ataques de indignación y a las proclamas patrióticas de las vacas sagradas de la tribu.

El día de la investidura, mientras explicaba quién fue Carles Rahola a Inés Arrimadas, me imaginaba a algunos moderados de su partido tratándolo de quijotesco no muchos años atrás.

–¿Te imaginas al Puigdemont de presidente de la Generalitat?

–¡Jajajaja!

Independentista de toda la vida, Puigdemont llega por sorpresa y como solución de urgencia. No es la primera vez que salva a su partido de un imprevisto. En las municipales del 2007, aceptó ser el candidato a la alcaldía de Girona, cuando Carles Mascort renunció después de recibir amenazas de muerte contra su familia. Puigdemont apareció como sustituto de última hora en un clima de tensión y escepticismo. Una legislatura después, ganó la alcaldía, y en el 2015 la revalidó, a pesar del derrumbe de CiU en las ciudades más importantes de Catalunya y a pesar de los grotescos monopolios socialistas que Joaquim Nadal había construido en la ciudad durante tres décadas.

Esta vez, Puigdemont también llega de rebote, pero se enfrenta a un panorama más complicado. Por delante tiene 18 meses de gobierno y una hoja de ruta impracticable para llegar a la independencia. Además, una parte del entorno convergente cree que ha hecho una jugada maestra o eso quiere vender. Mientras que las bases y algunos cargos intermedios están convencidos de que tarde o temprano se producirá una ruptura con el Estado, hay sectores que van diciendo que han tropezado con una fórmula genial para ganar las próximas elecciones y "asegurar 20 años más para el partido".

Ha vivido en un paisaje fértil y poético, en contacto con el latido de la tierra, por eso se entiende con la CUP más fácilmente que Mas y su coro
Ciertamente, Puigdemont es una figura perfecta para dar tiempo a Mas de regenerar Convergència. Para empezar, le da la posibilidad de competir con ERC en pedigrí independentista. Nacido en 1962, el nuevo presidente es hijo de un pastelero de Amer. Ha vivido en un paisaje fértil y poético, en contacto con las entrañas de la tierra, por eso se entiende con la CUP más fácilmente que Mas y su coro. Como Junqueras, lleva la bandera en el corazón, pero es de centroderecha y no está contaminado por el sistema de pedantería españolizador del área metropolitana. Si Puigdemont hubiera nacido en Barcelona sería un presidente perfecto, ni siquiera haría falta cambiarle las bufandas. Pero hasta hace poco, para hacer carrera en la capital de Catalunya te tenías que hacer españolista o cosmopolita.
Como Junqueras, lleva la bandera en el corazón, pero es de centroderecha y no está contaminado por el sistema de pedantería españolizador del área metropolitana
Puigdemont es el mejor sustituto de Mas para hacer la independencia, pero también podría ser el mejor títere para desactivarla. Porque si un independentista de orden, atractivo, que habla idiomas y conoce el mundo del periodismo y de internet, que ha leído los clásicos y se ha tronchado de risa con Néstor Luján, no puede liberar Catalunya, ¿quién podrá hacerlo? A Junqueras siempre se lo puede presentar como un historiador quijotesco o como un rehén de las izquierdas. El president Mas siempre será susceptible de ser visto como un empleado del pujolismo, como un político demasiado cerebral y demasiado anclado en el siglo XX, sin una identidad lo bastante fuerte para romper con España. Puigdemont es un producto genuino de la tierra. Basta con escuchar cómo hablan los tres líderes para ver cuál tiene una relación con el mundo más natural y más directa. Puigdemont no ha recibido las bofetadas de Junqueras, ni el adoctrinamiento de Mas.

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Hasta ahora había prosperado en la periferia del sistema con su sexto sentido de catalán que conoce el percal y también gracias a su aire de hombre inofensivo, bondadoso y afable. En 1992 era jefe de redacción del diario El Punt y los socialistas lo arrinconaron por su posición ante las detenciones de independentistas ordenadas por el juez Garzón. En 1999 creó la Agència Catalana de Notícies (ACN) i en el 2004 impulsó el diario en inglés Catalonia Today. Hace poco se hizo cargo de la AMI, cuando Josep Maria Vila d'Abadal dejó la presidencia. Ahora, finalmente, se encuentra en el centro del "juego de tronos" que tenemos organizado en Catalunya. El problema es que la setentena de leyes que tendrá que aplicar los próximos meses para romper con el Estado sólo le servirán para mantener la ficción de la desconexión durante un tiempo, hasta que haya que convocar nuevas elecciones o se pueda colgar el muerto del fracaso a la sociedad civil o a las izquierdas. Si Puigdemont se quiere salir adelante, necesitará alguna cosa más que la empatía de alcalde que hizo brillar en el debate de investidura.

Como es independentista y dice que es "falible pero insobornable", yo casi le aconsejaría que convoque un referéndum unilateral tan pronto como pueda
Como es independentista y dice que es "falible pero insobornable", yo casi le aconsejaría que convoque un referéndum unilateral tan pronto como pueda. De lo contrario, antes de que se dé cuenta se encontrará atado de pies y manos y convertido en un títere, ideal para quemar en una falla o en una hoguera de Sant Joan. A medida que gobierne, Puigdemont verá que su intuición es más eficaz que las hojas de ruta y las frases hechas del "processisme" estático. El nuevo president deberá actuar a ciegas en medio de una lluvia de conspiraciones, de prejuicios y complejos y, en la guerra, no debes esperar a ver venir la flecha hacia ti, tienes que intentar sentirla para poder esquivarla a tiempo. Para Puigdemont será tan difícil hacer de secretaria de los "processistes" y sus estrategas de pizarrín como ejercer de líder del país. Por mucho que Mas le pusiera la mano en la mejilla el día de la investidura, como dando a entender que es su hombre, a Puigdemont le ha aupado la presión independentista. Si no olvida eso, escogerá el mejor camino. Parece que el país confía en él.

(Fotos: Sergi Alcàzar)