Felipe González nació en Sevilla en 1942 en una familia de ideales republicanos que tenía una pequeña vaquería en el modesto barrio de Heliópolis. Aunque empezó militando en organizaciones democratacristianas, en 1964 se afilió al PSOE, que entonces operaba en la clandestinidad y era dirigido desde el exilio. Diez años más tarde se convertía en el secretario general del partido con sólo 32 años.

La carrera de González no se entiende sin el interés que tanto la dictadura como el bloque occidental tuvieron en promover una Transición descafeinada, que no pusiera en riesgo la estabilidad de Europa y la estructura del Estado. El líder socialista vio claro que el mundo le pondría un puente de plata si era capaz de apartarse del marxismo, del folclore andaluz y de sus orígenes sociales. Puso tanto ahinco en ello que, para no perder la oportunidad, consiguió que le eligieran presidente d'España.

Sus primeros pasos fueron dirigidos a desplazar a los dirigentes que tenían una vivencia demasiado personal de la guerra civil y de la dictadura. Al igual que ahora se promueven jóvenes unionistas catalanes sin mucha cultura para blanquear la Transición e intentar parar la independencia, las izquierdas españolas vieron cómo González buscaba el apoyo de grupos interesados en encerrar el imaginario republicano en la buhardilla de la historia para poder negociar a la baja el restablecimiento de la democracia.

Después de dos años de cisma interno, el líder socialista venció las vacas sagradas del PSOE en el famoso congreso de Suresnes de 1974. Con el apoyo de vedets de la socialdemocracia como Willy Brandt y Olof Palme, consiguió que su partido abandonara los postulados marxistas y arrinconara a los herederos de Largo Caballero. Instalado en Madrid con su mujer –que era socialista pero hija de un militar–, se convirtió en uno de los máximos líderes de la oposición democrática.

Legalizado por fin el PSOE, en las elecciones constituyentes del 1977 situó el partido como la segunda fuerza del Congreso detrás de la UCD de Suárez, com quien empezó un duelo feroz y despiadado. El traspaso masivo de votos comunistas hacia su proyecto dio la razón a su estrategia antimarxista y le permitió explotar con más determinación las ganas que la mayoría de la población tenía de pasar página sin arriesgarse a sufrir otro descalabro político. 

En 1979 los militantes tumbaron sus planes para convertir el PSOE en un partido de centro interclasista, pero lo acabaron aceptando con entusiasmo después de una dimisión estratégica de pocos meses. Durante el gobierno de la UCD, su política de “acoso y derribo” lo ayudó a apropiarse del espacio de centro, pero también retrasó el nacimiento de una derecha civilizada y alimentó el ambiente de crispación que llevó al golpe de Estado de Tejero, en febrero de 1981. 

A partir de la mayoría absoluta de 1982, González se dedicó a hacer desde la izquierda lo que España no tenía músculo para hacer desde la derecha –en parte a causa del franquismo, en parte a causa de la demagogia comunista y también porque Fraga no tuvo el valor de retirarse a tiempo–. Desde el gobierno, González vendió muy bien, incluso a su electorado más radical, el optimismo y los progresos casi inevitables de una España que se había sacado la dictadura de encima y en la que estaba todo por hacer.

La progresiva integración de España en la vida internacional, la lenta pero implacable reforma del ejército y de la policía, algunas leyes largamente esperadas como la del aborto o la de la seguridad social hicieron que el electorado perdonara reconversiones industriales traumáticas, inflaciones y burbujas financieras evitables y el terrorismo de Estado, que puso en evidencia las renuncias de una España gobernada por un partido que, en la teoría, defendía el derecho a la autodeterminación.

Con sólo llegar a la Moncloa, el PSOE recicló su discurso neutralista y antiamericano y pasó a defender la pertenencia de España a la OTAN pactada por la UCD de Calvo Sotelo. Las fotografías de González con Miterrand o con Kohl tuvieron un poder inmenso en un país acomplejado por siglos de oscurantismo y tiranía. En 1985 todavía fue abortado un intento de golpe de Estado que preveía matar a medio gobierno y a toda la familia real durante un desfile en Galicia.

A partir de los años noventa, González se encontró en una situación cada vez más difícil. Los escándalos de corrupción y el enquistamiento de la violencia en el País Vasco fueron minando su credibilidad. La hegemonía del PSOE y las renuncias hechas desde un primer momento socializaron una mezcla de cinismo y de confianza infantil en la democracia que fueron socavando el mismo gobierno y la paciencia de una derecha que también quería beneficiarse de las nuevas instituciones políticas.

En 1994, la situación era tan agónica que Bruselas se planteó poner a González al frente de la Comisión Europea en sustitución de Jacques Delors, pero el líder socialista no quiso abandonar el poder justo cuando España se jugaba la entrada al euro. En 1996, el PSOE todavía perdió por la mínima, no tanto gracias al talento de González como a la política de tierra quemada que su gobierno habia practicado durante tantos años en lo cultural y lo simbóloc. Aunque el PP le hizo la misma oposición que él había hecho a la UCD, Aznar tuvo que radicalizar el discurso anticatalanista para ganar los votos que le faltaban.

González habló de "dulce derrota" y declinó el ofrecimiento Jordi Pujol todavía le brindó para continuar en el gobierno. Sin embargo el PSOE entró en una desorientación total producida por el agotamiento de tantos años de hegemonía y también por el desgaste que el pragmatismo fue produciendo en la identidad política del partido;  sólo faltó, para enredar más la situación, que el mismo González maniobrara para destronar a Josep Borrell a favor de Joaquín Almunia.

Cuando González dejó el poder, el Rey le ofreció un título nobiliario como ya había hecho con Suárez y Calvo Sotelo. El líder socialista lo rechazó aduciendo la necesidad de ser coherente con su pertenencia a un partido de origen obrero. Este gesto no impidió que se le fueran acentuando los tics de nuevo rico y que su imagen se alejara irremisiblemente de la de aquel joven andaluz que iba con chaquetas de pana y publicaba libros como El discurso ético. También es verdad que era otra época y que ya nadie valoraba que el Rey fuera "campechano"

Los yates y las puertas giratorias han marcado tanto los últimos años de la vida de González que no supo prever la emergencia del independentismo y de la crisis europea, ni reaccionar ante ello con un poco de imaginación y gracia. De poco sirvió que en el 2007 lo hicieran presidente de un pomposo comité de sabios internacional que pretendía estudiar el futuro del continente y potenciar el acercamiento entre Bruselas y los ciudadanos de la Unión. Divorciado de su primera mujer el 2008, los mentideros de Madrid dicen que no se ha preocupado lo más mínimo por el cáncer que sufre y que vive tan metido en su mundo de gente importante que tampoco visita a sus nietos.