Patxi López es la última reminiscencia de los sueños de la Transición, el portero que apaga la luz cuando todo el mundo ya se ha largado de la fiesta. Si lo observas tiene cara de niño mimado, hace pensar en el típico maestro bonachón de una asignatura fácil al cual siempre se le está a punto de descontrolar la clase. Los diputados que han hablado conmigo dicen que es buena persona, cosa que tratándose de un político es casi un insulto, como decírselo a una chica que te asalta con minifalda.

Un poco como le ha pasado con la Francia de Hollande, a medida que la España de 1978 se ha ido apagando, ha tenido que elevar a políticos cada vez más mediocres y descoloridos -primero en las provincias y después en la capital. En los buenos tiempos del espíritu Constitucional, cuando el Estado tenía la moral alta, la presidencia del Congreso la ocupaban figuras castizas, de una mala leche a prueba de bombas. Pienso en Gregorio Peces Barba, José Bono o Federico Trillo – "manda huevos"-. 

Nacido en Baracaldo en 1959, López no forma parte del núcleo dirigente que ha sostenido el Estado en las últimas décadas. Aunque ha encadenado cargos desde joven, no ha tenido entidad para crearse enemigos de relieve a lo largo de su dilatada y lucrativa trayectoria. El anuncio de la rendición de ETA, en otoño de 2011, lo pilló desprevenido, a pesar de que entonces era lehendakari. El primer comunicado lo emitió desde Estados Unidos, dentro de un tren, con una grabación improvisada delante de la televisión vasca. López no interrumpió el viaje para volver a atender el gran momento. Su gran virtud siempre ha sido no molestar ni dar envidia a nadie.

Hijo de un matrimonio antifranquista, el dirigente vasco llegó al mundo con el carnet del PSOE en la boca. Como la dictadura desterró a su padre y a su madre a Almería y Cáceres, respectivamente, se crió con los abuelos. El padre, Eduardo López Albizu, era el responsable de las finanzas del PSOE en la clandestinidad y estuvo encarcelado varias veces por sus actividades políticas. Cuando Patxi se añoraba, el abuelo le recordaba que sus padres no eran ladrones, sino héroes. El abuelo se había quedado medio ciego trabajando en unos altos hornos y se ganaba la vida haciendo de taquillero en un cine de Portugalete. Su abuela cocinaba para las buenas familias de la orilla derecha del Nervión. 

Cuando no estaba detenido o desterrado, su padre daba clases de socialismo a los activistas jóvenes en la cocina del piso familiar, mientras Patxi hacía los deberes en su habitación. Alguna vez la Guardia Civil entraba a registrar su domicilio y los papeles comprometidos acababan escondidos en la cama del hijo, que hacía ver que dormía. Con la Transición la suerte de la familia cambiió. Convertido en el heredero de uno de los miembros de la nueva aristocracia dirigente, Patxi López decidió dedicarse a la política el mismo año en que el PSOE llegó al gobierno. Sólo cinco años después, en 1987, ya era el diputado más joven del Congreso, junto con Rodríguez Zapatero. La carrera de ingeniería industrial que cursaba en la Universidad del País Vasco quedó en los limbos para siempre. 

En su grupo de juventud –la famosa cuadrilla- tenía amigos de todas las sensibilidades políticas menos del PP. Eso lo situó durante muchos años en los sectores contrarios al frentismo españolista. Su reticencia a pactar con el PP lo enfrentó a su amigo de juventud Nicolás Redondo Terreros, que también venía de una conocida familia de la lucha antifranquista. En el 2001, la alianza de Redondo con el PP dio resultados pésimos. Los socialistas se hundieron y el PNV sacó los mejores resultados de su historia. El fracaso del frente unionista abrió a Patxi López las puertas de la secretaría general del PSE-EE - igual que, unos años después, el fracaso del plan Ibarretxe le abriría las puertas del gobierno vasco, a cambio de hacer todo lo contrario.

La política de alejamiento del PP, combinada con la llegada de Zapatero a la Moncloa, lo ayudaron a mejorar los resultados de su partido. Con su proyecto “progresista, autonomista y vasquista,” en 2005 renovó el cargo con el mayor apoyo que hasta entonces había obtenido un dirigente del PSE. En 2007 el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco lo acusó de un delito de desobediencia junto con Ibarretxe por haber participado en una reunión con la ilegalizada Batasuna, durante la tregua de ETA. En 2009, López se convertía en lehendakari, poco después de que la causa fuera archivada. Un acuerdo con el PP para desbancar al PNV, que había ganado –otra vez- en votos y en escaños, le permitió convertirse en el primer presidente vasco españolista de la historia.

De su etapa como lehendakari han quedado un par de anécdotas ilustrativas. Por una parte, en 2011, cuando el gobierno de Zapatero agonizaba, se publicó que ETA había planeado atentar contra él con un fusil de mira telescópica, noticia que la banda armada atribuyó a una fabricación propagandística de Rubalcaba. La otra anécdota tiene relación con unos comentarios que Antonio Basagoiti hizo cuando Rajoy ya se veía en la Moncloa y López había dejado de ser útil al PP. “Tiene menos estudios que Homer Simpson”, dijo el presidente de los populares vascos en una conferencia. Poco después dejó caer que el lehendakari tenia un ritmo de trabajo “lento”.

Hace unos meses, cuando fue nombrado presidente del Congreso, los diarios destacaron que era el primer político sin formación universitaria que ocupaba el cargo. Sólo un año antes había dimitido como secretario general del PSE pidiendo una “revolución” en el socialismo vasco. El pacto con el PP pasó factura y López dejó el cargo después de sacar los peores resultados de la historia del partido. En aquel mismo discurso también aseguró que no tenía ambiciones en el PSOE. Fuera verdad o no, López es útil para tapar agujeros y disimular las debilidades del Estado haciendo los trabajos sucios con cara de bonachón. Ahora puede añadir a su currículum lleno de cargos que ha sido presidente del Congreso y dedicarse a su famoso bloc político, en el perfil del cual escribe: "Me encantan los espacios abiertos como el mar y las nubes..." (sic)

Al fin y al cabo no es extraño que la legislatura haya sido corta.