Arranca el curso y, con él, se reactiva una de las mayores herramientas de tortura tecnológica que ha conocido la mente humana adulta: los grupos escolares de WhatsApp. Para ayudarnos a no volvernos locos en ese peligroso terreno dominado por madres ociosas y padres pejigueros preocupados hasta por el color de los botones del polo que tus hijos lucirán en la próxima actuación de la coral infantil de vuestro colegio, el sindicato de profesores ANPE ha creado un decálogo.

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Grupos para todo

En mi caso, humilde responsable de dos menores con 11 y 14 años, cada uno de mis arrapiezos incluye este año en su edición Full Equip Curso 2022-23 tres chats de este tipo: uno del colegio, otro del deporte que cada uno de ellos practica y otro más de la academia de idiomas. En cada grupo hay aproximadamente unos 40 participantes de los que conozco, como mucho, su condición de padres o madres de un compañero de mi infancia a cargo y su fotografía de perfil pero, en algún caso, ni eso, porque abundan también aquellos y aquellas que son sólo un número de teléfono asociado a esa siempre inquietante silueta gris que identifica en WhatsApp a quien no ilustra su perfil con una imagen .

Yo, que soy de natural curioso, ya he estado fisgando y he llegado a las siguientes conclusiones: de deportes, mejor no hablar porque, por la foto que incluyen, he identificado hasta dieciocho furibundos seguidores de uno de los equipos punteros de la provincia donde vivo y de política, mejor que tampoco: hay prácticamente una veintena, entre los seis grupos, de personas que, también por medios fotográficos, evidencian su ideología de manera poco discreta. Con unos coincido y con otros, como es natural, no, pero el exhibicionismo político-simbólico siempre me inquieta.

Sí que hay también cuatro especímenes interesantes que, según evolucione el curso, podrían  hasta acabar tomándose una cerveza conmigo: uno tiene puesta una fotografía de las recientemente demolidas torres de refrigeración de la térmica de Andorra (Teruel), otro tiene puesta una foto en la que sale Javier Marías y el que más me intriga, una de una locomotora Class A4 Gresley, cima de aquella olvidada tecnología que fue la propulsión a vapor. Me dejo, como último elemento interesante, a una madre que muestra orgullosa una foto de su persona junto a Enrique Bunbury; pero mejor con complicarse, creo. Con todo, gestionaré las relaciones con todas ellas y ellos (también con estos cuatro) aplicando el decálogo de ANPE. De momento, la cosa está tranquila: sólo hay preguntas sobre materiales para forrar libros; dudas sobre material diverso para rugby y rítmica, que es lo que practican mis hijos; y en los de inglés, sorpresivamente, no hay nada reseñable a parte de unos cuantos saludos, alguno en la lengua de la Pérfida Albión.

Diez normas sencillas

Según ANPE, para manejarse en estos ignotos terrenos llenos de desconocidos potencialmente peligrosos y, también, posibles futuros amigos tuyos nunca hay que criticar, insultar, difamar o calumniar a nadie. Y en ese nadie, caben docentes, progenitores y alumnos. A mí, la verdad, me va a resultar difícil, porque tengo ya fichados a diez  padres o madres que, en vez de foto de perfil, incluyen frases de Paulo Coelho, pero bueno: lo intentaré. Como segundo punto, ANPE aconseja no implicarse nunca en usos inadecuados incipientes del chat y recomienda, también, cortar de raíz esas actitudes.

Yo, que además de curioso, soy también de natural resolutivo, no tendré problema: ya lo hice el año pasado cuando, no recuerdo quién, empezó a poner verde a un articulista que había publicado no se qué en el periódico local. Cabe decir, eso sí, que ese articulista era yo pero, como ellos no lo sabían, bastó con escribir, en plan muy serio, que aquel grupo no era sitio para discusiones periodísticas.

El tercer y cuarto puntos aconsejan no agregar a nadie sin consultarle (sabio consejo) y dirigir quejas o sugerencias a los profesores (sabia recomendación también, ya que es la manera de evitar que todo el mundo opine de lo que no sabe). En quinto lugar, ANPE aconseja utilizar los canales oficiales para comunicarnos con el centro y, en sexto, usar los grupos sólo para cosas que afecten a todos los alumnos. Es, sin duda, una de las mejores recomendaciones: con ello se evitan situaciones como la caza del hombre (niño en este caso) que se activó el año pasado en un grupo donde estaba mi hijo mayor después de que, en una fiesta de cumpleaños, una niña perdiera unas gafas que habían sido vistas en las manos de otros de los infantiles celebrantes. Luego, las gafas aparecieron rotas en el fondo de una piscina, pero más de uno de los sospechosos me consta que pensó en mudarse a Samarcanda con sus progenitores.

Por último, se aconseja también evitar la difusión de vídeos, fotos o imágenes en las que aparezcan docentes, padres, madres o alumnado, no comparar ni las tareas ni los resultados de los alumnos, no usar el grupo como agenda de actividades y entender que, si existen, estas herramientas sirven para ayudar y no para entorpecer o robar tiempo. Yo añadiría un punto más: no utilizar ninguno de los grupos como herramienta de ligoteo, ni siquiera en casos de compañeros o compañeras de grupo a los que sepas de buena tinta que les gusta Bunbury. Bien pensado, haré mejor en intentar tomarme un café un día con el de la locomotora, que seguro que me trae menos problemas. Otra opción, mejor para el equilibrio mental de uno mismo, es ceder el inmenso honor de participar en estos grupos a la pareja de cada uno o, incluso, a los siempre solícitos abuelos y decir que, en realidad, tú eres de Telegram, Line o, directamente, un colombófilo militante defensor a ultranza del uso de palomas mensajeras.