Fernando acababa de salir de la boca de metro del principio de la Rambla, tocando a Plaza Catalunya. Había acabado el turno en la cafetería donde trabaja y volvía al piso que comparte justo al lado del Liceu. De golpe, oyó un ruido detrás suyo y, al girarse, vio el morro de una furgoneta blanca y azul avanzando hacia él. A partir de aquí, le guió el instinto. Empezó a correr y se apartó hacia el lateral de la Rambla. La furgoneta, conducida por el terrorista Younes Abouyaaqoub, pasó justo por su lado mientras la multitud que hacía unos instantes paseaba ahora huía, algunos de ellos sin éxito.

Entró en un local del mismo paseo, pero estuvo poco allí. Al ser mínimamente consciente de lo que estaba pasado delante suyo, pensó que aquel lugar no era seguro y se adentró por las calles del barrio Gótico buscando refugio. Decidió entrar en un local de la calle Petritxol al oír que el encargado era argentino, como él.

Una vez dentro, Fernando explicaba lo que acababa de vivir de una manera clara y fresca. Tanto, que chocaba teniendo en cuenta el caos y el desconcierto que reinaba a nuestro alrededor. "He corrido muchas veces ante peligros, pero nunca había corrido para salvar mi vida", decía, sorprendiéndose de lo que él mismo acababa de hacer.

Durante los días siguientes, cuando aquella energía alimentada por la adrenalina desapareció, el estado anímico del joven cambió. Por si aquello vivido fuera poco, Fernando no tenía otra alternativa que pasar cada día por delante del memorial a las víctimas, justo delante de su casa. "He sentido mucha tristeza. Verlo todo allí en el suelo me recordaba constantemente aquel momento", explica.

Ahora, más de tres semanas después, la única cosa que quiere es "intentar olvidarlo y seguir disfrutando de la vida".

ATEMPTAT BARCELONA EFE

"No estamos preparados por la barbarie"

La experiencia de Fernando sólo es una más de las que vivieron decenas de personas que se encontraban en la Rambla en el momento del ataque. Personas que paseaban, como cualquier otra tarde de agosto. Lo presenciaron y lo vivieron en primera persona, grandes y pequeños, sin estar preparados para asimilar unas escenas como aquellas.

Eso hace que, aparte de las víctimas y heridos oficiales, las que se contabilizan y de las que se hace seguimiento, haya otras víctimas. Los propios psicólogos las se refieren a ellas como "víctimas ocultas" y se incluyen desde los testigos presentes en el lugar de los hechos -peatones, comercios, vecinos...- hasta "límites inimaginables", según Andrés Cuartero, coordinador de emergencias psicológicas del SEM.

Presenciar sucesos como el atentado en la Rambla puede provocar afectaciones emocionales importantes ya que "no vivimos en un entorno donde hayamos tenido que estar preparados para la barbarie", explica Mireia Cabero, psicóloga especializada en cultura emocional pública y profesora de la UOC. El hecho de que nuestro cerebro no se haya visto obligado a desarrollar ciertos recursos nos deja en una posición más vulnerable ante unos hechos así.

Ansiedad, pesadillas o agotamiento mental

Eso no supone que todo el mundo que viera el atropello acabe sufriendo si o si algún tipo de trastorno psicológico relacionado. La mayoría de afectados pueden vivir reacciones de estrés agudo los días posteriores al ataque. En un 10% de los casos, pueden mantenerse durante unas semanas. Las alarmas saltan cuando persisten más allá de los dos meses aproximadamente, cuando ya se podría hablar de estrés posttraumático.

Los síntomas que señalan un posible trastorno son ansiedad, intranquilidad, irritabilidad, miedo constante, dificultades para dormir, sueños angustiantes repetitivos, agotamiento mental, dificultades de concentración o pérdida de hambre. Los afectados pueden sentirse alejados de la realidad, tener lagunas o, al contrario, intrusiones mentales (flashbacks) en forma de imágenes impactantes del momento. También se vinculan sentimientos de "decepción respecto de la condición humana al ver de qué han sido capaces otros seres humanos", afirma Cabero.

En general, estos síntomas van disminuyendo hasta desaparecer, aunque en algunos casos pueden alargarse en el tiempo, llegando a cronificarse. Todo depende del grado de exposición al hecho y de las consecuencias directas que suponga para la persona, como por ejemplo la pérdida de algún familiar.

Muchas víctimas no saben que lo son

"Muchas víctimas ocultas no saben que lo son y que pueden desarrollar trastornos en el futuro", alerta Cuartero. Por eso, si los síntomas son intensos, recomienda recurrir a una orientación psicológica que puede llevar a cabo el propio médico de familia. En caso de que interfieran más profundamente en la vida diaria de la persona, se tendría que hacer terapia con un profesional especializado.

En estas terapias se hace un "acompañamiento emocional" para ayudar a asimilar los hechos, explica Cabero. El primer paso es expresar las emociones, "llorarlo, gritarlo, enfadarse", marca la psicóloga como camino para conseguir racionalizar la vivencia e integrarla en uno mismo para poder convivir con ella. "El proceso acaba cuando, al recordarlo, ya no hay una emoción vinculada que nos hace temblar", concluye.

La gran asignatura pendiente de Sanidad

No es fácil que todo el mundo que necesita atención psicológica acceda a ella. "Las víctimas ocultas son una gran asignatura pendiente para las autoridades sanitarias de nuestra casa", asegura el jefe de psicología del SEM. El origen de esta situación se encuentra en un sistema sanitario basado en un modelo reactivo, es decir, que cuando un ciudadano tiene una enfermedad, acude al sistema y este reacciona tratándolo.

En situaciones masivas y críticas como los ataques a Barcelona, los psicólogos destacan la importancia de crear un sistema proactivo. Así, sería el sistema quien se dedicaría a informar la población de las posibles afectaciones que pueden sufrir y facilitaría el contacto con médicos para que quien lo desee pueda evaluar su situación. La necesidad de un cambio "es una de las lecciones que nos ha dejado el 17-A", asegura Cuartero.

Según el psicólogo, esta situación muestra un "abismo cultural" respecto de otros países, como por ejemplo Estados Unidos. Allí, después del 11-S, familias enteras que no habían estado expuestas directamente ni vinculadas a los atentados de las Torres Gemelas fueron de manera voluntaria a consultas de psicólogos expertos en trauma para evitarse posibles afectaciones en un futuro.

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Foto: Laura Gómez

Críticos con el #notincpor: "El miedo es sanísimo"

El impacto del atentado llega a la comunidad en general y puede afectar a su conducta. "Diría que hay un miedo colectivo, sí, pero no una psicosis como algunos han dicho", opina Cuartero. Paralelamente, la sociedad vive un proceso por el cual se habitúa a convivir con la inseguridad ante una amenaza internacional y perpetrada por otros seres humanos, cosa que no implica que no se tenga miedo.

"El lema #notincpor es una autoimposición, tener miedo en estos casos es lo más normal del mundo", critica Cabero. Además, apunta que es la reacción "más saludable", ya que el miedo es el instinto que nos hace sobrevivir ante los riesgos y peligros, siempre que no limite la vida diaria.

Los dos psicólogos apuntan a diferentes soluciones a este sentimiento de miedo. Por una parte, el jefe de psicología del SEM asegura que "la mejor manera de gestionar el miedo es atravesándolo, en la medida en que cada uno se vea capaz". Otra manera de superarlo, que no depende de uno mismo, se encontraría en el trabajo de los cuerpos de seguridad y su capacidad de generar confianza entre la población. "El antídoto del miedo es la confianza", concluye Cabero.