"¿Si no tienes nada que esconderme, por qué no me das la contraseña del móvil?". "Pásame una foto, te juro que solo es para mí y cuando me lo pidas la borro". "Me ha vuelto a escribir aquel chico por WhatsApp a quien no contesté, solo es un pesado". Nuestra vida está llena de comportamientos intrusivos que por si solos no parecen peligrosos, pero si se producen todos seguidos pueden escalar hasta conductas delictivas, y convertirse en acoso.

Y es que las formas de relacionarnos han ido cambiando con los años, e internet y las redes sociales nos han abierto la puerta a estar disponibles para alguien las 24 horas del día a través de una pantalla.

¿Cómo es el ciberacoso?

El acoso online existe de muchas formas, igual que pasa en la vida, pero la más particular se identifica en tres pasos: primero, el acosador busca información de nosotros, después establece vínculos con nuestra red más próxima y, finalmente, nos difama. La difamación puede ser desde la publicación de mentiras para dejarnos mal hasta el envío de fotografías, imágenes retocadas o vídeos sexuales. Algunos casos mediáticos son, por ejemplo, la trabajadora de la empresa IVECO en Madrid que acabó suicidándose después de que se distribuyera un vídeo sexual suyo o las imágenes sexuales que publicaron de Olvido Hormigos, que 8 años después ella misma denunciaba que seguían en la red.

Se calcula que un 23% de las mujeres en todo el mundo han experimentado acoso virtual y 1 de cada 10 ciberviolencia. Ariadna Trespaderne, criminóloga y miembro del Grupo de Investigación en Perfilación y Análisis de la Conducta Criminal de la UB, remarca la importancia de aplicar la perspectiva de género en el ciberacoso y vincularlo a la violencia de género: "Hay muchos parámetros sobre los que actúan varias formas de acoso que sufrimos más las mujeres que el género masculino, y eso se reproduce en las redes sociales".

Las conductas de ciberacoso pueden ser, en un principio, muy difíciles de detectar si no estamos asistidos por un profesional. Para Trespaderne, el hecho de que exista una pantalla de ordenador hace que la persona que está siendo acosada pueda sentir a la otra "lejos de ella", que no "se sienta en riesgo" o que tenga la sensación que la policía no lo podrá parar.

La tecnología, sin embargo, añade elementos específicos y peligrosos: los contenidos son muy fáciles de encontrar, una vez colgados pueden persistir durante mucho tiempo, cualquiera puede replicarlo (y de forma anónima) y una publicación puede crecer como la espuma y viralizarse. En tres palabras: internet es un medio anónimo, rápido y globalizado.

Nosotros tenemos lo que se denomina la huella digital, y aunque las plataformas borren el contenido una vez lo hayas denunciado, ¿cuántas personas lo habrán visto? ¿Quién lo habrá compartido?

Dicen que "aquello que se cuelga en la red, queda en la red", y para Trespaderne es cierto. "Nosotros tenemos lo que se denomina la huella digital, nuestra actividad 'rastreable' que se manifiesta en dispositivos digitales e internet. Por ejemplo, aunque las plataformas borren el contenido una vez lo hayas denunciado, como una fotografía, ¿cuántas personas lo habrán visto? ¿Quién lo habrá compartido? ¿Lo pueden recuperar? Sabemos cómo nos puede afectar?".

Las personas detrás de las pantallas

El ciberacosador tiene muchas posibilidades de ser un conocido, ya que solo el 30% de los casos corresponden a perfiles desconocidos. La mayoría de casos de ciberacoso se dan por parte de parejas o exparejas, como comenta Tespaderne, y a veces compañeros de trabajo o de la universidad. La criminóloga especifica que académicamente nunca etiquetan. Es importante tener claro que: "Si bien conocemos que hay características comunes en los agresores, hay diferentes perfiles; estos se vinculan a la motivación y modus operandi. Para con las víctimas, tampoco hay un perfil único, ya que son el espejo de las fantasías de los agresores".

El Informe de Pikara Lab, Las violencias de género en línea, recoge que hay una tendencia a que las víctimas sean mujeres entre 18 y 30 años y respondan a tres tipos de perfiles: o se encuentran en una relación íntima de violencia con la persona que las agrede, o son conocidas por la opinión pública por aquello a que se dedican (periodistas, artistas, activistas) o son supervivientes de violencia física o sexual. En todos los casos, después de haber sufrido ciberacoso, no vuelven a actuar igual en la red.

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Un estudio de Amnistía Internacional calcula que el 76% de las mujeres que han sufrido acoso en las redes han cambiado la forma en que las utilizan, y así lo explica también Ariadna Trespaderne: "¡Muchas de ellas incluso se borran todas sus cuentas, correos electrónicos y más!".

Autoprotección, y no censura

Nos encontramos ante casos donde hay un alto nivel de censura posterior y donde los procesos de victimización giran en torno a la vergüenza y la culpa. Procesos parecidos a otros tipos de acosos: "Si no hubiera enviado aquel vídeo", "si no hubiera dicho esto en Instagram", "si no hubiera bebido tanto" o "si no me hubiera puesto aquella falda".

Para Trespaderne, el mejor mensaje es la sensibilización, la formación y la autoprotección: "Cuando me refiero a autoprotección no me refiero a la censura, o a cambiar los contenidos, sino que tenemos que tomar conciencia que lo que publicamos se queda en la red y tenemos que ponderar el riesgo". El contenido de nuestras redes sociales, muchas veces, contiene muchísima información: dónde vamos, con quién vamos, qué nos gusta, qué no nos gusta o qué espacios frecuentamos.

Cuando el acoso pasa del online al offline

En el ciberacoso nos podemos encontrar con que no vemos que las conductas sean peligrosas para nuestra integridad física. No entendemos de la misma manera que sepan dónde estamos todo el día a través de nuestras redes sociales a que nos persigan hasta casa, o que nos pregunten constantemente qué hacemos por WhatsApp o que nos espíen en nuestro lugar de trabajo. Lo cierto es, sin embargo, que los casos de acoso online que cruzan la barrera para pasar a la conducta física son más de los que creemos. Trespaderne explica que es uno de los peligros añadidos, y que puede provocar cambios muy radicales en las víctimas como se eliminen todas las cuentas de las redes, se cambien teléfonos, se pongan cámaras de seguridad o, incluso, se cambien las zonas de ocio. A mayor gravedad de acoso, mayor posibilidad que pase en el ámbito offline. Siempre teniendo en cuenta la motivación de la persona que asedia: "Si busca venganza, finalidades físicas o sexuales o, por ejemplo, recuperar una relación pasada".

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¿Qué dice la legislación con respecto al ciberacoso?

El ciberacoso está tipificado en el Código Penal desde el 2014, cuando se incluyó un artículo específico. Este, sin embargo, solo contemplaba aquellos actos con finalidades sexuales. La reforma del Código Penal del 2015 amplió en contenido, especificando también castigos en torno a actitudes que fomenten o inciten al odio, la hostilidad, la discriminación o la violencia por motivos de género, entre otros. En el año 2016 se incluyó una regulación de lo que se considera stalking (vigilancia de una persona o atentado contra su libertad personal) y del sexting (envío de contenidos sexuales sin consentimiento).

Para Trespaderne "se ha avanzado muchísimo", y defiende que cada vez "hay mayor incidencia" en la capacidad de acción ante este tipo de conductas delictivas. La criminóloga, sin embargo, lanza una predicción que no deja a nadie indiferente: "Por mucho que nosotros tengamos más capacidad para perseguir este tipo de conductos, se transformarán para seguir existiendo en línea, porque las posibilidades son muchas y sus peculiaridades lo permitirán".