Impresionante escena. En medio de la lluvia, a cubierto, el Papa Francisco, blanco y solo, ante la plaza de San Pedro del Vaticano, colosal y vacía, y detrás la basílica, colosal y vacía. El Santo Padre se ha dirigido al mundo antes de dar extraordinariamente la bendición Urbi et Orbi. El evangelio leído en la ceremonia es el de la tempestad calmada. Jesús duerme en la barca donde sus discípulos atraviesan el Mar de Tiberíades. El lago se encrespa. La barca zozobra. Los discípulos despiertan a Jesús: "¿Te da igual que nos ahoguemos?". Él calma la tormenta milagrosament y responde: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aun no tenéis fe?". Francicsco ha arrancado con un paralelismo clásico: la tormenta y la pandemia; la humanidad y la barca, y el poder de Dios de intervenir en la historia si mujeres y hombres lo piden con fe.

Enseguida ha cambiado la interpretación típica de la escena. De entrada, remarcando que en la barca va todo el mundo "frágiles y desorientados y, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos y a confortarnos mutuamente. No podemos seguir cada uno por nuestra cuenta".

Francisco ha remachado el argumento: quizá quien duerme hoy son los hombres —y no Dios. No todo el mundo está dormido, sin embargo, ha dicho al recordar a "tantas personas que siguen haciendo su tarea y que nos ayudan a transitar a la crisis, levantando el ánimo," con pequeños detalles en su trabajo, "con la oración y el servicio silencioso". Ha nombrado, entre otros, a médicos y sanitarios, pero también a quienes trabajan en establecimientos de primera necesidad ("las reponedoras y cajeras de supermercado") y servicios públicos, sacerdotes, policías…

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La tormenta (la epidemia), ha dicho, "pone al descubierto las falsas y superfluas superioridades con que hemos construido nuestro mundo [...], las injusticias planetarias, el grito de los pobres y del planeta, gravemente enfermo". Francisco se ha preguntado "por qué tenemos miedo; ¿es que no tenemos fe"? antes de hacer una recomendación: "este tiempo de prueba es tiempo de opción entre aquello que es necesario y lo que no lo es, de reestablecer el rumbo de la vida hacia Dios y los otros".

El Papa ha recordado que "la humanidad no es autosuficiente; solos nos hundimos" y ha vuelto a aconsejar: "Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Con Él a bordo no se naufraga e incluso aquello que parece malo puede convertirse en cosa buena".

El acto se ha cerrado con la bendición solemne con la Eucaristía —los católicos creen en la presencia real de Jesús allí— y la bendición Urbi et Orbi, que confiere indulgencia plenaria, el perdón total de todas les culpas debidas por los pecados y faltas en las condiciones establecidas por la Penitenciaria Apostólica.