El discurso de Navidad del Rey pasa sin pena ni gloria por las portadas de los diarios de Barcelona —los impresos de Madrid no se publican hoy. La Vanguardia, claro, abre la portada con la cosa, faltaría más. Los otros tres, no. Es difícil no darles la razón, porque los reales discursos son perfectamente intercambiables de un año para otro. Ni te darías cuenta. Los argumentos son los mismos.

La suerte que tiene Felipe VI es que los diarios le prestan mucha atención —después del 3-O, a ver quién es el guapo que no— y generan una expectación altísima. Es un poco como el barcelonismo de hace unos años, que en el arranque de cada Liga se convencía de que "aquest any sí!" y al final de temporada recogía los mismos escasos resultados que la anterior.

El Rey puede repetir el mismo argumentario cada Navidad, en la confianza de que los diarios darán el vuelo que se supone a este tipo de discursos. Se romperán la cabeza para fabricar una narrativa diferente al año anterior, para adaptarla a la situación del momento y vestir las palabras del monarca de significado, darles volumen y perspectiva y, en fin, hacerlas aparecer de manera que encajen con el relato del momento que más convenga.

Entre una cosa y otra, el real discurso real lo construyen los diarios que lo interpretan. Felipe VI sólo le tiene que comparecer diez minutos cada año con un nuevo remix de las flores y mariposas de siempre. El discurso, sin los diarios que lo hacen volar, no es más que retórica de plastilina. Al menos este año, la mayoría de diarios de Barcelona se ha dado cuenta del artificio y le prestan un servicio, digamos, relativo. A ver cómo se lo toman mañana los impresos de Madrid.

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