Cuando la judicatura de nuestros enemigos enfiló a Laura Borràs (Barcelona, 5/10/1970) por una corruptelilla que en la Institució de les Lletres Catalanes y en la mayoría de la administración catalana y española se ha practicado toda la vida sin demasiados aspavientos, pensé que los aparatos ideológicos del Estado empezaban a tomarse seriamente las posibilidades de esta filóloga catalana y comparatista que, como ya avisé antes que nadie, tiene todos los números para convertirse en la primera presidenta de la historia del país. A Laura Borràs los bufones procesistas del Polònia le critican su manía de conjugarlo todo en primera persona y, en efecto, la candidata de Junts pel Sou está encantada de haberse conocido. Eso es una de las cosas que más me complacen de ella, pues cualquier país que quiera ser estado necesita de vanidosos que pongan más pimienta que sal, de egos bien alimentados que acaben con esta tara espantosa tan nuestra de la modestia.

Actualmente, Puigdemont aparte, nadie como Laura Borràs tiene la capacidad para enamorar a las señoras convergentes que todavía van a las manis indepes y convencer al electorado soberanista que vale la pena levantar el culo y arriesgar la vida para ir a votar el 14-F. Borràs es una académica poco reconocida entre los especialistas de su ramo, y ni puta falta que hace, porque de la literatura ha extraído lo esencial como para esculpirse una voluntad de poder y una intuición maquiavélica que la propulsará hasta el trono de la Generalitat. Laura suma una ubicuidad aterradora; cuando era directora de la ILC y consellera de Cultura sumaba más actos, recitales y faranduleo que nadie y su insomnio crónico hacía que pudiera responder tuits (que la alababan, of course) a altísimas horas de la madrugada luciendo su sonrisa marmórea labrada a base de haberse hecho un selfie con casi todos los bípedos del país. En el mundo del independentismo de farol y postureo, nadie mejor que ella para repartir buen rollo.

Con Laura compartimos una obsesión por el Don Giovanni de Mozart, del cual se sabe de memoria todos los versos de Da Ponte y no sólo porque tenga el encéfalo muy ágil, sino porque Borràs es una máquina de seducción casi tan insaciable como el libertino más importante de la historia musical de Occidente. Borràs ha entendido que la clave del seductor es aparentar el simulacro total y conseguir que la alteridad te necesite para vivir, y es así como se te puede presentar en casa y defender que si puede (con el 50% de los votos), levantará una DUI que suspendió de manera cesarista y unilateral el señor que va primero en su lista. Pero eso da igual, pues Laura es tan buena que ha conseguido hacer creer a todo dios que ella viene del universo Puigdemont, cuando, en el fondo, sabemos que encarna la santa continuidad convergente con más determinación y rigor que el moño de Marta Ferrusola. De hecho, Borràs cumple al milímetro la primera condición del convergente; a saber, negar de todas todas que lo sea.

En unas elecciones donde todo el mundo juega a empatar, aburridas y mediocres hasta la exasperación, Borràs es la única candidata que ha hecho algo tan sencillo como querer ganar y poner cara de querer imponerse

En un país con políticos que tienen pinta de eunuco y en el que Salvador Illa puede aspirar a algo parecido a ganar unas elecciones, la figura gigante de Laura, acompañada por su corte de chicos-pajes, es un soplo de carisma que excita enormemente. En los reservados de los mejores restaurantes barceloneses, los empresarios ya sueñan con un entorno político en que eso de la independencia sea sólo un deseo que uno tiene, del mismo modo que se aspira a tener una casa en el Empordà o a fornicar con la vecina, y que Laura entretenga a los derrotados del campo de concentración con sus valses y sardanas. En unas elecciones donde todo el mundo juega a empatar, aburridas y mediocres hasta la exasperación, Borràs es la única candidata que ha hecho algo tan sencillo como querer ganar y poner cara de querer imponerse. Fijaos en que, a su lado, Puigdemont ya parece un ser vetusto, del pasado. Carles, desgraciadamente, es lo bastante listo como para saber que ya le están haciendo la cama.

Hoy por hoy, el independentismo es sólo una pura retórica, e incluso el elector más arrebatado ve perfectamente que mientras los mártires comanden el post-procés y se negocie el indulto con España, la secesión es tan improbable como que Pere Aragonès haga mojar algunas bragas. En este sentido, la cultura de cita de la candidata juntista, hecha a medida de los tuits y de las frases de impacto, resulta magnífica para aparentar seguridad y firmeza. No tendremos la independencia, eso ya lo tenemos claro, pero Laura nos regalará unos discursos rebosantes de fragmentos de Sagarra y Rosselló-Pòrcel que te cagas y el catalán prototípico podrá hacer aquello tan nuestro de creerse más listo que el enemigo. En eso, también lo sabemos, Junqueras se equivoca del todo: los catalanes no queremos ser mejores personas que los demás, sino que, aun con espíritu derrotista, lo único que pedimos al sino es que se nos tenga por más cultos, astutos y etcétera. Los españoles se equivocan; no somos racistas ni excluyentes, sólo culturetas.

Laura es la presidenta que merecemos y el próximo 14-F se alzará victoriosa para que en Catalunya vuelvan a ganar los hombres de negro y después de diez años ensayando la revolución, como dice un clásico que conoce de sobra, todo haya cambiado para que quede igual

Que Borràs tenga vanidad y espíritu de victoria, como Ada Colau, no resulta ningún problema. La cuestión importante es ver cómo, en el fondo, el trasfondo que la sustenta no guarda ninguna verdad, es un planeta de humo condensado que, de momento, todavía resiste a hacer explotar el sistema de cinismo y mentiras de convergentes y republicanos. Por eso, Laura, que conoce perfectamente la falsedad de todo, ha viajado a toda prisa hasta el punto más alto de la lista de Junts pel Sou: sabe que la poca credibilidad de los partidos independentistas está a punto de agotarse, y es en el último minuto del partido donde el seductor puede hacer el último truco y salvarse de la hoguera o de los maridos cornudos que lo persiguen. Así es el libertinaje, unas artes que funcionan sólo para llenar el vacío, que brilla pero no tiene esencia, que navega de victoria en victoria, pero sólo deja cadáveres y corazones rotos. Así es Laura, que esprinta su remontamiento electoral para traficar con la poca fe que le queda a los electores indepes.

Que un procés espumoso y mentiroso acabe en un simulacro tan entretenido, en la presencia de la vanidad sin verdad en la más alta instancia del país, gana todo el sentido del mundo. Laura es la presidenta que merecemos y el próximo 14-F (o más tarde, cuando Illa o Aragonès vuelvan a degradar la autonomía hasta límites de escaso glamur y total parsimonia) se alzará victoriosa para que en Catalunya vuelvan a ganar los hombres de negro y después de diez años ensayando la revolución, como dice un clásico que conoce de sobra, todo haya cambiado para que quede igual. Lo hará muy bien, estoy seguro. Esperemos que el major Trapero no la detenga cuando se decida a regalarnos la DUI en la que Puigdemont se meó y que su antecesor intentó muscular poniendo pancartillas en el balcón de Palau. Vanidad sin verdad, eso es lo que merecemos después de habernos creído dignos de algo parecido a la libertad. Vanidad sin verdad, eso es lo que quiere una Catalunya donde incluso el aire es mentira.