Cuando ahora hace poco se ha cumplido el sexto aniversario del Primero de Octubre, hemos mirado atrás y nos hemos dado cuenta de cómo han cambiado las cosas desde aquel día histórico. Parece mentira cómo pasa el tiempo —comentábamos unos y otros— y nos parecía que todo había ido muy rápido desde entonces. Una velocidad relativa si se mira con la perspectiva del exilio. Desde la distancia geográfica y emocional de Bélgica, este mismo tiempo ha ido lento. Mucho. Demasiado.

Un mes de mayo de 2018, Josep Miquel Arenas Beltran —Valtònyc— tuvo que emigrar a Bruselas. A escondidas. Al día siguiente, el Estado español pretendía que ingresara en prisión, acusado de enaltecimiento del terrorismo y de injurias a la Corona (cuando lo que es una injuria para la ciudadanía es la Corona misma). Tuvo que tomar una de aquellas decisiones que nunca crees que a ti te tocará tomar. Y lo hizo para eludir la celda y para poder defender desde Europa la causa de la libertad de expresión. Se marchó con el corazón encogido y la cabeza bien alta, tal y como ha vuelto.

Condenado a tres años y medio de prisión por sus canciones (no olvidemos que Pablo Hasél todavía se encuentra en la celda por el mismo motivo), el rapero mallorquín tenía entonces 24 años cuando la red de amistades lo ayudó a huir, burlándose espías y agentes. Se acercaba la fecha límite para entregarse y centenares de seguidores compraron billetes de avión a nombre de él y con diferentes destinaciones, en una campaña exitosa para despistar a la policía. "La solidaridad es la mejor arma que tenemos contra el poder, la represión y los abusos", declaraba ayer mismo al llegar a Mallorca, su añorada tierra.

Valtònyc ha estado más de cinco años sin poder salir de Bélgica, mientras el Borbón, supuestamente injuriado, iba visitando su Estado verdugo de vez en cuando, para regatas y otras ostentaciones

Ha estado más de cinco años sin poder salir de Bélgica, mientras el Borbón, supuestamente injuriado, iba visitando su Estado verdugo de vez en cuando, para regatas y otras ostentaciones. En Bruselas Josep era libre, sí, pero a medias. Libre dentro de unas fronteras. Siempre mirando por el retrovisor por si veía la justicia española y sus euroórdenes de detención. Por si encontraba reflejado el perfil de su isla allí lejos. Dudo mucho de que ninguno de nosotros pueda ponerse en la piel de alguien que tiene que vivir encerrado dentro de un país que no es el suyo. Alguien que vive en el exilio. Ser del exilio, como si eso fuera un país.

"Lo primero que quiero hacer es abrazar a mi abuela", manifestaba. Un abrazo a su yaya que, desgraciadamente, ya no le podrá hacer a su madre, muerta en 2021. Esta es otra dolorosa condena: la de la familia que desaparece sin tú poder despedirte por la distancia o los barrotes, como les pasó al presidente Puigdemont y al conseller Turull con sus respectivos padres o al conseller Lluís Puig con su madre. O el caso de Pere Comín que, viendo que la hora se acercaba, quiso viajar a Lovaina para poder morirse al lado de su hermano Toni y con toda la familia junta. En paz descansen todos, la paz que nunca tendrían que encontrar aquellos que lo han permitido y provocado.

Su retorno es incompleto porque todavía no están todos los exiliados

El deseado viaje de vuelta de Valtònyc duró 17 horas de carretera, en un coche conducido —entre otros y por turnos— por compañeros de exilio, como los mismos Puig o Puigdemont. Contigo, todos volvemos un poco, declaraba el 130.º president de la Generalitat, pero lo que más le pesa a Valtònyc es que su retorno sea incompleto "porque no estamos todos". En 2019, cuando la cantautora Joan Baez visitó a Carme Forcadell en la prisión y me invitó a ir con ella, mientras salíamos del centro penitenciario nos miramos con pena: ¿Qué te pasa? —le dije. Que nosotras nos marchamos y ella se tiene que quedar, respondió. Nos cogimos de la mano y giramos la cabeza para ver cómo la silueta de la querida presidenta del Parlament se perdía tras la puerta de barrotes del módulo de mujeres, como ahora se pierden las figuras de los que todavía no pueden regresar.

Dice la canción de Amics de les Arts que 'volver es la mejor parte de la aventura', frase que usó el mismo Josep Miquel Arenas para anunciar en redes sociales que el exilio se acababa.

Josep, a punto de hacer los 30 años, llega a los Països Catalans con aquellos delitos ya prescritos —no es que el Estado haya rectificado— pero con una nueva amenaza al horizonte: el 21 de noviembre tiene un nuevo juicio, en Sevilla, por un delito de odio contra la Guardia Civil. Veremos qué acabará pasando. Como decía Sebastià Alzamora en 2022 en un artículo en el diario Ara: "Valtònyc es libre, España no".