El Papa Francisco se ha caído más de una vez. Y cuándo resbala, o tropieza, espontáneamente se deja caer y no opone resistencia a ello. No es un prototipo escuálido y delgadísimo. Tanto da: cae, y le sale bien. Como los gatos. Quizás ser Papa te reviste de una tranquilidad insólita. Él sabe que la tiene, y su confianza lo hace robusto. A pesar de disfrutar de "óptima salud" y no haber pensado en dimitir –palabras de una persona que está muy a su lado, el jesuita Antonio Spadaro–, tiene algunos momentos de debilidad. Y no sólo cae. También hace contorsionismo. Cuando hay un viaje, o en la misma plaza de San Pedro en el Vaticano, la gente anhela tenerlo próximo. Él se da cuenta de que eso no puede ser, de que hay gente que tiene una columna delante, y que no lo verá aunque pase a su lado. Es entonces cuando su cuerpo se inclina y se mueve de manera flexible a fin de que todo el mundo lo pueda intuir cuando pasea con el papamóvil. A Ratzinger o a Pío XII, así de entrada no los abrazarías: te pondrías a hablar, o a escuchar, pero Bergoglio es un Papa del tacto: él mismo ha afirmado que "el tacto es el más importante de los sentidos". Esta afirmación contiene dinamita suficiente para modificar algunos aspectos de la teología. El cristianismo, que ciertamente era muy táctil con Jesucristo, se ha ido purificando a lo largo de los siglos y la visión (no sólo la mística o las apariciones) se ha convertido en el gran sentido, así como el oído, especialmente en la tradición protestante, en la que escuchar la Palabra es lo más importante. El tacto ha sido despreciado, prohibido y perseguido. No sólo por el cristianismo, el tacto se considera demasiado peligroso y terrenal. Y ahora va y llega Bergoglio y lo eleva a "el más importante de los sentidos". Destacable.

A Ratzinger o a Pío XII, así de entrada no los abrazarías: te pondrías a hablar con ellos o a escucharlos, pero Bergoglio es un Papa del tacto

Es un Papa que pide que la gente se toque más, se abrace, y centra su ministerio en la misericordia. Esta semana ha invitado a personas sin techo a desayunar para celebrar sus 80 años, y él no es de los que se lava las manos enseguida después de tocar a un pobre, o se las frota como haría mucha gente.

Esta dimensión pastoral del Papa no lo exime de ser un excelente hombre de gobierno. Su liderazgo puede ser malentendido: cualquiera podría pensar que vive ajeno a la curia. Pero él tiene en buena consideración a sus colaboradores, y por eso les exige austeridad y coherencia, y sabe que los necesita. Ahora bien, se gestiona él la agenda, y por ello no cuenta con un solo secretario o portavoz, sino que articula la comunicación con varias vías para estar informado, y también para hacer llegar los mensajes, cuándo y cómo quiere. El teléfono, en esta estrategia, es su gran aliado.

Jorge Mario Bergoglio acepta que hay tensiones que se tienen que tolerar para que los procesos funcionen. Cualquier persona de gobierno sabe que es así, y el Papa Francisco, que abre procesos "irreversibles", actúa animado por este principio.

Estar al lado del Papa es como "sentarse sobre un volcán en funcionamiento". El jesuita siciliano Antonio Spadaro lo definía así en un encuentro en Barcelona en que ha hecho un retrato del pontífice muy punzante: es un Papa que abre procesos y sobre todo es un hombre que se fía de los otros y les hace sentirse importantes (de aquí la manía de hacerse selfies con la gente, para otorgar al otro importancia, y no ser él el centro).

Jorge Maria Bergoglio acepta que hay tensiones que se tienen que tolerar para que los procesos funcionen

Una minoría dentro del catolicismo considera que el lenguaje que utiliza es confuso y divide a la Iglesia. Lo que pasa es que el Papa habla de la vida, y la vida es, a veces, inclasificable.

Para Spadaro, es un Papa que hace volver entrar la semiótica dentro de la pastoral, y lo explica con un ejemplo: No es el Papa de las recetas: si le duele la pierna, pulse 1. Si le duele el brazo, pulse 2. No. El Papa sería un médico de los de antes: te mira a los ojos, te toma el pulso, la temperatura, te pregunta cómo estás, qué te ocurre. No como algunos doctores exprés que cuando entras en la consulta ya han escrito en un papel, sin saber ni qué tienes, que te tienes que hacer una analítica, un tac y una resonancia. El Papa no es de estos, sin duda. Esta necesidad tangible, que también se transmite en sus célebres frases, parece entrar en contradicción con las palabras que dijo Jesucristo cuando se apareció a la Magdalena: Noli me tangere (se ha traducido con "no me toques"). Pero los exégetas bíblicos nos han hecho saber que el Noli Me Tangere (ejemplarizado en cuadros de una belleza chocante por Giotto, entre otros), en realidad significa "no me entretengas". El Papa eso, a sus 80 años reciente hechos, también lo tiene claro. Tocarlo, sí. Hacerle perder tiempo, no. Que tiene que acompañar una Iglesia demasiado rígida, y hay mucho trabajo para dejar a colaboradores que la descontracturen.