El fotoperiodista de El País Albert Garcia ha quedado absuelto de las acusaciones de agredir a un antidisturbio de la policía española durante los actos de protesta por la sentencia del procés. Durante el juicio, García explicó que fue el policía quien, tras intentar evitar que no fotografiara una actuación “fuera del protocolo policial”, le empujó y luego llamó a sus compañeros para que le detuvieran porque le había agredido. La propia sentencia remarca que “existen serias dudas de que ocurriera lo que relata el escrito de acusación”. Albert Garcia se plantea pedir responsabilidades por todo el periplo policial y judicial por el que ha tenido que pasar en los últimos dos años. Aparte del daño moral, la policía le tiró las dos cámaras que llevaba colgadas durante su detención en la comisaría de Via Laietana.

En otro juicio relacionado con el procés, la Fiscalía ha retirado las acusaciones de desórdenes públicos contra seis de los 9 de Lledoner. Durante la primera sesión del juicio declararon los agentes antidisturbios de los Mossos d'Esquadra, pero no pudieron identificar a ninguno de los acusados. Se da la circunstancia de que uno de los mossos que han declarado como testigos tiene pendiente un juicio por una posible agresión racista que habría tenido lugar en 2019 en Sant Feliu Sasserra, en el Bages, y desde entonces está apartado de los antidisturbios. Este caso, investigado también por un juzgado de Manresa, es conocido como caso Wubi por el nombre del joven negro residente en Sabadell que denunció la agresión.

Robert Brannon y Deborah David enunciaron los cuatro imperativos que definen la masculinidad tradicional. Uno de ellos era give them hell, 'mételes caña', que muestra, justamente, la importancia de la violencia, la agresión y la temeridad en la conducta de los hombres

También esta semana se ha hecho viral la paliza que los porteros de la discoteca Waka Sabadell le propinaron a un chico por supuestos motivos racistas. A través de las redes sociales se difundió un vídeo donde se puede ver cómo los porteros le pegan puñetazos y patadas frente al local, mientras otros dos persiguen a otro joven que huye de ellos corriendo.

Ayer supimos que los Mossos d'Esquadra investigan una violación a una chica de 16 años que también sufrió una brutal agresión física en la noche de la castañada en Igualada. Los indicios hacen pensar a la policía catalana que podría tratarse de una agresión múltiple. A las 6 de la mañana un camionero localizó a la chica inconsciente, y con heridas graves, en un descampado del polígono.

Son cuatro noticias de esta semana que no tienen que ver entre sí. No son comparables e intentar relacionarlas sería caer en maniqueísmos injustos o en la demagogia. Pero sí existe un elemento transversal que llama la atención: la violencia. Y, en concreto, la violencia masculina. En 1976 los psicólogos sociales Robert Brannon y Deborah David enunciaron los cuatro imperativos que definen la masculinidad tradicional. Uno de ellos era give them hell, 'mételes caña', que muestra, justamente, la importancia de la violencia, la agresión y la temeridad en la conducta de los hombres. La añoranza de una especie de edad de oro para los hombres en la que eran hombres, con cacerías, guerras, industria pesada y todos los atributos del hombre clásico: ira, violencia y fuerza física, puestos a prueba. Y, obviamente, el dominio sobre las mujeres. Para demasiados hombres todavía, ser hombre equivale a ser uno de esos soldados japoneses que salieron de la selva sin saber que la guerra había terminado. Están programados para ser algo que ya no es necesario. Algo equivocado. Un problema de primera magnitud.