La semana de la Purísima Constitución o de la Constitución Inmaculada llega en la edición de este año a cotas insuperables. Semana de únicamente 3 días en teoría laborables.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Pues añadiendo a una fiesta privada de sentido, otra privada también de sentido en origen por sus autores y desprestigiada con el paso del tiempo. En efecto, primero fue la fiesta de Inmaculada Concepción, para festejar el dogma católico y antiprotestante de la pureza original de la Virgen María, madre de Jesús. No se refiere este dogma, que la Iglesia Católica no tendría muy claro, porque tardó 18 siglos y medio a adoptarlo, a la concepción del Redentor, sino a la de su madre. Según la teología vaticana, María es el único ser humano nacido sin pecado original, el que nos generaron Adán y Eva por una desobediencia, recuerden.

Sin entrar en disquisiciones curiales al respecto, lo cierto es que éste es un debate eclesial de hace siglos que enfrentaba, entre otros temas, a católicos y protestantes. El papa Pío IX, vía la bula Ineffabilis Deus, proclamó este dogma el 8 de diciembre de 1854. Por su parte el papa Clemente XIII, en 1670, declaró a Inmaculada Concepción patrona de España. En noviembre de 1892, fue proclamada patrona del Arma de Infantería. Nacionalcatolicismo en estado puro.

Cuando en los inicios de los años 80 se quería crear una fiesta nacional española parecía que el día en que la ciudadanía refrendó la Constitución, el 6 de diciembre, sería el ideal, dando inicio a un nuevo simbolismo cívico, laico y, como se repite con la firmeza de los que saben que no es así, de todos. Pues nada de eso. La fiesta nacional declarada fue el día del Pilar, ahora dicha de la Hispanidad, antes de la Raza.

Se habló de suprimir la Inmaculada. Irritados, los sectores conservadores clamaron contra tal herejía. Incluso, algún sector civil, como el sempiterno presidente de la CEOE, José Ma. Cuevas, llegó a proponer que, como ciertamente dos fiestas laborales en una semana, era -y es- un disparate, había que suprimir la nueva, dejando la religiosa, tan imbricada en la tradición mariana de España. Al final, salomónicamente, quedaron las dos y un descalabro en materia de organización.

España no es un Estado confesional, pero dista mucho de ser un Estado laico

Estas dos fiestas, profundamente nacionalcatólicas han tomado, como el día del Pilar, el carácter de fiestas oficiales de guardar, como si de preceptos religiosos en un Estado confesional a observar por todos se tratara. Ciertamente, España no es un Estado confesional, pero dista mucho de ser un Estado laico. Este tipo de fiestas, la boda pública y solemne de los miembros de la Casa Real por el rito católico, así como el carácter público-religioso de actos de los miembros de la Casa Real, como los bautizos, comuniones y similares, denotan lo lejos que se encuentra España de una laicidad razonable. La actual reina tuvo que seguir unos cursos de cristiandad previos a sus esponsales.

Si intentamos traducir Inmaculada o Concepción como nombres de mujer al francés, inglés o alemán, encontramos un vacío: no existe. Igual sucede con Concha. Es más, decir Concha en los países latinoamericanos, con el castellano como idioma oficial y abrumadoramente católicos, es un grave insulto. O sea, rara avis.

Se dirá que tenemos Navidad, San José, San Juan, la Semana Santa o muchas otras fechas, acabando con los domingos, día literalmente del Señor. Falacia fácil: la Navidad, San José, San Juan, la Semana Santa o los domingos eran ya fiesta, con nombres locales y paganos, sobre los que sabiamente la Iglesia católica sobrepuso sus ritos y creencias. Cuando la Iglesia de Roma era el único miembro del G1, lugar que compartió con la España absolutista durante un par de siglos, esta superposición se desdibujó, no así las fiestas y efemérides populares que estaban en su base: los equinoccios, los solsticios, las fiestas de la siembra o de la cosecha... Ahora eso, como formalmente el nacionalcatolicismo, es, no sin trabajos hercúleos, faramalla del pasado.

El 6-D es una fiesta contra unos disidentes, cada vez más y por más razones, que manifiestan su desacuerdo con los pactos ya agotados de la Transición

En este contexto de fervor renacido -siempre fruto del brasero de la intolerancia y el supremacismo- se presenta esta doble paradoja. Por una parte, el día del Constitución del nuevo Estado que se pretende democrático y de todos, no es el día de la fiesta nacional -suponiendo que tenga que haber una; es una festividad de segunda, añadida a las históricas y no de mejor recuerdo con respecto a progreso y ciudadanía. Esta fiesta hoy día es, guste o, no una fiesta contra unos disidentes, cada vez más y por más razones, que manifiestan su desacuerdo con los pactos ya agotados de la Transición.

Por otra parte, se quiere tratar el 6 de diciembre como su predecesor, el 12 de octubre, como fiestas civiles de guardar, donde trabajar oficialmente se tiene por una herejía, a la que el brazo secular, los tribunales, se tienen que encargar de corregir. Veremos si el 12 de octubre tiene en el 6 de diciembre una segunda vuelta judicial. El sentido común pediría que no, dado que ningún acto punible se ha llevado a cabo. Estos días cívico-religiosos se pueden declarar inhábiles a efectos laborales, no se puede obligar a trabajar a nadie que no quiera hacerlo o que por ley tenga que trabajar -médicos, policías, pero también cocineros o pasteleros, servicios de abastecimiento .... Lo único que no se puede hacer los días declarados legalmente festivos, salvo determinadas actuaciones judiciales perentorias, especialmente penales, es convertirlos en laborables y alterar los términos procesales y gubernativos. Ello atentaría contra los principios más elementales de la seguridad jurídica. Pero eso, no sólo no ha sucedido, sino que ni parece que alguien lo haya ni siquiera pensado.

En resumen: debido a los que dicen que la ley es el único motor de la política, en España hay dos fiestas seguidas en el ya plurifestivo mes de diciembre. Una de estas fiestas es ranciamente religiosa, vulnerando la separación Estado-Iglesia, y la que tendría que ser la festividad nacional de España está precedida también por una fiesta nacionalcatólica. En este contexto, no se puede pretender que la Constitución, que no se cumple porqué exija a todo el mundo que la acate, cabe decir religiosamente, sea la Constitución de todos y que todos sean iguales. Ni de lejos.