Esta semana, legisladores y organizaciones del ámbito de la salud han denunciado a nivel europeo la falta de datos sobre la salud mental de los jóvenes. Un hecho que impide ahondar en un asunto clave, urgente y fundamental que está suponiendo un serio problema de nuestra sociedad actual. 

Precisamente, hace unos días, una amiga, que es médico, me explicaba cómo se sentía ante la avalancha de casos que estaba viendo en consulta. Las autolesiones, intentos de suicidio y problemas graves que están protagonizando los más jóvenes está alertando a los profesionales sanitarios. 

Ya en 2021, un estudio de UNICEF señalaba que nueve millones de jóvenes vivían en Europa con trastornos mentales como ansiedad o depresión. Un año después, en 2022, el informe elaborado por Health at a Glance no mejoraba las cifras, sino que apuntaba al hecho de que el 50% de la población joven había reportado necesidades que no habían sido atendidas en el ámbito de la salud mental. 

Son cifras, son números, y en realidad, según los expertos, son en muchos casos inútiles, puesto que las encuestas no son capaces de recoger la información que los profesionales realmente necesitan para poder comprender qué está sucediendo. 

El Comité de Salud Pública del Parlamento Europeo ha abordado este jueves esta cuestión. Allí, Louise De Meulenaer, de la Federación Europea de Asociaciones de Estudiantes de Psicología (EFPSA), señaló a los legisladores europeos que el estrés en la escuela, la incertidumbre sobre el futuro, la ansiedad causada por la crisis climática y los estándares inalcanzables marcados por las redes sociales están sumando factores que debilitan y empeoran la salud mental de los jóvenes. 

Y señaló, como todos los que abordan estas cuestiones, que les faltan datos que sean realmente concretos para poder analizar de una manera más específica qué es lo que está sucediendo. Algo que fue respaldado por los eurodiputados presentes. 

Se sabe, por ejemplo, que la pandemia ha sido un punto de inflexión: los datos que presenta el informe Helath at Glance 2022 evidencian que el número de jóvenes con síntomas de depresión se ha duplicado. En Islandia, Suecia o Noruega, uno de cada tres jóvenes han sufrido estos síntomas. Antes de la pandemia, los datos reflejaban que se daban en uno de cada nueve. Pero la pandemia no ha sido el único detonante. 

El uso de las redes sociales, la presencia de teléfonos móviles, así como otras tecnologías entre los jóvenes y los más pequeños tienen también un peso importante en este problema. Y estos factores, a su vez, son una señal de otros, como el hecho de que la familia parezca estar ausente en muchos hogares. 

Me explicaba mi amiga que encuentra algunos factores que se repiten en su consulta: perfil de jóvenes que al llegar a casa están solos. Sus padres se pasan las horas fuera, trabajando, y los niños ocupan esas horas en clases extraescolares —en el "mejor de los casos"— o literalmente solos frente a pantallas. 

La falta de socialización (entendida como contacto directo entre personas) está haciendo mella. 

El estudio realizado por Esperanza Navarro, en la Universidad de Valencia, donde analizó a 470 jóvenes españoles, refleja que un 21% podría padecer potencialmente un trastorno de la conducta; un 17% tendría un trastorno de ansiedad; un 11% padecería TDAH; un 4% presentaría un trastorno de la conducta alimentaria. 

Hay datos que señalan, también, que se está registrando un aumento en el número de casos de comportamientos hiperactivos, así como de conductas disruptivas. El suicidio ya es la primera causa de muerte no natural entre los jóvenes de 15 y 29 años. 

Los profesionales coinciden en la importancia de hablar sobre salud mental e informar sobre síntomas y soluciones en las aulas. También son unánimes al solicitar que desde la Administración pública se aceleren las listas de espera para los jóvenes, puesto que a estas edades es preciso intervenir con total celeridad, para evitar que el trastorno cause problemas mayores a lo largo de la vida. 

Es fundamental ser conscientes del problema que suponen las redes sociales, los vídeos  y las interacciones a través de las pantallas. ¿Dejaríamos solos a nuestros hijos en un lugar lleno de desconocidos para que interactuasen con quien se fuera presentando ante ellos y contándoles cualquier cosa sin estar nosotros presentes?

Es fundamental ser conscientes del problema que suponen las redes sociales, los vídeos  y las interacciones a través de las pantallas. ¿Dejaríamos solos a nuestros hijos en un lugar lleno de desconocidos para que interactuasen con quien se fuera presentando ante ellos y contándoles cualquier cosa sin estar nosotros presentes? Una pregunta tan sencilla y simple de ser respondida, es clave si entendemos la red como un espacio donde precisamente, esto es lo que ocurre. 

No se trata de apagar las pantallas o prohibirlas entre los jóvenes, sino de aprender a usarlas de manera eficaz y que reporte beneficios. No olvidemos que son una herramienta y nosotros tenemos que ser conscientes del poder que debemos tener sobre ellas. Y sobre todo, del peligro que conlleva no asumirlo. 

Y en ello, es fundamental que los padres, madres, y en definitiva los adultos seamos capaces de saberlo transmitir a los más jóvenes. Obviamente, para ello, debemos aplicarnos nosotros mismos las pautas, y quizás sea un punto interesante comenzar por autoevaluar nuestro comportamiento en las redes sociales. 

¿Se dedica usted a pasar horas frente a la pantalla, absorto y en muchos casos, sin ser consciente ni de lo que está mirando?

¿Cuando suena un sonido en su teléfono acude inmediatamente, pasando por encima de lo que está haciendo en ese momento, o de la persona física que tiene delante?

¿Cuando usted, adulto, interactúa en redes sociales, mantiene unas mínimas pautas de respeto hacia los demás, o por el contrario, profiere insultos y ataques hacia otras personas?

¿Suele dejarle un móvil o tablet a sus hijos para así poder sentir que están entretenidos?

A veces mirar hacia uno mismo suele ser la clave del problema que se busca solucionar en los más jóvenes, que suelen ser un espejo de lo que sucede entre los adultos.