¿Será Donald Trump el 45º presidente de los Estados Unidos? Esta cuestión crucial ya está sobre la mesa. “Un duelo Hillary Clinton-Donald Trump se ha convertido en una certidumbre”, ha dicho el New York Times en su primera página. Lo que parecía imposible hasta en el Partido Republicano, cuyos representantes más destacados le atizaron con la consigna “Never Trump”, o sea “Nunca Trump”, ya se abre paso en su agenda. ¿Se trata de un populista peligroso para el mundo? ¿O de un pragmático negociador? En cualquier caso, su programa económico se orienta hacia lograr inyectar un estímulo directo a la inversión en una fase en que las empresas están nerviosas ante la posibilidad de que EE.UU. caiga en una nueva recesión. Y en este sentido, el multimillonario inmobiliario ha prometido no andar con paños calientes.

Tras dejar en la cuneta a sus cuatro rivales –Ted Cruz, Marco Rubio, Jeb Bush y John Kasick– el hombre fuerte de la Gran Manzana quiere levantar un proteccionismo fuerte para lograr que la actividad y el empleo se concentren en Estados Unidos. Pese a los datos positivos oficiales, para Trump, la tasa de paro es superior al 40%. La población activa se ha reducido y ya sólo significa el 63% de la población, cuando a comienzos de 2007 ascendía al 67%.

Por ello quiere renegociar los tratados comerciales relacionados con el Pacífico, donde, según los expertos, EE.UU. ha fracasado en su basculamiento hacia Asia por falta de medios diplomáticos y militares. China. Rusia e Irán (en Oriente Medio) han ocupado el espacio central tras el reflujo americano.

Por ello, ha hablado de introducir una tarifa general del 20% a todos los productos importados, que en el caso de China podía llegar al 45% a causa del cambio ficticio aplicado por Pekín al yuan, las copias  y el espionaje industrial. Asimismo, ha prometido forzar a Apple fabricar sus smartphones en América, recuperando los empleos deslocalizados en China. Y a los automóviles ensamblados en México por constructores americanos se les aplicaría una tasa del 35%. Se trata de atraer el trabajo a casa en un mundo cada vez más fraccionado.

El muro con México ha sido un escándalo, hasta el punto que hizo al Papa Francisco mostrar sus dudas sobre la cristiandad de Trump. El repliegue de éste sugiere que su determinación de construirlo es muy dudosa. Lo que es menos dudoso es su intención de frenar la inmigración ilegal, que asciende a 11 millones de personas, según estimaciones, a la vista de la cólera que se está acumulando en un clase media y baja americana que vive al socaire.

Reforma fiscal

Dentro de su reforma fiscal, destaca la promesa para los que crean empleo en EE.UU. de exenciones fiscales que pueden llegar hasta el 100%. La medida puede dar lugar a un agujero fiscal, pero Trump es partidario del gasto público (“aunque sin despilfarrar un dólar”, dice,) como en su día lo fue Ronald Reagan.

El caso es que el liberalismo como en la época de Thatcher –Reagan ya no cabe en la etapa que se abre del Capitalismo 4.0–, en el que la sombra de la revolución numérica se expande sobre una economía en la que la crisis de la Gran Recesión iniciada en 2008 no acaba de cerrarse.

En ese ínterin, la situación es complicada. El mercado de trabajo es precario, la digitalización de la economía puede destruir en adelante muchos empleos, con lo que la presencia del sector público debe estar presente junto con la iniciativa privada para cubrir los vacíos. Las instituciones clásicas del liberalismo, como los bancos centrales, pueden sufrir en este tránsito  límites a su autonomía. Trump ya ha dicho que si llega a la presidencia, pondrá fin al mandato en la Reserva Federal a Janet Yellen cuando llegue el momento de su adiós. Ahora mismo, el magnate ya está pidiendo a la Fed que asegure un dólar para favorecer las exportaciones.

Todo este programa de urgencia responde al temor de Trump de que la economía americana está en peligro. Habla además de la posibilidad de una crisis financiera similar a la del 2008, en línea con lo que piensan algunos célebres gurús como Carl Icahn. Menos pesimista, Warren Buffett asegura “que en Estados Unidos seguirá habiendo buenos negocios, mande Clinton o Trump”, aunque advierte sobre el riesgo oculto de los derivados financieros.

El impetuoso inmobiliario no está solo. Giuliani, el mítico alcalde Nueva York, le apoya. Y le respalda el trabajador duro de Nueva York y de otras ciudades que no duermen nunca. A los 13 años, el pequeño Donald fue enviado por su padre a la academia militar. Es vulgar por los cuatro costados, y el artista Jeff Koons le tomó como arquetipo de su visión irónica de la América consumista. Pero hoy sabe, aun cuando vaya acompañado en las fotografías como el editor de Play Boy que “la vida es sobrevivir”.

Con estas ideas y este estilo, un 63% de los americanos afirman temer su candidatura, pero según una encuesta de la NBC un 58% responde que no se ve votando a Hillary Clinton.

El resto es conocido, su desprecio por las élites, su deseo en materia de política internacional de “lograr hacer fuerte el país otra vez”, su animadversión frente al islamismo radical, su inexperiencia política, su caracter autoritario que le lleva a decir que con Putin podría tener una “super relación”. En resumen, Trump es un personaje excesivo en un tiempo nuevo. Inédito, que inquieta a los propios americanos.

Ahora bien, como de aquí a noviembre la situación económica en Estados Unidos empeore, el momentum de Trump le puede llevar a la Casa Blanca.