El cardenal Omella es un hombre de recursos. De hecho, él mismo es un enorme recurso para la Iglesia católica. No sólo es arzobispo de Barcelona, una de las diócesis más importantes del panorama católico del sur de Europa, sino que preside la Conferencia Episcopal de los obispos españoles que estos días han celebrado su asamblea plenaria. Un hombre importante en Madrid, en Barcelona, en Roma. Y en Cretas, claro, donde nació. Ante los setenta hombres que gobiernan los obispados españoles, Omella ha empezado reconociendo que "vivimos tiempos difíciles", pues con la crisis "muchos de los nuestros han sucumbido en la miseria y la pobreza". Según datos de Cáritas, en España viven (malviven) 40.000 personas sin hogar, 11 millones se encuentran en situación de exclusión social y 2,5 millones están en extrema vulnerabilidad.

Los jóvenes, dice Omella, "están perdiendo entusiasmo ante los elevados índices de desempleo juvenil, la inestabilidad provocada por falta de un contrato fijo y sueldos muy bajos que impiden acceso a una vivienda". La consecuencia, vivir eternamente en pisos compartidos e imposibilidad de emancipación. Omella es petróleo porque ofrece combustible a los suyos, sabe destilar, refinar y extraer. No se contenta en describir situaciones sociológicas con un discurso de manual que le podría haber escrito algún experto en literatura episcopal. No. Ha soltado muchas preocupaciones en su discurso, desde el "drama de la soledad de ancianos que viven solos", situación que también afecta a adultos y jóvenes "hiperconectados a las redes sociales que experimentan la soledad por la ausencia del encuentro real con las personas". Redes, denuncia, que "impulsan a los jóvenes a ponerse máscaras que impiden mostrarse, aceptarse y ser amados tal y como son". Como el papa Francisco, otro petrolero, Omella decide escoger el camino difícil, para tener éxito. Por eso quiere pasar a la acción. Él lo quiere. No queda claro si los otros obispos están por la labor. Pide mucho: colaborar más activamente con instituciones políticas y civiles. Y pone ejemplos: que los Ministerios de Educación y Trabajo, patronales y sindicatos, asociaciones educativas... trabajen juntos y cooperen también con la Iglesia para potenciar, por ejemplo, la formación profesional.

Como el papa Francisco, otro petrolero, Omella decide escoger el camino difícil, para tener éxito. Por eso quiere pasar a la acción

Omella pronuncia muchos discursos sobre la corresponsabilidad, escucharse los unos a los otros para, también, juntos, escuchar y discernir. Nada ingenuo, reconoce que el diálogo "generará diferencias" y es un hecho que "no nos gusta encontrarnos y escuchar a quien no piensa como nosotros". Con todo, dispara: "No nos tienen que dar miedo las diferencias; el que piensa diferente, me enriquece, y el Espíritu Santo me puede estar hablando a través de Él". Una frase que no hace referencia sólo al diálogo intraeclesial, sino a recoser heridas en España. A todos los niveles.

En el estado español hay 22.993 parroquias y 16.960 sacerdotes. Hay 96.470 catequistas. Hay 70 obispos. Es, por lo tanto, urgente que se abran muchos más canales de diálogo a fin de que la gestión (en católico se llama "la pastoral", que no es sólo gestión, sino también cuidado de las personas) funcione. Los obispos, por primera vez, han aprobado un decreto general que recoge la normativa canónica dispersa en varios documentos contra los abusos sexuales. Tiene validez en todas las diócesis e instituciones religiosas de derecho diocesano y permitirá más rapidez para coordinarse ante todo tipo de casos y que se garanticen los derechos de todas las partes clarificando aspectos que antes se interpretaban por analogía jurídica. Eso quiere decir que los obispos no encargarán un estudio como en Francia, más sociológico y testimonial, sino que se dotan de instrumentos jurídicos fuertes. Ya era hora. Omella ha tenido mucho que ver. No quiere vivir en narrativas, sino afrontar los problemas y poner fin a indecisiones y titubeos que no han ayudado en el pasado reciente.