Cuando le preguntaban cuánta gente trabajaba en el Vaticano, tenía clara la respuesta: "Más o menos la mitad". Cuando despedía a una visita, el socarrón papa Juan XXIII decía a los visitantes: "Volved, volved, por desgracia siempre estamos aquí...". Era un Papa que rompía el protocolo. Convocar un concilio fue un gesto potente que le comportó más de un dolor de cabeza. Cuando Juan XXIII (1881-1963) llegó a ser Papa, cambió algunas costumbres vaticanas. Una era la de los famosos santini o estampitas que se repartían con la cara del Papa. 

Giuseppe Angelo Roncalli, cuando llegó a santo padre, decidió abolir esta práctica y dijo que si se tenía que agradecer alguna gestión a alguien era mejor se le diera una estampita "de aquellas que sirven para comprar un ramo de flores a la esposa". Era consciente de que era más útil un billete de cinco mil liras que una enésima estampita. Lo explica Renzo Allegri, uno de los escritores que más ha escrito sobre este Papa bondadoso, una figura que cada vez se compara más con el papa Francisco. Era una persona de una gran sensibilidad y nobleza de corazón, sabio y prudente, ponderado. Un Papa tildado de "socialista"; precisa Allegri: "Socialista en el sentido evangélico del término".

Era conocido como "el Papa bueno". Convocó el Concilio Vaticano II. De los diez años que estuvo en Turquía, el recuerdo es que se quitaba literalmente el pan de la boca y que no hacía ninguna distinción entre personas, tanto si eran creyentes como si no lo eran. Se acercó a los ortodoxos, fruto de sus estancias en Bulgaria y en Grecia.

Las tribulaciones y padecimientos que vivió no le venían de enemigos de fuera, sino de dentro de la estructura. Lo dejó escrito en su diario; concretamente, que los problemas provenían de los "órganos centrales de la administración eclesiástica". Nada nuevo bajo el sol. Los sistemas, necesarios para funcionar, son muchas veces el principal obstáculo para ir adelante. Para él era una forma de "mortificación y de humillación que no se esperaba" y que le hacía "sufrir mucho". Era un Papa amado por la gente, vivía de manera sencilla y dominaba el arte de la sonrisa, dicen los que lo conocieron. Seducía con aquel rostro de buena persona y la gente sentía al Papa próximo. Bergoglio tiene tics de Roncalli.

Son papas que saben que no hay rosa sin espinas. Papas que generan incomprensión porque con su visión demasiado ancha salen de los confines definidos de la Iglesia. Papas que desestabilizan, que hacen cambios, que prescinden de algunas tradiciones. Purgan, como se hace con los rosales. Pero purgar es una acción necesaria para que vuelvan a florecer. Lo saben, y por eso sonríen mientras otros se rasgan las vestiduras.