La huelga de hombres políticamente correcta sería aquella en que cogemos a los hombres y los encerramos en casa. Sin internet, rodeados de electrodomésticos, de críos, personas mayores, mascotas, personas con una discapacidad. Pero sin el caos y la destrucción que supone la purga. Es decir, sin agredirlos, acosarlos, torturarlos y matarlos. Sin la parte divertida, vaya.

La huelga de hombres-no purga tiene dos objetivos. El primero, hacerles ver que esas tareas que consideran desagradecidas, las que están muy mal vistas, las que no se pagan ―si no es con amor, alabanzas, abrazos, besos y bla, bla, embolia―, son muy importantes para la sociedad. Que entiendan que, si hay visionarios capaces de concebir grandes hitos, es porque hay gente que se ocupa de las cosas pequeñas. No sé si os habéis fijado, pero el mundo está gobernado por hombres a los cuales ni de cachondeo les dejarías cuidar tu periquito. Elon Musk, multimillonario exjefe de Tesla que parece un malo de James Bond; Mark Zuckerberg, creador de Facebook, que no sabemos si puede procesar emociones humanas; Donald Trump, en los Estados Unidos; Xi Jinping, en China; Vladímir Putin, en Rusia; Matteo Salvini, en Italia ―es ministro, pero da miedo igual―; Jair Bolsonaro, en Brasil. Un fuerte aplauso a quien decidió que la psicopatía y la inmadurez emocional eran las cualidades de un buen líder.

El segundo objetivo es hacer partícipes a los hombres del noble arte de cuidar. Que se lo sientan suyo. Que disfruten. Que tengan una relación orgánica, simbiótica, con esos seres que cuidan. El machismo no es sólo la construcción de la sociedad en base al privilegio masculino y la discriminación de la mujer. También es la colectivización de la responsabilidad hacia las frustraciones de los hombres. Me di cuenta cuando leía La guerra no tiene rostro de mujer, de la bielorrusa Svetlana Aleksiévich. En el libro, la Premio Nobel recopila los testimonios de mujeres que lucharon con el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial. La obra explica cómo ellas no fueron tan reconocidas como ellos al acabar la Gran Guerra Patriótica. Muy al contrario. Sus testimonios se silenciaron y se las despreció. Tildándolas, a menudo, de rameras y malas mujeres.

Aleksiévich muestra como la guerra es tanto el encumbramiento de la masculinidad como la muestra de su artificio. En la guerra, las relaciones de género, y los espacios femeninos (privados) y masculinos (públicos) saltan por los aires. El hogar se convierte en un campo de batalla. Las mujeres se incorporan al trabajo remunerado, en el frente, y son tan capaces como los hombres. En un mundo en que la fuerza física cada vez es menos relevante para los conflictos bélicos, que pasan a ser juegos de precisión, uno de los cimientos para sostener el arbitrario binomio masculinidad/feminidad, y su oposición jerárquica, se hunde.

Sin embargo, hay un hecho que siempre persiste. Muchas de las mujeres que también somos hembras humanas seguimos teniendo la capacidad de parir. Y sigue siendo necesaria. Se dice que nuestra opresión primigenia en Occidente se basa en el control de nuestra sexualidad, para garantizar un linaje que se pueda transmitir por la vía paterna. Añadiría que a muchos tíos les revienta no poder parir. No poder sentir qué es tener un ser humano dentro de ellos. Por eso necesitan deshumanizarnos, vetarnos de los espacios de creación artística, tecnológica, social y humanística, y presentar nuestros procesos fisiológicos como enfermedades horrorosas que nos transforman en monstruos histéricos cuando menstruamos o en pacientes histéricas cuando parimos. Nos tienen envidia.

La huelga de hombres sería para decirles que ellos también pueden hacer muchas cosas por la vida

Pensémoslo bien. Las mujeres podemos hacer lo mismo que hace un hombre, pero con el chocho sangrando. Es decir, si los hombres pueden hacer cosas épicas, nosotros las podemos hacer epiquísimas. Imaginaos a Espartaco liderando a las tropas de gladiadores y libertos contra el ejército de Roma con la chorra brotando sangre y los cojones candentes como dos piedras volcánicas. Crixo a su lado tiene una mala leche de la rehostia porque durmiendo se le ha girado la compresa y lo ha dejado todo hecho una mierda y después de la rejodida batalla tendrá que lavar las sábanas y le da una pereza que te cagas y ya verás cuando pille a un romano que le pienso clavar el hacha para abrirle la cabeza como si fuera una sandía.

Otra cosa que odio es la cancioncilla esta, difundida por algunas feministas también, que las mujeres tenemos el don de la vida. No, no lo tenemos. Si no nos meten una semilla en el tiesto, no crece nada. El argumento desresponsabiliza a los hombres de su parte del pastel. Ah, como ellas tienen el don de la vida... Lo que sí que tenemos, sin embargo, es la capacidad de gestar la vida y, en consecuencia, la decisión de acabarla. Eso jode. Eso da miedo. Los hombres necesitan la ley para ser soberanos; las mujeres que somos hembras, somos soberanas porque somos hembras. Quizás es una impresión, pero cada vez que se debate sobre políticas de curas, de maternidad y paternidad, en relación sobre todo al trabajo remunerado, hay una presencia fantasmagórica que es "vale, ¿pero algún precio tendrán que pagar para gestar y parir, verdad? Quiero decir, si ellas hacen una cosa que nosotros no hacemos, ¿por qué las tenemos que esperar, en el trabajo? Ellas tienen un talento más, y un gran talento comporta una gran responsabilidad, lo dice el tío del Spider-man. ¿Dónde está la equidad y la igualdad?".

La huelga de hombres, pues, sería para decirles que no, que ellos también pueden hacer muchas cosas por la vida. No la pueden gestar, a menos que sean trans, pero tienen un papel en su creación y en su mantenimiento. No se trata de darles una medalla y hacerles pósteres del tipo Pablo Iglesias volviendo de una baja de paternidad como si volviera de Vietnam. Se trata de que se encuentren bien de una forma plena y desinteresada.

Alguien puede pensar que eso es una versión hippy de la huelga de hombres. Pero a mí me gustan las historias de grises. Donde no hay ni buenos ni malos, sino malos-buenos. Y zombis. Como Juego de truenos. Por eso, la huelga de hombres aparentemente hippy esconde un giro egoísta. Lo explicaré en el último artículo de la trilogía. No será la semana que viene, sino dentro de unas semanas. Quizás meses. Si no, contribuiré a hacer del mes de marzo el mes "de las mujeres", y eso ahora está de moda. Yo soy una moderna de mierda del feminismo y no me pega.

Continuará.