Si el 1 de Octubre fue un éxito clamoroso y una derrota del Estado sin paliativos fue, entre otras cosas, también por la actitud ejemplar de los Mossos d'Esquadra. Muchos agentes han pagado un precio alto. Y alguno de sus mandos, también. Empezando por el mayor Trapero, en manos de la Audiencia Nacional. Trapero no era independentista. Y quién sabe qué piensa hoy. Pero fue el responsable policial que ordenó un determinado operativo. El resultado es lo bastante conocido. Los Mossos priorizaron la convivencia ciudadana, aferrándose a una resolución judicial providencial. En ningún caso participaron de la salvajada protagonizada por la Guardia Civil y la Policía Nacional. Una salvajada "metiendo la porra como si no hubiera un mañana" y una chapuza, un fracaso esperpéntico, porque no evitaron que se votara. Quizás incluso provocaron el efecto contrario.

Sólo había que escuchar la letanía de los agentes de la Benemérita y de la Policía Nacional en el juicio del Supremo para constatar la rabia, el odio y el desprecio contra el cuerpo de los Mossos d'Esquadra, coléricos contra la Policía catalana precisamente porque no había participado en la carnicería, en el miserable acto de cobardía que protagonizaron miles de uniformados llegados de todo el Estado.

Este país olvida muy deprisa cuándo se deja arrastrar por una cultura antipolicial, tan nociva como arraigada. Y no sólo comete una injusticia, se dispara un tiro en el pie. Catalunya no es Euskadi, y querer reproducir aquí, ahora y hoy, determinados clichés vascos, es un error inmenso. De la izquierda abertzale se puede aprender. Y mucho. Pero no para reproducir los despropósitos estratégicos.

Muchos hemos vivido de cerca la lealtad y compromiso de los Mossos. El mismo Oriol Junqueras tenía y tiene una relación excepcional con los agentes que formaban parte de su cuerpo de escoltas: patriotas, buenos policías y sobre todo buenas personas. Se jugarían al físico para protegerle, puedo dar fe. Durante el 1 de Octubre vivimos la connivencia de no pocos agentes de los Mossos con las urnas y vimos cómo, en ocasiones, agentes de los Mossos recriminaban su actitud a uniformados llegados de todo el Estado. Un orgullo de agentes, de Policía.

En los Mossos, un cuerpo de cerca de 18.000 personas, hay de todo, como en todas las casas. Llevar una estelada no te hace mejor persona, ni blanquea ninguna actitud reprobable. Ser Policía tampoco. Algunas de las imágenes que hemos visto los últimos días, de cargas policiales completamente gratuitas, o de vehículos arrastrando manifestantes, son vergonzosas y merecen una sanción disciplinaria ejemplar. La concentración de personas con una ideología próxima a la derecha extrema en determinadas unidades policiales, explícitamente los antidisturbios, es una urgente anomalía a corregir que sólo lastra una buena Policía.

Los Mossos, como cuerpo policial, no tienen nada que ver con la tradición que representan los cuerpos de seguridad del Estado. Trapero no es el general bocazas de la Guardia Civil que amenaza con que lo volverán a hacer. La lógica es otra

Si la criminalización de la disidencia política es una operación de Estado en toda regla, la criminalización del cuerpo de Mossos d'Esquadra es otro tiro en el pie. El Estado pretende hacer pasar el conflicto político que plantea la sociedad catalana, o cuando menos una parte muy sustancial de esta, como un problema de orden público. Alimentar la bronca es caer en eso de lleno. Los Mossos son la Policía de Catalunya. Nuestra Policía. Y precisamente lo que más daño hace a esta Policía son actuaciones como las que han protagonizado algunos agentes u operativos desbordados o descontrolados.

La disidencia política ganó el 1 de Octubre precisamente porque planteó un desafío desde la no violencia. Aquí radicó la victoria popular y al mismo tiempo la derrota estrepitosa del Estado. La peor derrota que ha sufrido un Estado que se aguanta sobre unos cimientos heredados del franquismo, un Estado podrido en las entrañas, heredero de un régimen criminal, una democracia viciada de origen.

Y no, no es verdad que los Mossos d'Esquadra sean igual que la Guardia Civil y la Policía Nacional. No lo han sido nunca. No es una cuestión de personas individualmente consideradas, que hay de todo, en todas partes. Es mucho más profundo. Los Mossos, como cuerpo policial, no tienen nada que ver con la tradición que representan los cuerpos de seguridad del Estado. Trapero no es el general bocazas de la Guardia Civil que amenaza con que lo volverán a hacer. La lógica es otra, por mucho que los Mossos estén atrapados en una espiral diabólica. Por cierto, ¿qué quiere decir el general del tricornio cuándo proclama que lo volverán a hacer parapetado tras un arsenal de pistolas y escopetas? O bien quiere decir que volverían a hacer el ridículo o bien que volverían a zurrar a los ciudadanos. O quizás no tendrían bastante. El viernes, sin ir más lejos, la Guardia Civil paró un autobús en Gelida que iba al acto de Lledoners. 2 de noviembre, dos años del encarcelamiento de Junqueras. Uno de los agentes subió al autobús y lo recorrió, pistola al cinto, mientras otro agente se quedaba al lado del conductor, metralleta en mano. Son así.