No puede ser que los ciudadanos de Catalunya, los independentistas, los españolistas y los indiferentes tengan una oferta televisiva políticamente tan amplia y tan serenamente libre. No, no, ¿qué nos habíamos creído? Vivimos en un territorio descaradamente colonial que debe ser asimilado a cualquier precio y, para esta sagrada tarea españolizadora, nuestros medios de comunicación públicos deben ser idénticos a los del resto de España. Es decir, pueden ser o bien abiertamente anticatalanistas o discretamente anticatalanistas, pero en definitiva siempre contrarios al hecho vivo de Catalunya y a la libertad del pueblo catalán. Esta es la estrategia y ése es el plan. Y como no puede ser que el contribuyente catalán haga lo que le dé la gana y elija los medios de comunicación que más le gusten, como no puede ser que la mayoría electoral independentista esté mayoritariamente representada en la televisión pública catalana, se han comenzado a buscar soluciones. Una solución, inútil e ingenua, ha sido la del director de teuvetrés, Vicent Sanchis, que se ha dejado intimidar. Ha intentado calmar a las fieras del 155 dejando de retransmitir en directo la reciente manifestación multitudinaria contra los presos políticos, invitando al admirable humano Jordi Cañas y otros destacados españolistas en las tertulias políticas de la cadena e, incluso, encarándose él mismo con dureza al presidente perseguido, Carles Puigdemont, en la última entrevista que le ha realizado. En vano. La otra solución ha salido de la mente eufórica de Albert Rivera, el cual ha decidido impugnar la legítima mayoría independentista del Parlament de Catalunya y regalar teuvetrés al Senado de España. Es una idea tan buena que debería llevarse a la práctica sin perder más tiempo. Con acompañamiento de la pompa paramilitar de la Guardia Civil si es posible. Y con los fichajes estrella de Alfredo Urdaci para el telediario y de Toni Cantó para el Club Super3. Por este camino la españolización de los independentistas está plenamente asegurada.

La admirable España de las autonomías ya no es solo una broma sin sentido, ahora ya es abiertamente una comedia grotesca. Sus argumentos han dejado de suscitar indignación y ahora solo provocan tristeza e hilaridad, según las horas. Mientras hay jueces que son incapaces de identificar y de procesar por corrupción a alguien llamado M. Rajoy, hay otros que imaginan rebeliones y sediciones que nunca han existido, tomando presos políticos, expulsando a exiliados y generando mucho dolor. Y vendrán muchos más, tantos como podrán, porque la arbitrariedad ha sustituido a la ley. Porque la interpretación de la ley sustituye a la semántica de la ley. Mientras la monarquía española, con su ciega arrogancia, se desprestigia a sí misma cada día, se quiere hacer responsable a unas inofensivas canciones de un rapero, Josep Miquel Arenas, Valtònyc. Este es el talante de la admirable democracia española por ahora, este es el recorrido previsto. El Estado español está tocado de muerte y, por este motivo, ha emprendido una enloquecida, absurda, carrera hacia ninguna parte. Es el precio que el Estado español está dispuesto a pagar, el precio del desprestigio internacional del que hablaba hace meses Alfredo Pérez Rubalcaba. Una patriótica y exaltada carrera que provocará todo el daño que sea posible antes de morir de inanición y de estupidez. Ojalá el independentismo político sepa mantenerse bien alejado. No nos arrastre España cuando caiga.