Sí, el españolismo está temblando, va hecho un manojo de nervios. Manuel Valls, el inconsistente candidato de los poderosos a la alcaldía de Barcelona, pierde la compostura en público, se le nota que sufre, se comporta cada vez más como si fuera Jean-Claude Juncker, y también como el presidente de la Comisión Europea parece como si estuviera a merced por misteriosos ataques de ciática. Los nervios le juegan muy malas pasadas al messié. En Francia ya conocen sus males, sobre todo después de que se manifestaran crudamente durante un salón de Agricultura en el que el entonces primer ministro francés se tragó más de diez bebidas alcohólicas diferentes ante las cámaras de la televisión. No, no es muy coherente que Valls diga que continúa apoyando a Charlie Hebdo, el semanario mártir de la libertad de expresión francesa y que, al mismo tiempo, piense que el flamante ganador del premio Josep Pla no tiene derecho a protestar por los presos políticos y exiliados independentistas. El derecho a la palabra no puede ser nunca tutelado por la virreina Teresa Cunillera. El escritor Josep Pla le habría dicho que es un planteamiento siniestro, víctima permanente como fue de la censura. Pero parece que los partidarios de España tienen una lógica muy particular, abusiva, que no sirve para el resto de las personas. Es la lógica de la hipocresía y del ordeno y mando de la tradición centralista.

El españolismo tiembla porque la confrontación política, cada vez más dilatada en el tiempo, favorece claramente al independentismo. El españolismo se debilita, no se aguanta sin recurrir, una y otra vez, a la represión y, en cambio, los de la estelada no aflojan en nada. Están bastante desconcertados y cansados, en efecto, pero no se vuelven atrás. Cuanto más tiempo pasa, hay más partidarios de la separación de España al margen de los partidos políticos, cada vez hay más electores que piensan que, aunque el PDeCat y ERC sean formaciones políticas que han perdido toda credibilidad política, ante un referéndum sobre la independencia votarían claramente a favor. En el mundo de hoy los partidos no son nada y los electores lo son todo. Los intermediarios están fuertemente cuestionados en todos los países democráticos, no solo sucede en Catalunya. Una cosa es el desprestigio de los viejos partidos políticos y otra cosa muy diferente son las convicciones democráticas del personal. Hemos dejado de creer en los partidos tal y como los conocemos hoy, pero no hemos dejado de creer en la democracia. Al contrario. Alguien quizás pensaba que desmembrando, enfrentando, confundiendo los principales partidos independentistas, España acabaría con el independentismo. Que volveríamos al autonomismo como los corderos que vuelven al redil. Ha sido todo lo contrario, contra todo pronóstico, contra todo lo que proclamaban los sabios oficiales. La mayoría del pueblo de Catalunya quiere su libertad nacional y es una mayoría tan clara que, precisamente por este motivo, el Estado español no permite realizar un referéndum que tiene perdido de antemano. Los insultos, las agresiones, las burlas, las noticias falsas, los cantos de sirena, todo ello no son más que las pruebas del creciente nerviosismo españolista. Un nerviosismo de perdedores. Un nerviosismo de chapuceros.

Si la ley prohíbe, explícitamente, que la causa contra el independentismo se adjudicara a dedo a los juzgados de instrucción números 9 y 13, es que el nerviosismo, la chapuza, la suficiencia y la incompetencia están acabando irremediablemente con el Estado español. Si se debe cumplir la ley, ¿cómo es que quieren condenar a varias décadas de prisión a los dirigentes independentistas, supuestamente, por haber incumplido la ley? Ya no es que retuerzan la interpretación de las leyes, es que toda la causa represiva contra el independentismo se ha construido fundamentalmente contra las propias leyes del Estado español. La verdad es que todas estas noticias no pueden ser mejores para los electores independentistas. El año comienza con tan buenas perspectivas que, al final, resultará que tenía razón el presidente Torra cuando decía que la libertad de Catalunya está muy cerca. La diversión la tenemos bastante asegurada.