La estrategia de la tensión es la política paraoficial desplegada vía la extrema derecha para crear un clima cada vez más insoportable y que provoque una actuación autoritaria y antidemocrática, normalmente por la fuerza, por parte del sistema. Se basa en crear miedo, desinformación e inestabilidad.

El nombre, no la política, nació en Italia, ante el crecimiento del Partido Comunista en los años sesenta y setenta del siglo pasado. Nació de la mano de oscuras fuerzas occidentales, como la Operación Gladio, a la que no parece ajena la Logia P2. Su manifestación más dramática y sanguinaria fue una serie de atentados atribuidos, pero de autoría incierta o posteriormente desmentida, a los anarquistas, primero, y a las Brigadas Rojas, más tarde. Empezaban los años de plomo, que también se extendieron a Alemania.

Todo es opaco y nada claro, desde el atentado de Piazza Fontana (1969) —diecisiete muertos— al asesinato de Aldo Moro (1978). Conviene releer a Leonardo Sciacia, especialmente, pero no tan solo, Todo modo. Consecuencia: salta por los aires el sistema de partidos italiano posterior a la Segunda Guerra Mundial; especialmente, el PCI, como era conocido, pasó poco a poco a mejor vida, a pesar del eurocomunismo de Berlinguer.

En España, se habló de estrategia de la tensión durante la Transición, con el ruido de sables de fondo, singularmente entre diciembre de 1976 y enero de 1977, con los secuestros de Oriol (exministro de Justicia franquista) y del general Villaescusa, y el atentado de Atocha, en el que murieron asesinados tres abogados laboralistas, un estudiante de derecho y el conserje del despacho, y resultaron heridos cuatro letrados más. Fue perpetrado por miembros de la extrema derecha, después huidos, ayudados más que con consejo por neofascistas italianos. Estos hechos fueron los más llamativos, pero no los únicos con víctimas personales o mortales. Una ETA enloquecida, la aparición de un más que extraño GRAPO y las incursiones constantes de la Triple A hicieron de los años de la Transición años de tensión y sangre.

En España, se habló de estrategia de la tensión durante la Transición, con el ruido de sables de fondo

Común a todos estos hechos, como es fácilmente adivinable, tenemos la extrema derecha. Como ideología autoritaria, totalitaria y provocadora es algo mucho más extenso de lo que parece. Lo que se percibe no es más que la punta del iceberg: los ataques violentos y gravísimos, claramente delictivos. El objetivo de esta punta de lanza de las fuerzas más reaccionarias y antidemocráticas —reitero, minoritarias, pero no minúsculas y con muchos vínculos con las esferas de poder— es provocar la intervención oficial extraordinaria para enderezar la situación que sus fechorías han provocado. Por lo tanto, trata de alcanzar dos objetivos. Por una parte, la intimidación moral, la coacción física y, si hace falta, la eliminación física de sus oponentes es un objetivo primordial. Ahora bien, este elemento es, a pesar de todo, secundario. El objetivo central consiste en buscar el enfrentamiento físico en la calle. Utiliza la dialéctica de los puños y de las pistolas, para conseguir el enderezamiento, según su parecer, de un sistema inoperante.

Hoy por hoy no parece que, aun teniendo en cuenta el número creciente de ataques físicos —el de Jordi Borràs es el más llamativo, pero no el único ni mucho menos—, afortunadamente no hemos alcanzado el clima de violencia real que querrían estos sujetos.

Hay que retener unas cuestiones básicas. Gente aparentemente calmada y tranquila no vería mal un enderezamiento autoritario de la situación. Mucha más de la que parece. Es un claro síntoma de una democracia débil, poco arraigada, muy oportunista y egoísta. Esta intervención constante de la extrema derecha, de los fascistas, ratifica las fake news de que en Catalunya existe un clima de violencia en la calle insoportable.

Los mismos que pregonan falsamente que existe violencia se sirven de los arietes que pululan a su alrededor; que en realidad es una violencia, a estas alturas mínima, pero de falsa bandera. Es una constante histórica, la de la falsa bandera como excusa para intervenir autoritariamente y afianzar un sistema que no es que se quiera compartir, sino que ni siquiera se quiere reformar. En el reino de la mentira, la infamia y la violencia encubierta, solo hay que ver quién y cómo pugna para ser el primero en la carrera para desmontar la monarquía española. Algunos compañeros de viaje apestan mucho.

Gente aparentemente calmada y tranquila no vería mal un enderezamiento autoritario de la situación

Lo más importante, sin embargo, de la aparición de la extrema derecha envalentonada y violenta es saber de dónde sale. Sale de sus cuarteles de invierno. ¿Dónde están estos cuarteles de invierno? No hace falta ir muy lejos: están cobijados por instancias oficiales actuando oficiosamente o por instancias oficiosas usufructuarias de instalaciones oficiales. Lisa y llanamente: entes relacionados con los servicios de seguridad en el sentido más perverso del término. La serie, actualmente en antena, El día de mañana, de Mariano Barroso, basada en la novela homónima de Ignacio Martínez de Pisón, desde la ficción ofrece buenas pistas sobre temas que, en Barcelona, hemos conocido muy de cerca y que encajan con la extrema derecha como brazo armado de emergencia del sistema.

Con estas conexiones no es nada difícil concluir que las investigaciones sobre los delitos que estas bandas cometen no tendrán mucho recorrido. Los Mossos parece que las han empezado, pero ya veremos hasta dónde pueden llegar. Sin el auxilio de las policías del Estado y ante el clamoroso silencio procesal de la fiscalía —en otras ocasiones ridículas sobreactuando exageradamente sin base—, no hay que avistar un fin inmediato de la impunidad de estos bárbaros que se saben protegidos, y más que protegidos: se saben un elemento capital de la lucha contra la desafección que suponen tanto el soberanismo catalán, como una minoritaria todavía voluntad de regeneración democrática en España.

Mientras tanto, no hay que caer en ninguna provocación. Y recordar el consejo final del padre campesino al hijo que envía a la capital: "Si se te mean encima, di que llueve". Fácil de decir, difícil de hacer: como todos los consejos.