Preparando ya materiales para el próximo curso, habría que hacer una seminario sobre la ley y la igualdad en versión marianista. Sería adecuado titularlo, tal como se ha denominado toda la vida, "La ley del embudo". Repasemos algunos de los postulados y prácticas más frecuentes de lo que el marianismo con apoyo mayoritario entiende por igualdad y ley, o lo que es lo mismo, igualdad ante la ley.

En primer lugar llama la atención, tal como hizo el ahora rey padre en su mensaje navideño de 2011: la justicia es igual para todos. ¿Por qué? Porque todos somos iguales ante la ley. Suena a boutade en boca de quien no es igual jurídicamente a ningún otro ni se le puede exigir ningún tipo de responsabilidad, es decir, que haga lo haga, es irresponsable y no se lo puede someter a ningún tipo de juicio. Mal baremo para medir la igualdad.

En su línea, una vez abdicado, consiguió que él y su mujer, los dos sin ningún cargo ni función legal ni constitucional, fueran aforados penalmente y civilmente. Igual que la reina consorte y la princesa de Asturias, Leonor, y su hermana, la infanta Sofía. A pesar de la imposibilidad constitucional de que los padres del rey, su mujer y sus hijas puedan ejercer alguna función en vida y plena capacidad del rey, tienen un status que no dice mucho de la igualdad, ni tiene ningún tipo de justificación. Es más, hasta la ley de 2014 (art. 55 bis Ley Orgánica del Poder Judicial) nunca en la historia moderna la familia del reinante había tenido este privilegio. Cosas de la igualdad.

Bajemos a la tierra de los mortales −es un modo de hablar, claro. La jurisprudencia del Tribunal Constitucional y del Tribunal Supremo afirma, como la cosa más natural del mundo, que el TC es un órgano judicial aunque no forme parte del poder judicial. Si fuera verdad, el TC estaría, como tribunal, sometido en materia disciplinaria, por ejemplo, al Consejo General del Poder Judicial y, resulta obvio decirlo, no lo está, como sí lo están en cambio todos los jueces y magistrados de España. Si sus integrantes fueran iguales, como se mantiene, resultaría que el mandato de los jueces no sería ni temporalmente limitado ni fruto de un nombramiento claramente político -como seguramente tiene que ser, dicho sea de paso. Y para no aburrir al lector, si los magistrados del TC fueran jueces ordinarios, no podrían militar en partidos políticos, tal como se descubrió en el caso de uno de sus miembros, después convertido incluso en presidente del mismo TC. Si el TC es un tribunal como el resto, principio de igualdad, resulta que no está integrado por jueces como los ordinarios. Curioso tribunal jurisdiccional con jueces especiales, es decir, con jueces que no son jueces. Igualdad.

Continuemos con el TC. Este organismo entendió de la constitucionalidad de la reforma laboral y, en gran medida, la ratificó. Y, ¡oh casualidad de la providencia!, uno de sus magistrados, militante oculto del partido que arrasó con su reforma, fue uno de los inspiradores de la misma. Igualdad.

No nos marchemos del TC. Sin justificación cambia su doctrina, acertada por otra parte, de que, en la tramitación parlamentaria de disposiciones, lo único que se puede impugnar constitucionalmente es el producto final, es decir, la norma, y no los trámites (recuerden mi artículo "Reglas de juego a voluntad"). Ahora es impugnable cualquier trámite por inocuo que resulte. Igualdad. Eso sin contar con el cambio de su ley orgánica, tantas veces mencionado.

Algo más cotidiano. Pensemos en la diferente protección de bancos ante acreedores, clientes o deudores hipotecarios, protección que ha ido hasta pagar a escote sus deudas, más de 60.000.000.000 de euros, hoy por hoy. Cuando se liquide, si algún día se hace, la deuda que han cargado a nuestras espaldas será colosal. Más igualdad.

Valgan estos ejemplos entre una multitud de otros también reales para demostrar que, cuando para frenar a Catalunya, se anteponen la ley y la igualdad, se hace uso de la eterna ley del embudo por parte de quien tiene la sartén por el mango y la utiliza contra el débil. Hasta que, claro, el débil se rebele, le quite la sartén y lo envíe a freír espárragos. Eso sí, los espárragos todos iguales: realmente cojonudos.