Hasta ahora todo lo que ha dicho Gonzalo Boye se ha acabado cumpliendo. Por lo tanto, parece que este martes no será, pero quizás será el próximo, o un jueves de cuando sea. Y lo que será es que Carles Puigdemont, Toni Comín y Oriol Junqueras se sentarán en el Parlamento Europeo, en cumplimiento del mandato de las dos millones trescientas mil personas que los votaron.

Ahora bien, eso costará porque en la Europa de los estados, los estados mandan mucho. Y costará porque un estado tiene muchos más recursos y medios de todo tipo, incluidas las presiones a muy alto nivel, que puedan tener un reducido equipo de abogados que detrás suyo sólo tienen la ley. Y, lamentablemente, ya hemos visto el valor que tiene la razón de la ley, que en números, y aproximadamente, sería de menos cero.

Puigdemont se ha convertido para España (concepto), en pieza de caza mayor. Y harán lo posible para destruirlo. Ahora mismo Puigdemont es Asterix tocándoles las narices (por decirlo suave) a dos manos. Y con las manos recién sacadas de un congelador situado en la cumbre del Canigó un 11 de enero en plena ola de frío siberiano.

Y en Madrit (también concepto) no tienen ningún problema en decírtelo, más o menos textualmente: "Los que tenemos en prisión ya están controlados y haremos con ellos lo que consideramos oportuno, pero aquel cabrón de Waterloo nos está toreando. Y eso no lo podemos permitir".

El juicio ha sido un escarmiento público decidido por la parte del Estado que nunca aceptará una solución política a un problema político. Creían que repartiendo hostias el 1-O desactivarían la situación y la situación les estalló en la cara. Y entonces activaron el plan B en forma de la ficción novelada esta de la rebelión, la sedición, el golpe de estado y el asesinato de Chanquete. Y así todos hemos podido ver qué tiene preparado el estado español a los que le hacen un pulso.

Pero no es que Puigdemont juegue otra liga, es que juega a otro deporte. España lo vigila, lo asedia, e intenta aislarlo, política y personalmente, pero mientras él esté en Bélgica, España tendrá un problema. Porque no podrá controlarlo ni desactivarlo. Y España lo sabe. Porque Puigdemont se ha convertido en el símbolo de quien se ha enfrentando a un estado todopoderoso y que pasea por medio Europa explicándolo. Y no por cualquier Europa, ni en cantidad ni en calidad europeísta. Estamos hablando de Alemania, Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Irlanda, Países Bajos, Reino Unido, Suecia y Suiza.

Mientras Puigdemont se pasee por Europa, España paseará la vergüenza de quien es incapaz de poner fin a la aventura de un hombre a quien tendría que poder aplastar como un elefante aplasta una hormiga. Pero ha resultado que la hormiga era de goma y cada vez que el elefante intenta pisarla se produce un efecto rebote y el elefante empieza a saltar descontrolado. Como si fuera una pelota de playa en medio de un huracán. De grado cinco. El grado máximo.