El equipo técnico del bloque unionista (o constitucionalista, o societatcivilcatalánico, o como tengamos que llamarlo) ha decidido cambiar radicalmente de táctica para afrontar la final del próximo día 14. Bien, si es que al final la final se juega el día 14. Si la última legislatura optaron por plantear en ataque un 0-0-10 y un permanente "¡A mí, Sabino, que los arrollo"! y en defensa jugaban con un Catenaccio radical y patada  al paladar sin manías, en este partido de ahora salen al césped con una propuesta de "jogo bonito". Plantean pelota al pie, discreción, contención, amabilidad. El despropósito ha dado paso a las formas elegantes. Con el número 17 (que son los diputados que tenía hasta ahora el PSC) entra al terreno de juego Salvador Illa y no, no sale del campo Miquel Iceta, no. Con el 36 (la cifra de diputados de Ciutadans) quien se marcha realmente es Inés Arrimadas y el estilo de hacer política que representaba.

El unionismo (o como quiera ser llamado) fue a las elecciones del 155 con toda la artillería. La que se sabe, la que no se sabe pero se sabrá algún día y la que no sabremos nunca. Y no sólo se trató de inyectar decenas de millones de euros a una maquinaria político-mediático-social. La consigna era "no haremos prisioneros" y por eso los huevos se depositaron en el cesto más incendiario, el de Ciutadans. Este invento inflado artificialmente ofrecía una alternativa sin complejos frente aquel PSC que era demasiado blando y que en los despachos de Estat SL incluso se consideraba un poquito colaboracionista con el enemigo. Un poquiiito.

Y así fue como de la nada apareció una seta naranja que rompía totalmente con las reglas del juego existentes. Treinta y seis diputados que hicieron posible la paradoja del "no lo sé". Porque en los pueblos todo el mundo sabe quién es el convergente de toda la vida (que después ha ido a Junts, al PDeCAT, o a cualquier otro trocito del estropicio), el de Esquerra, el que era de Iniciativa y ahora está con los Comuns, el de la CUP... y el del PSC. Y todos estos se conocían entre ellos desde siempre. Y se veían en la colla castellera, en el grupo de teatro o en la comisión de fiestas. Y pensaban diferente, pero acababan jugando la partida de domino de después de comer en el casino de la plaza del ayuntamiento.

La aparición de Ciudadanos rompió aquella armonía de aquel microcosmos. Y en cinco años pasaron de cero diputados a treinta y seis. Sin implantación, sin trayectoria. Con gente que no era del grupo de teatro ni de la colla castellera. Y los de la partida de dominó se miraron y se preguntaron: "¿Y estos quien son?". Y se respondieron "no lo sé". De aquí la paradoja. Y su irrupción hizo saltar la mesa por los aires. Y todavía hoy están buscando las fichas. Las del dominó. Tres años después ahora también buscan los restos de la mesa. Porque que el entrenador unionista (o como se llame) y sus ayudantes han decidido que ahora toca volver a las formas de café y tertulia.

Por eso han fichado Salvador Illa, para que juegue de falso nueve formando un rombo con su propio efecto, sus formas pausadas y su tono bajo. Se ha acabado el hooliganismo y la grada de ultras lanzando bengalas encendidas. Ahora toca Tilla, la fusión de Tila y Illa. Sólo cuando empiece el partido sabremos si el cambio táctico es para jugar igual, pero sin que las tarjetas rojas sean tan evidentes o realmente han optado por el "rondo".