Hay que reconocerle a Salvador Illa la virtud de haberse estudiado a conciencia la vida y milagros de sus antecesores inmediatos (los recordó explícitamente en su discurso de investidura y luego organizó un besamanos en la plaza de Sant Jaume). En cuanto a la sectorial más próxima, diría que el president es plenamente consciente de que nunca tendrá el carisma y el genio de Pasqual Maragall, que jugaba en otra liga; pero también sabe que no puede acabar atenazado por la medianía de José Montilla. A su vez, si prestamos atención a los rivales políticos, resulta muy claro que, para afianzar una pax autonómica que mezcle singularidad catalana y mano dura en la gestión, es notorio que el actual president se ha inclinado por Jordi Pujol, no solo por la afición excursionista (dentro del territorio pero también en política exterior), sino también por la apelación constante al humanismo cristiano mezclado con un cierto hiperliderazgo en el arte de ejercer el gobierno.
Supongo que los asesores del Molt Honorable se preguntarán por qué, a pesar de esta ensalada de caracteres expresidenciales, Illa solidifica su poder dentro del ámbito puramente administrativo del país, pero no acaba de generar demasiado entusiasmo en el electorado centrista, a pesar de la progresiva desaparición política de Puigdemont y Junqueras. La respuesta puede encontrarse en un hecho de pura cronología política y cambio de época; a saber, las nuevas mayorías en Europa y en el mundo son más exiguas que hace décadas y, a su vez, surgen de afluentes ideológicos más bien radicalizados. Pero la respuesta no es únicamente contingente, ni puede atribuirse a un político que farda de querer poco ruido y vivir muy feliz en el planeta de la discreción. Podemos encontrarla, por ejemplo, en los recientes acontecimientos de Badalona, una crisis singular que coctelea asuntos espinosos, como la inmigración, la pobreza habitacional y las fechorías que uno quiere asociar a ella.
'Pujolear' no es algo que pueda hacerse a tiempo parcial. Si el president ha elegido referente —ideologías aparte—, debería aprender también a ensuciarse con la realidad
Yo nunca aconsejaría al president que viajara a Badalona para contrarrestar la rapidez tan misérrima y oportunista como sagaz de Xavier García Albiol (el alcalde, finalmente, nos ha demostrado qué quería decir cuando se refería a "limpiar" su ciudad), ni que irrumpiera en los barrios badaloneses para convertirlos en un Speakers’ Corner de tres al cuarto con el objetivo de hacerse el sheriff. Pero van pasando los días, hay una serie de migrantes desamparados a los que cierto tipo de gente no ha permitido dormir ni en una parroquia (???) y algunos de los cuales han tenido que pernoctar en las casas de un tipo de gente fantástica a la que deberíamos escuchar más a menudo. Como es habitual, Illa ha afrontado la cuestión diciéndonos que el Govern trabaja sotto voce, lejos del ruido del mundo de la politiquería, para lograr soluciones más óptimas a largo plazo; puede ser cierto, pero uno tiene la sensación de que el president no ha ido para no quemarse.
Uno de los basics del 'pujolejar' —con el que podemos o no estar de acuerdo, ni falta que hace— fue la habilidad del antiguo president para demostrar que cualquier problema que sucediera en Catalunya —por remoto que fuera e independientemente de un debate competencial— es un problema catalán al que, por lo tanto, la Generalitat debe enfrentarse. A su vez, el aura del president Pujol se urdió en performances ahora ya célebres, como el mítico incidente en el barrio de Can Franquesa de Santa Coloma de Gramenet alrededor de 1988, en el que una serie de vecinos apedrearon el automóvil del president como protesta por sus paupérrimas condiciones de vida. Como recordarán muchos lectores y lejos de largarse a toda prisa, el 126 se bajó del coche y se dedicó a echarles la bronca con gran entusiasmo (y en castellano), recordándoles que a la hora de clamar justicia, antes que nada, había que comportarse civilizadamente. Podéis encontrarlo todo en YouTube.
'Pujolear', en definitiva, no es algo que pueda hacerse a tiempo parcial. Si el president ha elegido referente —ideologías aparte—, debería aprender también a ensuciarse con la realidad (uso una expresión de Adorno, que él, filósofo como servidora, conocerá de sobra) y todo hace pensar que estallidos de tensión como los de Badalona volverán a repetirse en el futuro. Illa y los suyos pueden pensar, quién sabe si con toda la razón del mundo, que hay que proteger al Molt Honorable de saraos innecesarios, pero yo diría que —si están tan preocupados como parece por el auge del extremismo— valdría la pena dejar atrás la obsesión por hablar solo desde un atril y empezar a hacer turismo por el país, también cuando las vistas no tengan un campo de visión pacífico y agradable. El president no dispone de un tiempo ilimitado, ni puede esperar que su carácter solo llegue a la superficie de la piel si España cae en manos de la derecha más radical.
Dicho esto, y siguiendo el lado humanista cristiano de la más alta instancia del país, deseo a toda la lectorada de El Nacional una feliz Navidad y mucha paciencia con la familia.