Todas las vacunas anticovid que nos están suministrando son, de momento, intramusculares. Ya sean vacunas derivadas de adenovirus, que llevan la proteína S (espícula) del SARS-CoV-2 en su superficie (como la de AstraZeneca o Janssen), o que se basan en inyectar el RNA que codifica para esta proteína S (Moderna y Pfizer), todos los que nos estamos vacunando estamos recibiendo un pinchazo en el brazo (de hecho, en el músculo deltoides). Este pinchazo nos da inmunidad sistémica, es decir, provoca la fabricación de anticuerpos (mayoritariamente del tipo IgG) que circulan por nuestro riego sanguíneo y, en principio, evitan que sea fácil infectarnos y que si nos infectamos por el SARS-CoV-2, desarrollemos pocos síntomas, porque se evita la entrada masiva en las células y, consecuentemente, la replicación del virus. Así, se corta la posibilidad de desarrollar una enfermedad grave y que nos convirtamos en un foco de contagio. Lo hemos escuchado de sobras, vacunarse no impide al 100% infectarse, pero (y este es el punto importante) lo hace mucho más difícil, impide que el virus replique en grandes cantidades dentro de nuestro cuerpo y, por lo tanto, disminuye mucho la posibilidad de que nosotros nos convirtamos en focos de contagio. La vacuna es una muralla, pero no hace que nuestras células sean inexpugnables. Por eso conocemos casos de personas con la pauta completa de vacunación que ahora pueden infectarse, aunque con una sintomatología mucho más leve.

¿Podríamos pensar en vacunas que fueran todavía más efectivas? ¿Vacunas que impidieran desde el inicio la entrada del coronavirus dentro de nuestras células? Sí, claro que podemos pensarlo. Considerando que el modo más frecuente de transmisión de la infección son los aerosoles cargados de partículas víricas que sueltan al hablar, toser y respirar las personas infectadas, la puerta de entrada del coronavirus son las mucosas nasal y oral, es decir, el epitelio que cubre nuestros orificios respiratorios. Tenemos que recordar que la boca y la nariz son una puerta al exterior, por las cuales filtran muchos agentes patógenos. Las vacunas intranasales, que tienen como objetivo generar inmunidad directamente en la zona de entrada del virus, son muy efectivas para impedir la infección, por lo tanto, evitarla de entrada en lugar de contenerla una vez ya nos hemos infectado. Estas vacunas generan una respuesta inmunitaria fuerte, con producción de diferentes tipos de anticuerpos (predominan las IgA en las vías respiratorias altas) y de estimulación de linfocitos B y T residentes en estos tejidos, como se muestra en la figura. De esta forma, se puede conseguir parar la infección al inicio, en las vías respiratorias altas, y también proteger las vías respiratorias bajas, los pulmones, donde puede haber complicaciones indeseadas y graves de la enfermedad.

Figura extraída de Lund & Randall, Science 373 397 399, 2021

La respuesta inmunitaria es diferente según si el suministro de la vacuna es por inhalación intranasal o por inyección intramuscular. Se producen diferentes tipos de anticuerpos y se estimulan los linfocitos residentes en la nariz y la boca, impidiendo la infección del virus en las vías respiratorias altas (la vía de entrada principal en nuestro organismo). La capacidad de actuar como foco de contagio de la persona vacunada, es decir, la carga de virus que puede emitir, también disminuye mucho / Figura extraída de Lund & Randall, Science 373: 397-399, 2021, doi: 10.1126/science.abg9857

En estos momentos, hay siete vacunas intranasales diferentes en ensayos en humanos. Además, en fase de desarrollo avanzado, un grupo de investigación está desarrollando una vacuna intranasal con un tipo de coronavirus atenuado que sólo puede autocopiarse y generar las proteínas inmunogénicas, pero no puede provocar infección. Las pruebas con animales con esta vacuna de suministro intranasal muestran una gran efectividad. La virología ha sido una disciplina científica a la cual muchos investigadores españoles se han dedicado y tienen reconocimiento internacional. De hecho, dos otros grupos de investigación están desarrollando en paralelo vacunas diferentes que también demuestran ser eficientes: un grupo utiliza un vector de DNA que codifica para la proteína de la espícula y el otro, un virus derivado de la viruela, muy modificado. Todas estas vacunas tienen mayor estabilidad a temperatura de nevera y, por lo tanto, serán más fáciles de distribuir y conservar. Curiosamente, estos tres grupos de investigación están liderados por los Drs. Enjuanes, Esteban y Larranza, todos ellos investigadores de edad entre los 72 y 76 años, que ante las urgencias generadas de la pandemia, decidieron dedicar su conocimiento y experiencia de años de investigación a encontrar una vacuna efectiva, dejando de lado la jubilación. Pensad que estos grupos han desarrollado previamente vacunas contra la leishmaniasis de los perros, contra el chikungunya, el Zika o el dengue.

Muy pronto veremos los resultados de estas nuevas vacunas. De entrada, la vía de inmunización por inhalación intranasal puede complementar muy bien la más tradicional inyección intramuscular. Nos hará falta tener una mayor variedad de vacunas, particularmente si, como ya se está diciendo, muy probablemente tendremos que hacer un recordatorio con una tercera dosis, y quizás repetir la vacunación cada año. De hecho, a los pacientes que han recibido trasplantes de órganos y están inmunocomprometidos, se les recomienda una tercera dosis para incrementar la efectividad de la inmunización. Con esta perspectiva, cuantas más vacunas tengamos, más versatilidad y adaptabilidad a diferentes situaciones, por ejemplo, para hacer frente a un posible surgimiento de nuevas variantes. Al final, lo que nos interesa como sociedad es limitar la expansión y mutación del virus de modo que muy poca gente pueda infectarse y, si las personas se infectan, disminuir muchísimo la probabilidad de que el paciente desarrolle la covid en su forma más severa, que le queden secuelas y, evidentemente, evitar la defunción por complicaciones gravísimas. ¡Vacunémonos!