¡Bravo, Mariano! Finalmente, lo has conseguido: la estelada, la bandera de la “sedición” catalana, del adiós a España, es constitucional. Por si había alguna duda, un juez de Madrid lo ha dejado claro. La estelada no atenta contra los derechos de nadie: sino al contrario, su exhibición la ampara el derecho fundamental a la libertad de expresión recogido en la Constitución. Si la decisión judicial que autoriza las estelades en la final de la Copa del Rey se valorara con mirada larga, en vez de hacerlo con las vísceras, cualquier demócrata vería reforzada la más que menguada calidad del sistema español ante la ciudadanía toda, incluida la “ciudadanía estelada”, y la atónita comunidad internacional.

La estelada desembarca este domingo en Madrid para vestir las gradas del Calderón. El gol por la escuadra –constitucional– que ha marcado la asociación catalana de juristas Drets a la maquinaria gubernativa del Estado es de antología. Cuando menos, tan antológico como el finalmente frustrado secuestro de la bandera independentista por parte de la delegada del Gobierno del presidente Rajoy en la Comunidad de Madrid. ¿Quién está ahora dentro y fuera de la ley, delegada Dancausa? ¿Nada que añadir, o preparamos un reglamento para deshacer el entuerto, vicepresidenta Soraya? ¿Y ahora qué haremos, ministro Margallo, después del revolcón? ¿Nos echamos a llorar todos juntos ante la anulación de una decisión tan "política" y "sentimental"?

¡España prohibiendo banderas democráticas en pleno siglo XXI! Una vez más se evidencia la raíz del verdadero problema. España, el grueso de sus clases rectoras, políticas, económicas, mediáticas, este paisanaje forjado y torturado por décadas de autoritarismo e ignorancia, sigue navegando sobre un mar de demofobia que sorprende en el mundo y que la puede acabar ahogando en la historia como la Armada Invencible en las costas de Irlanda y la “pérfida Albión”. Hay sitios, hay gente, en los cuales y para la cual no pasa el tiempo.

La derrota contra los elementos –los mínimos de la decencia democrática–, la derrota de la España intolerante es de tal magnitud que tiempo ha faltado para que hayan salido a la palestra virtual los... (piiiii!!!!) de turno para pedir que se envíe a Catalunya la Legión. La tropa colonial que Franco usó como fuerza de choque para sembrar el terror en las ciudades y pueblos de toda España “reconquistados” por la “Gloriosa Cruzada” contra los “rojos y separatistas”. “Rojos y separatistas”. 

España necesitará a muchos jueces como el que ha rescatado la estelada secuestrada durante 48 horas por el autoritarismo cuartelero si quiere salvarse de ella misma

Por primera vez, la justicia española, aunque sea indirectamente, ha fallado a favor del procés, lo que evidencia la magnitud del error cometido por el Estado y la profundidad del problema que nos ocupa. La España que proscribe banderas democráticas en pleno siglo XXI necesitará a muchos jueces como el que ha rescatado la estelada secuestrada durante 48 horas por el autoritarismo cuartelero de una delegada "del Gobierno" si quiere salvarse de ella misma. O, al menos, evitar el ridículo internacional.

Para convertirse en un país normal, España necesitará a muchos jueces y, sobre todo, a muchos ciudadanos como los que estos días se han hecho suya la estelada en tanto que símbolo de libertad. Al juez de Madrid se le tiene que felicitar y a estos ciudadanos que no son catalanes ni independentistas también, por su fidelidad al imperativo democrático.

Héte aquí como una bandera que sobrevivía en la marginalidad del activismo independentista hasta hace bien pocos años primero se ha convertido en un símbolo transversal del movimiento soberanista en Catalunya y ahora, gracias a la delegada Dancausa, y a quienes desde la Moncloa le han dado cobertura, ha devenido un símbolo de la libertad, también, más allá del Ebro, como se suele decir (con perdón de los de Xerta). Bravo, Mariano, porque has conseguido que el independentismo también arraigue en Toledo y en Badajoz.

Gracias a Dancausa, la estelada se ha convertido en un símbolo de la libertad, también, más allá del Ebro

La descomunal insensatez del gobierno del PP y de su delegada en Madrid, además de reforzar la razón independentista, ha hecho emerger ciudadanos españoles que quieren que Catalunya no se vaya pero que hacen suyas banderas que representan anhelos pacíficos y democráticos. Aunque no sean las de su país ni, faltaría más, tengan que serlo. Esta es la gran paradoja del episodio: la estelada se ha incorporado al imaginario de una razón democrática, la española, a la cual le sigue pesando demasiado el pasado y también el presente de su propia bandera, la que pretende ser "la de todos".  

Relata el historiador Ferran Soldevila en un fragmento de su Història de Catalunya recogido por Ernest Lluch en La Catalunya vençuda del segle XVIII que el 10 de enero de 1715, mientras el "terrorismo militar" se adueñaba del país, ocupado por los ejércitos borbónicos, se hundió una torre de la plaza del Ángel de Barcelona que era parte de una prisión. Al día siguiente apareció un pasquín anónimo, escrito en latín, donde se leía: "La ruina de la prisión es presagio de libertad". Otro, le contestó: "¿La mansión de la prisión, por qué se hunde? Toda Catalunya es habitáculo de presidio". "Hasta que renazca la libertad, toda España lo es también", zanjó un tercero.    

Curiosa inversión de la historia. El episodio de la estelada ha dado voz a ciudadanos españoles que saben diferenciar la bandera independentista catalana de otras enseñas que se han usado como armas de destrucción de libertades propias y ajenas. Banderas de guerra contra banderas de paz. Banderas que difícilmente se redimirán alguna vez en el tribunal de la historia negra de la humanidad y banderas que buscan su sitio en la historia de las libertades que siempre estarán por hacer. La diferencia entre las banderas de los padres –como la del padre de la delegada Dancausa, un fascista consumado– y las banderas de los hijos. Las estelades –o no– de nuestros hijos y de sus hijos.