Hemos entrado en una fase demagógica, previa al desencanto, en la cual los más listos juegan con todo lo que pueden y se abalanzan a comer la carne muerta como cuervos. El caso de Empar Moliner tan sólo es un ejemplo más del clima demencial que se quiere imponer en el debate político y no hay que hacer drama.

Vimos a Lluís Rabell tildando de racista el manifiesto Koiné, sin que nunca le hayamos oído pronunciar nada tan ofensivo del Estado español ni de los centenares de leyes que hacen obligatorio el castellano. Vimos a Andrea Levy -una de las víctimas preferidas de Moliner- corrigiendo un acento al presidente Puigdemont, ella que no aprobaría un examen de ortografía catalana ni de casualidad, aunque es hija de la inmersión lingüística. 

Hemos visto a Inés Arrimadas asegurando cínicamente que es catalana y que ama el catalán, cuando ni Messi, ni Shakira, ni siquiera mi cuñado, que lleva mucho más años aquí, osan dar tantas lecciones sobre la historia y el futuro de Catalunya. Hemos visto a Ada Colau incumplir promesas electorales con el argumento de que era la primera vez que gobernaba y presentando una biografía presuntamente no autorizada que la pinta como un ángel salvador incluso en la foto de portada 

Hemos visto a Eduardo Madina acusar veladamente a Pedro Sánchez de poner sus intereses por delante de los intereses del país, para después ridiculizar el nacionalismo vasco afirmando que él no sabe qué significa tener patria. Hemos visto a Albert Rivera con la mata de cabello rejuvenecida gracias a unos implantes, y a Pablo Iglesias que juega con la insignificancia de sus adversarios para tratar de ganar tiempo mientras asume que, si Catalunya no se marcha, es difícil que llegue a gobernar España. 

El caso de Moliner no tiene nada especial. Utilizó el sufrimiento de los más necesitados para atacar unas interpretaciones de la Constitución que utilizan el miedo del franquismo para mantener cautiva a Catalunya. El hecho de que se disculpara bromeando la equipara a las vedettes que el sistema promociona para confundir a los votantes. Yo solo quemaría la Constitución delante de un tanque porque encuentro mezquino atacar a un adversario por las cosas que ama, pero ya puestos a servir a la verdad Moliner hubiera podido quemar, con el texto español, el proceso participativo de Mas y el proceso constituyente de Junts pel Sí. ¡Eso sí que hubiera sido transgresor!

Teniendo en cuenta que cada pueblo tiene los políticos que se merece, Rajoy y Charlie Rivel son los líderes más apropiados para la situación. Se quiere utilizar la frustración que ha generado el 9N para crear un pujolismo 2.0, que debilite la clase media catalana. La idea es atizar el nacionalismo visceral para poder volver a presentar al unionismo como la quintaesencia del juicio y la razón, y que Santi Vila encuentre trabajo como moderado. Igual que hizo Franco, se trata de extender el cinismo desde arriba para desmoralizar a la gente y dominarla. Mientras Catalunya no se subleve o se rinda, el circo continuará. Y cuanto más dure la batalla más morboso será el espectáculo.