Los dos partidos oficialmente independentistas —ERC y PDeCAT— no tienen intención alguna de ponerse de acuerdo. El movimiento independentista, en cambio, lleva años y semanas reclamando unidad. Desde que arrancó el proceso soberanista, las discordias sectarias lo están ensuciado absolutamente todo. Los primeros en hacerlo fueron los de la CUP y su famosa “papelera de la historia”. Todavía hay quien cree que impedir la investidura de Mas fue una victoria de la “clase obrera” catalana. La suerte es que en la CUP también hay gente sensata que se ha dado cuenta de que no se puede encarar una ruptura con el Estado sin el concurso de todo el mundo, sea de derechas o de izquierdas. Si en la CUP se detectan movimientos que apuntan hacia la racionalidad y a la concentración de fuerzas, en JxCat también hay gente que deplora los trapicheos de este PDeCAT moribundo, que está tan arruinado como ICV y se comporta igual de gilipollas que los excomunistas. A menudo me pregunto qué sentido tuvo la triple alianza que destronó a Marta Pascal si al final los actuales dirigentes neoconvergentes han acabado haciendo lo mismo que ella.

El revuelo provocado por los pactos municipales ha demostrado una vez más hasta qué punto la unidad estratégica de los partidos independentistas es inexistente

No se trata de echar más sal en la herida, pero quizás estaría bien que empezáramos a decir las cosas por su nombre. La competición entre partidos es nociva. Desmoviliza y desanima a la gente que, por poner un ejemplo, se gasta el dinero que no tiene para pagar las multas de unos políticos que a menudo ni se lo agradecen o bien para pagar billetes de avión o de autocar y la gasolina de los coches que los trasladan adonde haga falta para apoyar a los exiliados. La falta de respecto de los políticos —e incluso de los presos, no les excluyamos, porque a menudo son ellos los que la lían parda— no va a echar para atrás a la multitud, pero quizás paralizará la independencia. Los dirigentes de los partidos independentistas no dan la talla en las actuales circunstancias. ¡Ninguno! Un día reclaman el legado del 1-O y a la mañana siguiente se enzarzan en una competición para ver cuál de los dos gallos alcanza primero un acuerdo con los que aplicaron el 155, mantienen en prisión a los dirigentes del 1-O y persiguen el independentismo como si fuera una ideología malsana, reaccionaria y antidemocrática. Tengo amigos en el PSC, pero mientras no cambien las cosas, son ellos los que me tienen que pedir perdón por la represión injustificada. Las barrabasadas de la coalición del 155 no se pueden perdonar. La masa independentista lo sabe y por eso a veces se subleva y consigue revertir los “pactos de la vergüenza” de los partidos, como acaba de ocurrir en el Consell Comarcal del Pallars Jussà.

El conflicto originado por los pactos municipales ha demostrado una vez más hasta qué punto la unidad estratégica de los partidos independentistas no existe. En un momento histórico como este, intentar justificar los pactos que han impedido la reelección de los alcaldes del 1-O con el concurso de los partidos del 155 es, sencillamente, suicida, para no emplear otra palabra más grave e insultante. Algunos pactos dan asco y no se pueden justificar con el argumento de que en los pueblos, ya se sabe, la dinámica municipal es diferente. ¿Es que los alcaldes y concejales son de segunda categoría? O escrito en positivo, ¿es que los alcaldes y concejales no fueron el motor del 1-O? Además, vivimos una época en la que cualquier politicastro se cree que puede acceder sin más a la presidencia de la Generalitat. Un debería conocer sus propios límites y no escuchar a los articulistas que dan jabón a ciertos políticos solo para mantenerse ellos mismos. El pacto entre el PSC y el PDeCAT —porque JxCat es un nombre y no una organización, como ya expliqué en otra columna— en la Diputación de Barcelona es una perrería. Un error que se pagará caro si no se revierte, lo que me parece imposible, porque este acuerdo lleva días en el horno, como saben incluso los que facilitan “argumentarios” a periodistas para que lo defiendan. Otra de las características de la política actual es la indiscreción, basada en exhibir cuáles serán los trofeos que se van a obtener. Los cabecillas del PDeCAT ya se estaban repartiendo el pastel la semana pasada. Observen quién tuitea y cómo tuitea y seguro que no van a necesitar una brújula.

El 15 de enero de 1919 se fundó la primera organización política del independentismo catalán, la Federació Democràtica Nacionalista (FDN), en la calle Sant Honorat, 7, en el piso que hoy ocupa la Plataforma per la Llengua. Han transcurrido cien años y, mientras seguimos batallando por las mismas cosas, este partido todavía está por estudiar. El 2 de febrero de aquel año se publicó el programa político con el que Francesc Macià pretendía reunir “a todos los elementos demócratas nacionalistas y republicanos de Cataluña”, puesto que la Unión Federal Nacionalista Republicana (UFNR) estaba en crisis después del pacto con los lerrouxistas en 1914 y el Partit Republicà Català de Lluís Companys incidía poco en el nacionalismo catalán porque, salvando todas las distancias, se parecía a la ERC de ahora y todavía se creía las historietas obreristas del PSOE y compañía. Companys necesitó más de una década para entender que debía aliarse con Macià si quería ganar la hegemonía. Si ustedes se adentran en la historia del independentismo se darán cuenta enseguida de que no ha habido un movimiento más sectario que ese. Quizás solo fue superado por los comunistas, un movimiento que fue capaz, además, de justificar el asesinato en nombre de los ideales. Empezar de nuevo, eso es lo que hace falta.