Cursé, ya hace tiempo, en la UB, la carrera de Derecho. En filosofía tenía de profesor a Juan Ramón Capella, muerto recientemente, en enero de 2024. EPD. No guardaba yo un recuerdo especialmente entrañable de él. Era más bien seco en el trato. Diría que mucho entusiasmo no le generaba el hecho —la obligación— de dar clase. Se le situaba, según supe y entendí más tarde, dentro del espectro de los juristas de izquierda. Comunista, incluso. McCarthy lo habría fulminado ipso facto, sin miramientos. Rezumaba, Capella —eso lo recuerdo bien—, grosor intelectual, que, mirándolo bien, es lo más importante. Todos estos eran, no obstante, unos recuerdos difusos que se me han reactivado hace pocos días, cuando llegó a mis manos uno de esos libros "diferentes", Las sombras del sistema constitucional español, cuyo capítulo más interesante es, precisamente, el escrito por Capella. Aborda una idea muy potente, la de «constitución tácita», la no escrita, la que se sobreentiende. En el contexto de 1978, sería el conjunto de pactos y acatamientos, previos a la constitución y «cerrados» entre el «partido militar» extraparlamentario, el gobierno franquista y los partidos políticos entonces recientemente legalizados, que permitirían calificar la constitución de 1978 como una «carta otorgada» —otorgada! ¡Qué idea tan buena!—. Otorgada porque el margen de maniobra del poder constituyente (y del pueblo español, claro) estaba indefectiblemente limitado. Le habían fijado unas líneas rojas infranqueables, entre ellas, según Capella, la monarquía, la tutela militar sobre el sistema político, una ley del olvido sobre la guerra civil —sí, la amnistía a los franquistas se aplicó al pie de la letra, ¡impolutamente!— y, evidentemente, la «unidad de la Patria».

Capella no era un jurista, diría, catalanista: sus clases eran, como a menudo ocurría en la UB, en castellano —supongo que ahora debe ser igual o peor—. Y era, como digo, muy de izquierdas. Por eso tiene, creo, un gran valor que un "español" realmente de izquierdas escribiera, en 2003, algo parecido. Me han hecho pensar en todo esto las declaraciones de esta semana de Belarra, la secretaria general de Podemos, en las que daba a entender —por mucho que después lo quisiera matizar— que si se traspasaban ciertas competencias de inmigración a los Mossos d'Esquadra, estos no podrían evitar actuar con criterios racistas. Encontramos, sin duda, en sus palabras, un elemento inconsciente y visceral, crónico, de desconfianza hacia el despliegue de competencias en la periferia. Que la derecha española abraza una concepción moral, religiosa, de la unidad de España, ya lo tenemos muy claro, entre otras cosas porque tampoco se esconden demasiado. Que la izquierda española hace exactamente lo mismo es, no obstante, más difícil de dilucidar, a pesar de ser igualmente cierto y verificable. Ya lo decía Josep Pla, lo que más se parece a un español de derechas es un español de izquierdas. El tiempo le va dando, poco a poco, la razón.

Todos los pueblos se nutren de mitos, incluidos el catalán —Wifredo el Velloso, el tamborilero del Bruc, Macià, Companys…— y, por supuesto, el español —los celtíberos, el Cid, Rafa Nadal…—. A menudo, sin embargo, se asocia esta mitología hispánica con la derecha. La izquierda española bebería, impoluta, de una fuente de ideas pura e inmaculada, la de los derechos y la igualdad. Se trata, obviamente, de un mero relato. Vaya, de otro mito, el de la izquierda. Volvamos a la constitución "tácita" de Capella. ¿Quién pactó con la monarquía designada por el dictador y quién selló, en 1978, a cal y canto, el tema de la "indisoluble unidad de la nación española"? No solamente Fraga, Suárez, los nacionalistas catalanes y González (PSOE) —los vascos se abstuvieron, en una decisión que con el tiempo va ganando peso y significación—, sino también los comunistas (Santiago Carrillo).

Que la derecha española abraza una concepción moral, religiosa, de la unidad de España, ya lo tenemos muy claro, entre otras cosas porque tampoco se esconden demasiado. Que la izquierda española hace exactamente lo mismo es, no obstante, más difícil de dilucidar, a pesar de ser igualmente cierto y verificable

Este es el legado y la gran contradicción que tuvieron que afrontar Pablo Iglesias e Íñigo Errejón en 2015 cuando pretendieron saltar del antisistema 15M —que vituperaba a la monarquía y reprobaba la falta de resolución, durante la Transición, de la «cuestión nacional»— a las instituciones "democráticas" surgidas de la "constitución que nos dimos entre todos". Fue, ciertamente, una coyuntura muy incómoda para la izquierda española "realmente" progresista. Lo explica muy bien Santos Juliá en el libro La Transición: Iglesias intenta, primero, construir —¿inventar?— un pasado para la izquierda, asociado a la defensa de la facción antifranquista durante la guerra. Pero después, al obtener la primera victoria electoral, Podemos muta, muy sutilmente, de una crítica feroz al sistema a un ablandamiento y relajamiento de las formas. Errejón, un constructor de relatos muy fino, según Juliá, admitirá abiertamente que «la crítica a la Transición no es muy productiva en términos políticos». Le empezaban a quedar “muy lejos” las cosas, como diría, más adelante, hacia 2017. Hoy, en 2025, es la secretaria general quien sí se preocupa por Catalunya y tacha a los Mossos de potencialmente racistas.

Son las contradicciones —ni pocas ni fácilmente digeribles— de las izquierdas españolas, en las que habría que incluir, por supuesto, al PSC-PSOE: leo hace unos días en este diario que la jefatura de la Via Laietana —donde las hostias que se dieron quizás no eran racistas, pero bien que se infligían contra cuerpos de catalanes— será declarada Espacio de Memoria Democrática. Pero leo también, acto seguido, que el edificio seguirá en manos de la policía española. Es decir, pondrán placas y harán algún vídeo. Quizás, incluso, los policías nacionales de la puerta repartirán, metralleta en mano, pins conmemorativos. Habrá que cambiar de acera.