1. Respiración asistida para la mesa de diálogo. Lo han repetido. La consellera Laura Vilagrà y el ministro Félix Bolaños han reproducido por enésima vez la escena del sofá. Ya nos tienen acostumbrados. Es la representación teatral que se repone cada vez que ERC y sobre todo el PSOE necesitan transmitir el mensaje de que con ellos la estabilidad, en Barcelona y en Madrid, está garantizada. El PSOE necesita a Esquerra para aprobar los últimos presupuestos de la legislatura y ERC necesita que el gobierno “más progresista del mundo mundial” ponga en marcha en otoño iniciativas legales que palien los efectos judiciales del procés. Bolaños se ha apresurado a rebajar las expectativas, por si acaso. La patata caliente seguirá siendo Carles Puigdemont, porque ni su estrategia ni su discurso encajan con los pactos de Oriol Junqueras con el Estado. Dicho en plata: Puigdemont no acepta la vía de la “reinserción” que Pedro Sánchez comenzó con los indultos. Por eso fue necesario que la semana pasada la prensa “amiga” tergiversara la desestimación del recurso presentado por el expresident de Catalunya Carles Puigdemont y el exconseller Toni Comín ante el Tribunal General de la Unión Europea (TGUE) contra la decisión inicial del Parlamento Europeo de no reconocerlos como eurodiputados. Se quiso transformar en derrota lo que, en realidad, no lo era, porque la resolución refuerza el camino trazado por Gonzalo Boye.

El PSOE necesita que Junts se avenga a participar en la mesa de diálogo. Tanto es así, que desde las filas socialistas se ha soltado el globo sonda de que estarían dispuestos a aceptar que Jordi Turull participara en las reuniones de esta nueva etapa. Esquerra, pero sobre todo el PSOE, intenta “promocionar” a quien considera el líder del sector pragmático de Junts con la intención de aislar a Puigdemont, cabecilla de los radicales, y así pacificar el independentismo como Ada Colau “pacifica” las calles de Barcelona. Esquerra está en contra de esa propuesta porque sabe que empequeñecería todavía más al president Aragonès. La mesa continúa sin agenda y recomenzará con el mismo teatro de siempre. Con un encuentro de los dos líderes “pactistas” (Sánchez y Aragonès) para demostrar que ahora va en serio, que esta es la buena, para después volver a un letargo que no lleva a ninguna parte. Si están tan deseosos de integrar a Junts en la negociación política, la única solución real sería promulgar una amnistía. Como que eso no ocurrirá, el conflicto durará tanto como largo sea el exilio de Puigdemont y mientras en el interior haya un partido suficientemente fuerte y cohesionado que no se rinda. Ni el expresident ni los otros dos eurodiputados exiliados de Junts, Comín y Ponsatí, ni el conseller Puig, aceptarán jamás la “vía Serret”. 

2. El Gobierno ante la represión. Que Esquerra intente “salvar” de entrar a prisión a Lluís Salvadó y Josep Maria Jové por la “vía Serret” no pacificará nada. Solo asegurará los votos de los republicanos a favor del gobierno de Madrid para el que resto de la legislatura. Será una victoria pírrica de Esquerra, humanamente comprensible, pero políticamente irrelevante. Por cierto, estos dos diputados republicanos están encausados por el delito, entre otros, de malversación y, por lo tanto, por corrupción. Si fuéramos tan exigentes con ellos como lo somos con otros casos, cuando se les abra el juicio oral se les tendría que aplicar el artículo 25.4 del reglamento del Parlament para suspenderlos de sus derechos. Curiosamente, eso no lo reclaman ni los partidos unionistas. Cosas de la política y de la relevancia de los personajes, sin que yo ahora quiera ningunearlos. Los efectos judiciales del procés no afectan tan exclusivamente a las “élites” partidistas. Miles de independentistas anónimos están encausados, en ciertos casos perseguidos por la Generalitat de Catalunya, y de esta gente no se acuerda nadie. Y, aun así, a menudo van ganando sus causas a golpe de resistencia y de abogados con mucha pericia. El ejemplo de Tamara Carrasco es evidente. Pero no es el único. Los detenidos de la plaza Urquinaona todavía están a la espera de juicio. Los partidos independentistas los han dejado solos. Debe ser por eso que Esquerra sufrió un escrache el pasado sábado por parte de la Plataforma Antirrepresiva de Barcelona mientras el consejero Torrent difundía una falsa noticia, derivada de la euforia republicana por la reposición de la obra teatral de la mesa de diálogo, sobre una posible amnistía general. Los manifestantes acusaban a ERC de representar y defender únicamente a sus represaliados. El desaliento tiene fundamento porque a los manifestantes no les falta razón.

La mesa continúa sin agenda y recomenzará con el mismo teatro de siempre. Con un encuentro de los dos líderes “pactistas” (Sánchez y Aragonès) para demostrar que ahora va en serio, que esta es la buena, para después volver a un letargo que no lleva a ninguna parte

3. Las dos almas de Junts. En Junts existe un sector que sueña con relevar a Esquerra en la carrera por “normalizar” la política catalana. Es el sector gubernamental de toda la vida, con algún añadido posterior, que después de la aplicación del 155 no quiso abandonar sus puestos en la administración. Era evidente que esta gente era consciente de que la Generalitat estaba ocupada por Madrid, pero en ningún momento se planteó, como tampoco se lo plantearon los altos cargos de Esquerra, dimitir del cargo para provocar un caos administrativo que habría puesto en dificultades serias aquella ocupación centralista. La prensa identifica a este sector con el pragmatismo sin dejar claro en qué consiste. Exceptuando que desea no alterar el orden, que sus integrantes tienen un perfil político y de gestión bajos y que anhelan volver a la vieja CDC, que por lo que parece han olvidado que este partido se fundió atragantado por la corrupción, no se sabe mucho más sobre los planes de este grupo. Por mucho que se quiera rehabilitar a Jordi Pujol con entrevistas surrealistas, los convergentes se extralimitaron tanto que el pasado les persigue, aunque a ellos los importe un pepino.

Si Esquerra tiene dificultades para que el público compre la reposición de una obra que no lleva a ninguna parte, por lo menos de momento, Junts se debate todavía entre el radicalismo estético y la retroacción convergente. Ninguno de los dos sectores tiene una oferta política alentadora. Y, sobre todo, que sea creíble. Si hacemos un ejercicio de semiótica política, el discurso radical de Junts es patrimonio de Carles Puigdemont, Laura Borràs y... Jordi Turull, mientras que el pragmatismo está promovido por ese magma difuso e “interesado” que se denomina turullismo. Puede parecer una contradicción, pero esto es así, porque las declaraciones de Turull son verbalmente muy radicales y, en cambio, sus seguidores —casi todos con paga del erario público— desean cerrar definitivamente la etapa independentista. O por lo menos seguir los pasos de Esquerra, que promueve un independentismo emocional, propio de la etapa nacionalista, sin que se traduzca en ningún tipo de acción política de ruptura. Junts no lo tiene fácil porque los dirigentes con más tirada electoral están mal vistos, si es que no combatidos, por los pragmáticos y estos no tienen a nadie para relevarlos. Y la prueba es que quieren recurrir a Xavier Trias para presentarlo a unas elecciones que, con él al frente, seguro que perderán. Junts será un partido débil y perdedor cuanto más se parezca a CDC. Entonces sí que Puigdemont quedaría aislado en el exilio y la derrota del independentismo sería definitiva.