"Voy a desinfectarme antes de meterme en la cama. Con salfumán será suficiente, calculo. No creo que haya que utilizar cal, supongo". Así ha respondido este sábado el escritor Quim Monzó a las siguientes palabras de Josep Borrell: "Tú eres muy buena persona y los perdonarías enseguida, pero la han hecho muy gorda. Está bien eso de coser heridas, pero antes hay que desinfectar. Hay que curar el cuerpo social, por eso hace falta pasar bien el desinfectante y, después, claro, se tiene que coser. Porque una sociedad no puede vivir si el cuarenta y pico por ciento de la gente está convencida de que fuera le iría mejor. Eso no puede ser. Si una proporción tan grande de la gente piensa que estaría mejor fuera, este es un país enfermo".

La "buena persona" a quien aludía este viernes en un mitin el exministro y expresidente del Parlamento europeo es su amigo y candidato del PSC a las elecciones del 21-D, Miquel Iceta, a quien enmendó la plana por el hecho de haber abogado por el indulto de los dirigentes independentistas procesados. Por lo visto, no es suficiente con que una parte de los candidatos, dos de los tres con más posibilidades de alcanzar la presidencia, Oriol Junqueras (ERC) y Carles Puigdemont, estén en prisión o en el exilio. Inmovilizados para hacer campaña mientras Borrell saca el bote de Zotal o de DDT para "desinfectar" Catalunya, empezando, añadió, por sus medios públicos.

En el régimen del 155, si Borrell fuera independentista habría sido denunciado y posiblemente detenido por incitación al odio después de haber animado a "desinfectar" de dirigentes "indepes" el "cuerpo social" catalán. Pero resulta que el ingeniero de la Pobla de Segur dice lo que dice, y lo puede decir, porque él no se ha equivocado de bando. Borrell habla desde la orilla en que los discursos contra el independentismo, o, simplemente contra los partidarios de una democracia que permita decidir a los catalanes cómo se quieren relacionar con el Estado español, tienen premio.

En el régimen del 155, si Borrell fuera independentista habría sido denunciado y posiblemente detenido por incitación al odio

Quien, por el contrario, se ha equivocado y, además, hace bajar expectativas a su candidatura en los sondeos es Iceta. Por eso, el candidato del PSC ha tenido que recular, y retirar su propuesta del debate electoral por "prematura". Iceta ya se había desayunado el viernes con el editorial de El País pidiéndole que volviera al juicio y la recta vía. Un episodio calcado de aquel en que, ante la tormenta desatada en los despachos de Ferraz y la Moncloa que tan bien conoce, se tuvo que comer con patatas, como se suele decir, la vía canadiense, el referéndum pactado con el Estado, para resolver el conflicto Catalunya-Espanya. El régimen del 155 no permite ni la más mínima disidencia, ni siquiera las de las terceras vías, lo cual debería preocupar, y mucho, a Iceta y, más aún, a Ramon Espadaler, el antiguo secretario general de la Unió de Duran i Lleida y ahora número 3 del PSC por Barcelona.

El régimen del 155 no permite la mínima disidencia, ni tan solo la de las terceras vías: Iceta y Espadaler se tendrían que preocupar

Borrell es un clásico de muchas campañas. Un clásico resucitado del anticatalanismo -no sólo de el antiindependentismo- más feroz y reaccionario, siempre dispuesto a curar España del mal catalán, se llame Pujol, Maragall o Puigdemont. Esa plaga. Cuando se trata de defender la España una, Borrell, que no es "nacionalista", aunque pocos políticos se han llenado tanto la boca como él de hablar de la sangre y los apellidos del personal, empezando por los suyos, catalanísimos, se abraza con quien haga falta. Incluso con aquella "derecha" que tanto decía combatir en los días de esplendor de su primera y brillante juventud política. Cuando con un Felipe González todavía instalado en lo de la "dulce derrota", Borrell ganó las primeras primarias del PSOE para escoger nuevo candidato a la Moncloa, y después lanzó la toalla en medio del pressing de los felipistas y del escándalo Huguet-Aguiar, la investigación por fraude fiscal a dos colaboradores suyos en la secretaría de Estado de Hacienda. La defenestración de Pedro Sánchez tiene un claro precedente en aquel episodio que puso fin a la carrera fulgurante de Borrell para liderar al PSOE. Como también le sucedió a la malograda Carme Chacón, el PSOE nunca perdonó al PSC que promoviera candidatos propios, o sea, catalanes, para dirigir el partido y el gobierno de España.

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Borrell siempre fue un enfant terrible, un Vidal-Quadras del socialismo, a quien muchos aplaudían -y aplauden- pero, a la hora de la verdad, querían ver cuanto más lejos mejor. Finalmente, después de tanto tiempo predicando el catecismo homogeneizador de las Españas, ahora aboga directamente por la higienización de Catalunya. De hecho, es un trayecto político y discursivo del todo coherente. No en balde, su intervención como orador estrella, al lado del nobel Vargas Llosa, y del comunista Paco Frutos, otro redivivo, al final del Desfile de la Victoria, quiero decir de la magna manifestación por la unidad de España que recorrió las calles de Barcelona el 8 de octubre, el domingo después del referéndum, lo ha elevado a los altares de la "patria común e indivisible". Lo sospechábamos. Pero una cosa es tener la sospecha y la otra ver como la plana mayor del PP y Ciudadanos aplauden a Borrell con las orejas una vez la brigada de limpieza -¿se acuerdan de los piolines el puerto?- ya ha empezado el trabajo a golpes de porra.

"Ahora vamos a desinfectaros", les decían sus verdugos a los prisioneros de Auschwitz ante las duchas de la muerte

Algunas cosas no han cambiado en la campaña electoral más anormal que se ha celebrado nunca en Catalunya. Quien haya seguido los últimos veinte años la política catalana y española sabe que Pepe Borrell es muy amigo de decir estas cosas. Es lo mismo que eso de la "desinfección", esa metáfora prima hermana de aquel "Limpiando Badalona" de García Albiol en las elecciones municipales del 2015, tenga una genealogía siniestra que conecta con lo peor de lo peor de la Europa negra. Con aquella "desinfección" política, ideológica, social, etnocultural... propugnada por quien todos sabemos y que tuvo los efectos que todos sabemos. "Ahora vamos a desinfectaros", les decían sus verdugos a los prisioneros de Auschwitz ante las duchas de la muerte. Parece mentira que el socialista Borrell, que durante sus años de formación incluso pasó un verano en un kibbutz en Israel, quiera fumigarnos la memoria antes de que su amigo Iceta pierda el ritmo de la campaña. O se equivoque de partitura.