Ahora que tenemos al cerdito de Esquerra bien cebado y vanidoso, el camino para desestabilizar por completo la oligarquía independentista del país, y así castrar sus ganas de entregar la tribu a España, será votando a Puigdemont (o a quien le sustituya) en las europeas y a Jordi Graupera como alcalde. De Graupera, a quien los lectores de este amarillísimo digital ya consideran el candidato de más valor, hablaremos cuando sea oportuno; hoy toca el viejo y cansado continente. Como ha demostrado perfectamente una Junta Electoral Central prevaricadora (y dividida), así como la opinión contraria de la fiscalía, Puigdemont es el único político del grupo de líderes responsables del 1-O (y de su no aplicación) que tiene la suficiente libertad de movimiento, independencia de los partidos y hasta diría el punto necesario de locura como para inquietar significativamente el régimen de los enemigos.

El president no volverá a Catalunya para recoger su acta. Ni puta falta que hace, porque nos hace un mayor servicio vagando por el espacio sideral

Puigdemont ha cometido muchos errores, y ahora no hace falta repetir las mil y una bofetadas que le hemos regalado al 130 (sé que las encajas con deportividad, Carles, y cuando quieras nos las perdonamos tomando un vinito en tu pueblo belga), pero que la benemérita judicatura le haya querido aparcar de las listas europeas marca un síntoma inequívoco de su peso candente. De momento, los aparatos ideológicos del estado Español están encantados con ERC: saben que los republicanos gritan mucho con tal de hacerse los contestatarios al PSOE, pero hasta el votante más naive de los republicanos intuye a la perfección que Junqueras suspira por continuar con su independentismo de va-para-largo esperando que ello le reduzca los años en el trullo y que al partido las nóminas se le engorden. No así Puigdemont, a quien la extranjería no solo ha regalado visibilidad internacional, sino un punto más de maquiavelismo necesario para sobrevivir.

A diferencia de los presos políticos, los exiliados son líderes que no pueden caer en el comprensible chantaje de traficar con la propia libertad. Escogiendo a Puigdemont no solo se toca la moral al Estado español (sinceramente, no creo que España sufra ni un solo problema diplomático por el tema del acta de eurodiputado, pero hoy por hoy todo lo que sea molestar es positivo), sino que uno podrá parar de golpe las tentaciones de sepultarle en el olvido por parte de la vieja guarda de Convergència. Mientras el 130 sea el referente del catalanismo, Marta Pascal deberá contentarse cobrando una pasta gansa en el Senado y tomando cafés de vez en cuando con Enric Juliana. Mientras Puigdemont flote, las tentaciones de volver al orden autonómico de siempre cojearán. Excesivo, un poco alocado y con déficit de amor, Puigdemont es el capitán Ahab que rompe el hielo de toda tentación confortable.

El president no volverá a Catalunya para recoger su acta. Ni puta falta que hace, porque nos hace un mayor servicio vagando por el espacio sideral. Votadle en Europa (aunque sea al precio de regalarle protagonismo a la pobre sociata de Talegón) y os aseguro que habrá consecuencias. Una vez golpeado el continente, nos ocuparemos de nuestra capital. A pesar del delirio, todavía tenemos espacios de esperanza.