Ayer me jugué una cena conmigo mismo que el processismo cantaría la llegada de un "nuevo 155" antes de que anocheciera a raíz de la decisión del TSJC de anular cautelarmente la suspensión del 14-F. En efecto, los políticos independentistas son tan enternecedores y previsibles como la ira de un niño celoso cuando ve a su hermanito procediendo a zamparse un pastel. Así fue; justo cuando empezaba a oscurecer, los políticos de la tribu esprintaban con la mandanga del "nuevo 155" para ver quién llegaba antes a los micrófonos del máximo de televisiones. El asunto tiene cierta gracia, porque lo único que ha perpetrado la sección quinta de la sala contenciosa administrativa del TSJC es lo que haría cualquier persona sensata ante la chapuza totalmente antidemocrática que el Govern publicó en el DOGC, suspendiendo las elecciones sin ningún tipo de fundamento jurídico: dejarlo sin efecto y enviar a sus redactores al cole.

Apelar a un "nuevo 155" es la enésima acrobacia de unos aprendices de líderes que ya no saben cómo tomar más el pelo al común de la ciudadanía y es objetivamente falso, empezando por el hecho de que el TSJC ha procedido por iniciativa de una demanda personal (según me cuentan algunos espías, no será la última que se presente). En este gesto denunciatorio, que es un derecho de cualquier ciudadano a poner en duda la legalidad de un escrito administrativo (una potestad que espero poder mantener como particular si finalmente llegamos a Ítaca), por lo tanto, el Estado no ha tenido nada que pelar. Afirmar, como ha hecho Gabriel Rufián, que la intervención del TSJC tiene algo que ver con la influencia perversa de Salvador Illa, como si el ministro de la pastilla fuera gemelo de Fouché, reafirma la norma indepe según la cual nuestros políticos seguirán afrontando los comicios pensándose que somos deficientes mentales.

Nuestra única obligación ciudadana de cara al 14-F es exigir al actual Govern que haga lo imposible para que el máximo número de catalanes puedan votar

Aquí, como sabe perfectamente cualquier convergente o republicano con una sola neurona (si es que queda alguno), no hay "nuevo 155" ni rehostias en vinagre, sino la consecuencia lógica de presentar una chapuza jurídica hecha con el culo mientras cruzas los dedos y rezas para que ningún ciudadano te lo enmiende. Hagan lo que hagan los jueces después de las alegaciones del Govern, la ineptocracia independentista empezará a activar el sonsonete según el cual es un maléfico tribunal español quien obliga a hacer las elecciones a toda prisa, algo que también es objetivamente falso, porque la fecha del 14-F la mantuvo el Govern hasta hace cuatro días. Si las elecciones no se habían preparado con más tiempo era porque el mismo Govern no había garantizado el volumen adecuado de participación. Hasta ahora hemos visto a los partidos discutiendo sobre quién era peor gestor, ahora los volveremos a ver ejercitarse en el arte en competir en lloriquismo.

Todo eso ha llegado al punto de querer más reír que llorar y supera el ámbito de la burocracia jurídica, porque si hay alguna cosa que represente la vigencia del artículo 155 es la actual ineptocracia independentista. Fueron políticos como Pere Aragonès o Elsa Artadi los que, durante la aplicación del artículo, se mostraron más amables y solícitos con la administración de Rajoy mientras esta imponía la pax autonómica a la administración catalana, a menudo ante la sorpresa de los propios enviados del antiguo presidente español, que alucinaban con tanta pleitesía. Si algo huele a 155 en esta fétida Catalunya son los políticos que no sólo incumplieron el mandato parlamentario del 1-O (y que ahora tienen los santísimos ovarios de reclamarse sus hijos, hermanitos y parientes), sino que prefirieron mantener la nómina a dimitir frente a una modélica bajada de pantalones y faldas.

Dicho esto, nuestra única obligación ciudadana de cara al 14-F es exigir al actual Govern que haga lo imposible para que el máximo número de catalanes puedan votar. Para conseguir el hito, la ineptocracia independentista tendrá que ejercitarse en una actividad inaudita en su modus vivendi: tendrá que dedicarse a trabajar, lo cual obligará a que personas como Pere Aragonès, Meritxell Budó y mi queridísimo Bernat Soler ("if if, between, between") presenten cagando leches un plan para que haya tantos colegios electorales como toque, si es preciso, con un refuerzo específico en residencias y hospitales, con el lógico fortalecimiento del voto por correo y toda la mejora de la agilidad administrativa necesaria. Es un esfuerzo de mínimos y no sería pedir mucho, visto que la ciudadanía ha obedecido al Govern en todas y cada una de sus creatividades horarias y confinamientos perimetrales, comarcales y siderales.

Trabajen, consellers, porque eso del "nuevo 155" no cuela ni con la mejor vaselina del mercado. Y, lo escribo por enésima, tengan la bondad de no tratar más a los ciudadanos de imbéciles, porque el 14-F o cuando sea lo único que merecen son cuantas más urnas mejor, pero vacías o rebosantes de boñigas bien hermosas. ¿Queríamos votar, verdad? Pues, ale, gente, a trabajar.